El estafador tiene para sí a la página desnuda delante de sus ojos, pero lo que ve es una doncella inclinando su cuerpo desvanecido hacia atrás. Acompañando su cintura, alguien le ataja con su mano derecha para impedir se caiga de espaldas. El estafador la quiere besar desde la toma izquierda pero el tipo de la cámara se le mueve hacia la derecha y lo confunde. "Quiero ver qué me dice o qué hace cuando despierte la página desnuda, no digo blanca, indico desnuda", repite cuchicheando con el micrófono apagado.
Moviendo su traste en la silla, el estafador se acomoda para tirársele encima a la doncella. En un acto mágico hace desaparecer al camarógrafo y a sus tiracables. Realiza el acto. Su ritual. Hace del mito monacal una práctica cotidiana. Forja los movimientos calcados como si fuese una maquinita de colección fordista que a destajo sigue moliendo caucho. Se saca la ropa y queda in puribus. Su plusvalía no tiene retentiva y advierte "se pierde con las cuentas y las manufacturas lo mismo que se pierde con el amor porque lo poco que uno gana y come, al rato es veneno".
Sea verano o invierno esto así funciona. Por lo general y en la mayoría de los casos.
Prende la vela y antes de apagar las luces se cerciora: que el café y el pucho estén donde tienen que estar. A su izquierda. A la derecha deben de estar el teléfono y el parlante para musicalizar el divague con unos tangos toscos. Está por empezar a llover y por empezar a escribir. Apaga la araña de caireles con un dedo, haciendo click en la pared. Se enciende la oscuridad. Nacen las sombras. Pero nada de eso lo perturba. Muy por el contrario es el clima de la nigromancia en este crudo relato donde el estafador se siente más que cómodo y a sus anchas.
Espero poder recordar cada uno de los detalles del perfil del estafador. Lo veo complicado dada pesadez y la humedad. En invierno es más fácil identificar su jaula, en verano sabe volar entre las rejas. A su cabeza embotan por completo el calor y un cierto malestar agudo, finito; y le salen palabras que no reconoce haber pronunciado ante la página desnuda con la doncella desmayada frente sus ojos, sola y entregada a su intrusión, se deja toquetear con unas letras de azul lavable.
Debajo de su departamento una mujer grita. El estafador se asoma por la ventana a ver si llueve y vuelve a sentarse, olvidando y no entendiendo la situación en la que lo han puesto sin decirle nada de su rol, de su papel en la obra. Súbitamente su corazón le produce una taquicardia paranoide; y le da bronca y a la vez le da muchísimo miedo. El estafador respira. Sin embargo no puede controlar las imágenes que se le pasan por su cabeza, "se me hace imposible arrancar con los dedos porque un fantasma ahorcado me interrumpe", dice compungido ante las cámaras el estafador a lo Gardel, maquillado de blanco y con los labios pintados de carmesí, entonando adiós pampa mía.
Se asoma de vuelta por la ventana y no ve a nadie. Ni la soga ni el supuesto cuerpo de algún muerto hay en la escalera. Luego de cometido el acto no queda un solo testimonio. Se pregunta si toda soga queda tirada en el suelo o es una ilusión. Intenta calmarse. Se lo ve echar un vistazo a la página desnuda (perdido) y babea por no saber (ignorancia). No creo pueda acordarse si lo que vio es una mujer o fue tan solo un gato que andaba haciendo travesuras. O fue una alucinación ese grito que escuchó.
Yo lo escuché, advierto (Era de noche y yo estaba en la cama con un batón verde, recuerdo era invierno cuando se escuchó ese grito. Clarito como el agua)
El estafador tiene en mente muchísimos proyectos. Algunos hidalgos y otros prosaicos. Pero padece de un problema, un inconveniente técnico. Lo ha charlado con el médico y el médico no sabe qué decirle. Al psicólogo ya ni le pregunta porque le ha dicho dos veces lo mismo que le dice el médico ¡Que no sabe! ¡Que pruebe con lo paranormal o con la hechicería! Cuestión que el diagnóstico no es claro. Más bien impreciso. Y los profesionales han quedado disconformes por falta de conocimiento propio. "Raro", le dijo el psicólogo en la última sesión de despedida. Cuando le dio alta le dijo eso, "raro es lo que te pasa y creo no tenes remedio".
El diagnóstico se lo haría a sí mismo pero no se daría ni cuenta porque nadie se da cuenta cuando se lo dicen en la cara (sos un enfermo mental) Entonces hay que esperar, tener paciencia, todo estafador tiene paciencia con su clientela a estafar. "Tengo el no sabe no contesta en la punta de mi lengua", dice el estafador, informando la detección de un cáncer en la puntita, señalándose con el dedo frente al espejo, tanteándose el bultito preocupante de su lengua. Horrísonamente sociológicos, viejos y careados tiene a sus dientes. Los molares que le quedan se ven amarronados, amarillentos y verdosos.
El estafador es un villano que hace el mal para salir bien parado y procurarse para sí una página desnuda, una doncella caída en su regazo. Tiene el acto ilícito en su cabeza. Moralmente sentenciado el estafador se oculta bajo un nombre impropio. Y de su nombre impropio sale su espesura, la crema batida de su escritura mutilada y esquizoide, ancha para navegar. No puede palabrear de corrido y le confunden con un tartamudo y le dicen tartamudo para anularlo. Pero escribe como los dioses, y las vírgenes son musas que le encandilan cuando gobiernan sus sombras en su grimorio fetal.
No puede escribir lo que le viene en clarividencia. Cuando se sienta el estafador con una idea definida sus manos escriben otras cosas sobre otros temas, y de una guisa que no es de él definitivamente. No se reconoce en la palabra. Padece, o acaso le ocurre a él, un extraño desdoblamiento de su personalidad y temperamento, un estado de flacidez mental incontrolable. No se le caen las ideas sino más bien se le resbalan como lava de volcán arrasando la arquitectura de su pasado inocuo.
Es la eterna lucha del escritor-autor en su innoble devenir. La enfermedad traba, a la vez que potencia, y/o eyecta, una discontinuidad entre la mente y las ficciones que la atraviesan.
"Quisiera poder escribir yo mismo Robinson Crusoe o Posada en Jamaica", dijo, estúpido de celo, el estafador. "¡Quién pudiera escribir Los Tres Impostores!" "¡A quién de los amanuenses le habrá tocado ese deleite!" Discursea -gritando como loco- agarrándose de los pelos.
Se le atrofia el cerebro. Le punzan unas ajugas de tejer en la cabeza. Le duele y se la moja, se la moja y se le pasa, pero al rato le vuelve a doler por otro pinchazo. Para entrar en la cabeza del estafador hay que pasar por el molinete o saltarlo. Sus conexiones son precisas y calculadas para que no falle. El invento es alemán aun diga abajo del aparatito made in Corea. Antes decía made in Taiwán. La mayoría dice made in China. Con lo cual el estafador, bicho y pícaro, se mete a estudiar ideogramas para estafar al más grande continente del mundo. China.
Quiere expandir su escritura y hacerla universal. Para que todos los habitantes que aquí se cobijan en un símbolo tengan una vida cuanto menos digna. Una huerta y un árbol viejo. Unas cabras. La vida de un samaritano en túnica y unos tajos en la cara. Que sangre con las espinas de la corona. El rey ha muerto. INRI. Que sería lo mismo que decir: "descanse en paz".
La mano derecha le hace trampa porque el estafador es zurdo, y de la mano izquierda unos dedos le titilan tarantelas porque no es derecho. Muy acobardados sus dedos no dicen nada. Dan lástima. Se le cae el dedo índice sobre el teclado y con su yema pulsa en la mayúscula y se le queda pegada la yema en la AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.
"Tenés una especie de párkinson literario", habría dicho de vivir, el maldito MF (el fantasma mequetrefe)
El inválido ve al estafador con una máscara lívida y tras su identidad falseada al monstruo parado en 24 patas con 25 pijas y 77 conchas agrietadas en su espalda, y en su panza dos agujeros insondables negros y hediondos le aparecen, desde donde le salen fuegos artificiales con olor a pólvora vieja. De anteriores guerras y antiguas celebraciones.
Esa gran pasarela de las vanidades, de biselados espejos de compensación para sentirse alguien, por haber anonimado su obra. Maternando y empollándola, al estafador ni lo mosquea. Entonces el inválido entiende a los nombres propios y a los ajenos como posibles motes para la construcción de personajes. Los dobles apellidos le suenan bien al estafador, siempre y cuando los acompañe una arquitectura de ruinas. El estilo. Cierta cultura de clase aristocrática y perversa. Con pasados oscuros y siniestros.
El estafador es tal vez el mejor fabricante de ruinas que queda en este mundo. Rascando un poco la piel y las escamas podemos darnos cuenta que no somos nadie. La vieja analogía con el bufón y la mascarita calza justo. La onírica sapiencia del monje y del copista medieval vuelve a reaparecer en el silencio de una construcción abandonada.
Como Eco en El Nombre de la Rosa "En toda la palabra rosa está la rosa. La inmarcesible rosa que no canto. La que es peso y es fragancia. La del negro jardín en la alta noche, la de cualquier jardín y cualquier tarde, la rosa que resurge de la tenue ceniza por el arte de la alquimia, la rosa de los persas y de Ariosto, la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas, la joven flor platónica, la ardiente y ciega rosa que no canto, la rosa inalcanzable". JLB
Hacemos cosas inútiles e inservibles que no tienen precio y no interesan para nada. No porque valgan mucho o poco (precio) sino porque no valen literalmente nada (el absoluto) No valen un céntimo. Y de eso el inválido se enorgullece frente al estafador que lo mira de reojo con fuerte celo de perro alzado (pura analogía, no se lo quiere culiar) Gracias a su dolencia el enfermo ha producido una obra (dialexis) y con la enfermedad se llevan tan bien que han dicho juntos y a coro, cual dos tortolitos enamorados de su dopamina:
"... tenemos muchísimas ganas de irnos de vacaciones los dos solos, tenemos pensado recalar en Turín, Italia. Se mandarán cartas y postales y se grabarán específicos saludos en italiano para que vean cómo y cuánto hemos aprendido a parlar el italiano".
La obra no se sabe bien de qué va, ni se sabe mal de qué trata. A nadie se le ha mostrado algo como para testificar lo dicho hasta el momento, que dé cuenta que hay algo sobre lo que se trabajará. Sin embargo el estafador comulga con la idea del anonimato y acopia una obra incomprensiblemente hipertrófica de entenado, como si fuese un tratado de manutención tras la caída del primer meteorito. Y si mete orito es que tiene oro, oro en polvo, de una alquimia escapularia o tal vez de un monasterio ortodoxo donde priman los castigos físicos. El viaje está más que hablado y la enfermedad habría dicho lo siguiente: TRES RECETAS Y EL PASTILLERO HASTA LA CAJETA.
Con la enfermedad está (y estamos) pasando el mejor momento de su (y nuestra) vida. Con la enfermedad para todos lados anda pavoneando (de etiqueta) y dando envidia al padecerla ¿Todos quisieran padecer la enfermedad? Me sale del alma el no sabe no contesta al escuchar esa pregunta. Además, dice nuestro personaje y lo reafirma: "padezco una deformación mental que se da en una de cada cinco mil personas".
El estafador es un profesional de la mentira. Usa taladro. Pero trasviste a mecánico dental y escribe cartas a personas solitarias que atraviesan pésimos momentos. El estafador sabe estafar con la lengua y con la boca. Tiene herramientas. Ha sabido cultivar en estado agrícola y en estado industrial su arte. Otros estafadores hacen la chiquita y la fácil, por desesperación se apuran y sacan lo que sacan para quedar vacíos por dentro y pasar a otra estafa, a la siguiente. A otra cosa mariposa. El arte de estafar se ha perdido como se ha perdido el arte de robar con estilo. El arte de lo ilícito y el arte de lo prohibido tienen sus raíces ancestrales y habría que aprender más de los uruguayos. O declararse uruguayo sin más como lo hizo el conde.
Exclusivas enfermedades, tratando de levantarle la estima al personaje, le desarrollo en su descanso y le cuento, cuando cierra los ojos, sea siesta o de noche, que las cosas que no cierran deberán romperse. Y las que no abren también, porque generalmente son cajas de pandora y no se puede esperar la sorpresa de la noche.
"Porque de eso trata esta historia", dice la enfermedad fumando un pucho. Se sienta y acomoda el culo la enfermedad en el taburete y se larga a hablar hasta por los codos: "tengo el pelo teñido y los ruleros puestos, te cuento Jaime que...", dice la enfermedad, sirviéndose un whisky on de rock. Te cuento que el otro día ¡.....!
En los pasillos retumba el murmullo de la charla entre el estafador y el inválido. Dos potencias se divierten conversando. Qué conversan entre ellos es un irrevelable misterio: "aquí tiene lo conversado y cumplo con mi palabra de estafador, lea nomás, son 850 páginas de puro delirio".
Con tanto derroche el inválido se pronuncia en la conversación y dice:
"con la enfermedad se puede labrar una obra perfecta, la gran obra de la locura, por la que pasan casi todos los enfermos mentales. Como se notará, no se habla aquí de las profesiones: ingeniero, medico, escritor, psicoanalista. La enfermedad maneja los tensores del escribiente y por más recomendaciones y consejos, el escribiente no hace lo que debería, y escribe lo que le dictan voces, y dibuja lo que las manos le obligan por su sufrimiento. Puede que tenga una sola mano y en la otra un pedazo de acero de prótesis de gancho, donde puede colgar si monta una carnicería, morcillas y chorizos, chinchulines y vísceras. Es un modelo chino y práctico de escritura por depresión. La depresión al enfermo y la obsesión compulsiva al estafador conforman, la receta ideal para que esto funcione y fluya, es cuestión de un budismo de clona, le habría dicho el estafador al enfermo".
No quieran saber no le preguntan a nadie el gol que se acaba de errar el numero 7. La vaca llora, la vaca dos puntos suspensivos. La arena es de Roma y la sangre es de los combatientes para obtener su libertad. Son dos leones y tres verdugos contra el estafador, pero un cínico no se amilana ante tamaña situación límite. El estafador mira a la reina y le hace un guiño con su ojo derecho. La Reina reina. El rey está borracho. La doncella desnuda está en la página en blanco.



