Crónicas del subsuelo: El humillado

Crónicas del subsuelo: El humillado

Por:Marcelo Padilla

Fue algo humillante. Alguien podría decir. Pero, lo humillante se ve desde afuera del humillado. El humillado no habla. Expresa con signos su estado de humillación; y de la historia del humillado uno puede decir que ese conjunto de signos que se tejen -que se repiten estructuralmente en la especie y en muchísimas culturas del vasto mundo conocido- crea símbolos; y con los símbolos arma un paradigma mitológico de sentido y orientación, aun se encuentre bajo su pérfida vida cotidiana de sufrimiento. El cuerpo del abochornado se expresa por una posición específica del cuerpo. No es la clásica posición fetal. Por el contrario. Se queda quieto. Helada por dentro está su alma. Y su espíritu es el de un misericordioso, que con su achique afetalado de su cuerpo, reza en su interior y ruega en cuclillas, se termine la humillación de su ser padeciente. Y esa reacción el humillando tan solo tiene para protegerse. Son las formas que tienen hombres y mujeres de todos los tiempos cuando son rebajados a lágrima y los hacen sentir basuras inservibles. Porque de la otra manera -oponerse, o romper el pacto de sumisión- les acarrearía problemas concretos: económicos y espirituales, además de sociales, por quedar su reputación asociada a la rebeldía. Porque nadie revisa la causa de la humillación al humillado se lo castiga. Como si fuera la primera vez.

Así, el hombre. El indio, el gaucho y más tarde el descamisado, no conseguiría conchabo. La confianza escasea en el patrón. El ojo sospechoso prioriza su miedo a la venganza y al rotundo corte del vínculo con el sometido. Entonces, el humillado de ahí en más, no encuentra más solución que la de rebajarse hasta el más hondo de los infiernos. Para luego ascender con sus diabluras cultivadas en el oficio de la venganza. Es el humillado el que escucha sentencias duras, latigantes y lacerosas para su alma. Pero es el espíritu el que en estos casos toma la delantera en tal bochinche, y se apronta. Y por el momento el humillado no agrede, más bien cela de reojo y cabizbajo como perro apaleado, pero rumiando su dolor, se amaina; y ruega piedad tras el escarmiento con sus ojos, y gime.

Uno no es lo que parece. Lo que muestra ni lo que dice con sus actos, lo hacen a uno propiamente uno, integrado en otros, para ser parte de un nosotros. No. Muy por el contrario. Sabemos que uno es a la vez en profusas dimensiones. Uno está siendo en ellas y es muchos hombres a la vez dentro del aparente uno que da la identidad y el nombre, y el uno del parecer del cuerpo que se muestra como uno. Todo, ocurre al mismo tiempo. Es pobrísimo pensar así habiendo reconocido previamente que el ser de todo hombre está desplegado en la invariancia de una noche, al mismo tiempo que decir, que el hombre, es tan solo una cosa, una sola dimensión humana, abarcada en un solo núcleo. Pero mejor pasemos a ejemplos que grafiquen las imágenes que nos proporciona el uso del lenguaje.

Su arte imaginario.

El ingeniero. Parece ingeniero. Se viste como ingeniero y trabaja como trabajan los ingenieros. El ingeniero lo sabe con su casco amarillo de obra. El ingeniero a lo sumo tendrá que pagar por algún accidente, por decir: si murieron en un edificio que se vino abajo por mal calculado, tres o cuatro, o las que sean, personas. El ingeniero las tiene que pagar entonces a todas y a cada una de ellas como nueva. Y lo que debe decirse de entrada en este caso, es que quien estudia pa ingeniero, debe saber que tiene que pagar algún día con un algo, si le ocurre un accidente.

O el cirujano que por un error técnico-motriz en la manipulación de las herramientas que le alcanzan sus subordinados, ha dejado por olvido, unas tijeras en el cuerpo de una doña, luego de haberle operado la cadera, y haberle puesto otra de platino traída de Alemania, marca cañón, una cadera de ficción. El médico también es de ficción, y sabe. Que también tiene que pagar. Si la cadera de platino no funciona porque le repele en la piel al paciente. Una cadera extra traída de Alemania que a guisa de reparación deberá reponer en términos de contraprestación, y a modo de reprensión comunitaria para que el castigo sea ejemplar, y vean los demás que el castigo de uno es el castigo de todos. Y tendrá que cuidar a la mitad de un cuerpo con un tratamiento especial. Pero desde la cadera hacia arriba del paciente, y llegar a su cabeza y a su mente con el tratamiento. El paciente tiene la cadera a la miseria luego de ser injertado. A la cadera de platino que no funcionó se la sacaron al otro de día de ponérsela. Y así, sucesivamente. Miembro tras miembro, extremidad tras extremidad, como a los enfermos de lepra.

Esto, no es joda.

Después de una vez conjurado el espanto. El humillado queda mágicamente habilitado para crear artefactos. Monstruos -eso debe de decirse entonces- crea monstruos el conjurado. Cuando ocurre un asesinato de alguien que ha sido algo de alguien. Viene el humillado y se transforma en ese alguien y se afantasma, y lo mata al matador con lo mismo que mató al occiso. Quizá de susto. De asustamiento. No siempre corre sangre. Hace de la justicia algo propio. Al principio va preso pero luego, al tiempo, consigue salir y ser otro afantasmado. Mágicamente. El humillado no lo sabe. Emplea lo que ha incorporado en su prisión, inconscientemente por el hábito que no solo hace al monje sino que también hace al preso y al escribiente. Si por caso lo medita y reflexiona, y acude a determinadas sesiones donde pueda conjurar su trauma. El humillado se purifica en ese camino de sacrificio y recorre su calvario interior a su modo. Desde ahí es que se irradia la experiencia mística. La mística del humillado es la peregrinación en lenguaje en estado mudo.

Pero si a la expresión que se descuelga del verbo humillar la mutamos a otras sinonimias. Podríamos usar la expresión verbal avasallar y someter. Vencer, dominar o sojuzgar. El sojuzgado o dominado está vencido según la lógica de la propia humillación que fue concebida tanto por el humillante como por el humillado en un pacto incierto, y cuanto menos, misterioso. Pero lejos de esta interpretación de los sinónimos que nos provee el diccionario en español sabemos por la sabiduría clase B, la de los dichos, qué significa el susto en el humillado. Y aquí es donde quería llegar. Al miedo del humillado. Y si no es por humillado que el susto se le viene, será por protección cósmica que el indio grite con las palmas de las manos, dándose cachetazos en la boca. Como los indios cuando repiquetean con su grito ensordecedor en las mortajas de las llanuras y en los montes, al ver a los generales con sus tropas de la confederación. El humillado duerme en choza propia porque le da algo así como cierta vergüenza cultural. Y no quiere mostrarse humillado; y por eso, tanto incas como nahuas crearon la manera de conjurar el miedo desde hace miles de años. Esto no es joda de hoy. Esto viene de los tiempos antiguos. En el cruce de dos tiempos, específicamente: el paleozoico de los indios y el renacimiento de los europeos.

Miedo a los eclipses y a los temblores y a las catástrofes naturales. A eso es lo que teme el indio. ¿Cómo es que hacían estos hombres y mujeres en estos casos? Pues el evento se produce y pongamos de ejemplo por caso un cataclismo. El indio sale de su choza y forma una ronda con otros indios y hacen alaridos. Pegándose con la palma de la mano en sus bocas. Algunos sangran. Son los hombres indios los que gritan con el uh uh uh uh. Las mujeres lloran con sus niños a grito pelado. En una tensión que debe haber sido de la san puta. No querría y sí querría estar allí, en esos momentos. Pero prefiero estar aquí. Dictándole a un amanuense. Que es mi coequiper. En síntesis, esa era la conjura contra el miedo y contra el susto. Y la visión de los de enfrente, esos generales de la confederación, fue de pavura cuando los vieron y los escucharon. Se detuvieron. Por creer que esos indios estaban anunciando con sus grititos una guerra. Pero no. La interpretación del forastero es débil, y tiende a equivocarse, y de ahí es que empiezan los malos entendidos. Las invasiones bárbaras. Las matanzas. Los exterminios.

La forma que tuvo el nativo fue esa. Y se mostró con su miedo eléctrico hasta que a los de enfrente los hizo tiritar. Pero ellos sintieron que se estaban cagando encima, literalmente meándose encima del cagazo. Y tan solo esa acción, sin su interpretación occidental, quizá le baste. El extranjero se atemoriza y huye corriendo, escapando bajo la luna y entre las yungas, perdido de toda civilización. Como le pasó al Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca en sus naufragios. El dominico Pedro Bartolomé de las Casas pudo volver sin ningún problema en barco, y fue por una cosa muy simple: Bartolomé de las Casas era amanuense y debía de anotar en un informe, lo que se conoció con el nombre general de Informe de Indias, todo lo que vio. Y en la corona lo leyeron y no les gustó lo que leyeron en ese informe. Era su pluma contra la interpretación de los reyes. En cambio, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, además de describir los naufragios que padeció en el mar, fue el protagonista de los mismos. Puso el cuerpo y enfrentó a los indios. Aun estos lo atraparan y atado se lo llevaran desvaído al convento donde moriría. Pedro Bartolomé de las Casas en cambio, solo puso la pluma. Por eso algunos historiadores lo han apodado Fray Bartolomé de las Plumas, a modo de chanza.

Entonces la guerra bien podría pensarse producto de una mala interpretación de los bandos en disputa. ¿Por qué no? Unos gritan de miedo en una danza, y otros, los foráneos, al sentirse anunciados cargan las escopetas. Por eso la caballería se prepara al comienzo de la diana. Y entran al otro día zumbando en el poblado nativo. Incendian chozas. Dejan la tendalada de indios en la arena. Amontonan cadáveres humillados, y luego hacen el gran pozo de las ánimas en pena. Y allí van a parar los difuntos, indios difuntos en pleno asustamiento. Luego, les serán violadas sus mujeres. Y nacerán niños y niñas de tales cruzas.

Entonces, uno podría llegar a pensar que no solo la literatura, en este caso la literatura argentina, nace de una violación, como dijo David Viñas. Si no que es la especie humana misma, con sus culturas, quien estableció relaciones de violación en el mundo entero conocido. Algo así... "todos contra todos y yo contra mí mismo". En el más hondo y tétrico sentido de la palabra. El árbol genealógico como arquetipo integrador da un sentido de pertenencia en el mundo de lo social, y por qué no, de lo cultural, y por qué no, de lo económico, y porque sí, porque sí y porque no. Sería una farsa gráfica. El famoso árbol genealógico del que creen las personas que proceden. Y algunos te la muestran a la heráldica, y te dicen, mirá, cómo... etc., de dónde vengo por parte de madre, y por parte de mi padre, el abuelo de mi padre en realidad.

¿Es el árbol genealógico, acaso, un esquema de violaciones previamente autorizadas, por la costumbre y la prosapia? Los blasones que cuelgan en las casas heredadas. Tienen lo prosaico y lo infame en las paredes. La humillación que sintió el indio no es la humillación entonces concebida por la mente occidental. Y cristiana. El indio vio al conquistador y vio en él al dios blanco, ese, el de las profecías que figuran en el códice mendocino. Y en el caso del conquistador, éste vio a un ser primitivo en el indio, que lo alucinó. Y consiguió dominarlo con los célebres espejitos de colores. Algunos profetas del miedo, como Pizarro, fueron guiados por cientos de indios buscando el camino del dorado. Pero, Pizarro, tuvo miedo. No del indio. De la tenebrosa selva, de la enloquecedora naturaleza.