Crónicas del subsuelo: Cañerías

Crónicas del subsuelo: Cañerías

Por:Marcelo Padilla

 En las presuntuosas menudencias de la carne, bajo un relieve chítaro que enclaustraba hasta la demencia, aún a sabiendas (sin detenernos en las cenefas enrojecidas del cielo) por esas horas, meandra coincidencia nos ha caído en aleatorio descuido; más aún: en torva peregrina que baja de los montecillos criados por las pantallas gigantes, remedan plañideras, el efecto de humanidad en las sonrisas de colmillos lustrados; las modificaciones neuronales a esas chicas y a esos chicos, - Ay tan jóvenes, Ay tan brillantes en sus parpadeos ante las cámaras-, como si los hubiera filmado el mismísimo Morel antes de su desaparición y póstuma despedida. Es que no se ha enterado nadie, por ahora, y espero no lo digan, por si acaso algún rumor haya llegado a levantarse como polvo que friolea por el aire a centímetros del piso, y de los muebles, y de las calles. Tejiendo al neón y al ónice oblicuo, panean sobre los picos ensombrecidos por el edificio gris de 34 pisos, bajo el mar, se apean unas alas de cetáceo lindando la ciudad perdida que mantuvo con vida, y a sus formas de adaptación eficaces, ante emergencias cuantitativas por las pérdidas, a las barcazas últimas del riachuelo seco que diluye las proyecciones del agua sobre el recuerdo nítido en el secano, vino a confirmar, días de oscuridad y noches de vigilia que por pura ensoñación un conjunto de balas de cartucho han salido todas juntas de la cremallera antes de tiempo, a la vez, a perseguir bolsas negras de los basurales fétidos, tal vez para comprobar, con la pérfida aparición de unas vocecitas que chirrían por el piso a cualquier hora de la madrugada, -movidas por el viento y la fresca-, las vocecitas que sí han aspirado el polvo flotante, sin la bruma que embarra, gracias a las características del clima y la cultura del lugar que, desvanecida, sigue con su temple abierto como tajo que vislumbra la osamenta de un argonauta del pacífico.

Estoy: agazapado y oscurecido entre la comisura de los azulejos, ya convertido en Ellas, finalmente, por acción de aspiración del veneno (Definitivamente, a Ellas no las roza el nuevo compuesto) He venido a tomarlo de golpe para proceder a la transformación total y vaciar la identidad en anonimato perturbador, a través de esas vocecitas que bullen en los bichitos de múltiples tamaños, de delicada y cobriza escarlata. El pasillo duplicado oblicuamente por la sombra y las ventanas flameando cortinas por el viento, metido de lleno como un espectro a mis aposentos, que del miedo al pavor, y del tiritoneo al grito mudo por la soledad de las habitaciones departamentales que resisten, adecuadamente, la presión del fondo del mar y, el corazón propio de la ruina late a sus anchas encriptado en la piedra antigua, que de siglos se alimenta, brote sanguíneo brioso de galope, como el de los conquistadores con Magalhaes a la cabeza, o con la cabeza de Magalhaes.

Así las cosas, la primera cabeza a exhibir fue la de un caudillo de Olta, paseada por la plaza principal de un pueblo seco y alejado, más cerca en el tiempo de los últimos dromedarios que del humano barbudo. En orgiástico temblor, cuando las cabecitas fueron marchando en lo alto de las lanzas, encastrada una de ellas especialmente por el tronco de la laringe a una punta seca y bien cepillada. El monstruo -esfinge que vive en plena postmorten- deja su mejor legado de ojos bien abiertos, como de desesperación y grito. Magalhaes va con sus reos por el mar bravío siguiendo el eje crepuscular de los tirantes y las velas. Que de a ratas se alimentan en estribor con la quema de los mascarones de proa, que anuncian, delirantes, por arpones aerófonos, la llegada a nuevas tierras jamás visitadas por miembros del mundo conocido.

Subo una patita y después subo otra, -ya me voy acostumbrando a manejar la motricidad que ellas manipulan, que tan bien se movilizan y desaparecen ante los golpes de luz, esparcen, como si una bomba hubiese caído sobre el cerámico de los pisos-. Sigo en la comisura de los azulejos, oteando, las maravillosas fibras de esa muerte invisible que cubre los gestos y las facciones. De las proyecciones en las pantallas gigantes (presumiblemente dada la elongación de la masa corporal) los jóvenes ahora saltan, y salen y gritan sus últimos anti natalicios de octubre. -: No nacerán más niños, se escuchó, en un susurro. Y al que nazca será decapitada su madre y su padre en celebración municipal junto a la orquesta de vientos de la comunidad alemana de la reparación histórica.

Cuántos alemanes murieron, cuántos tuvieron que exilarse, y cuántos se suicidaron al ver entrar las tropas rusas en territorio Bávaro. La confederación de vampiros de la Bavaria antigua ha emitido un Bando que reza sextinas en un idioma indescifrable, acaso brotado de un grimorio de lenguas bípedas que avalanchan vocecitas esparcidas por los prados. Mientras las bombas caen, los niños del peregrinar se arrojan de los puentes hacia el río, atados con sus madres repletas de piedras en los bolsillos, para asegurar la hundida profunda y verterse en la colonia de departamentos que siguen respirando bajo el mar, sitio y camposanto acuático para los muertos, divino tesoro para museos de los naufragios. Flotan allí los cofrecitos y las cajitas de música con bailarinas de milongas, cosa extraña en el mundo del juguete.

No es diluvio, tampoco una hecatombe por efecto de las alucinaciones, el eco de estas cavidades aumenta y repite las voces que se vuelven a colar por el ventanal. Conversan como si estuvieran aquí, a dos o tres centímetros de distancia. Los ruidosos caños que transportan el agua entre el óxido y el sarro aturden. Pareciera que han usado las duchas a la vez todos los baños de todos los departamentos. Pareciera también que hay gritos que viajan en las cañerías, frases de gritos, y de golpe, un silencio atronador gracias a la gota que cae sola, que diferencia al silencio de los ruidos, por una gota que llena algún recipiente que no veo, que no puedo distinguir, porque aquí es todo ceguera.

No obstante, y sin embargo a fuerza de, y a la vez como si fuera un empezar de cuento maldito, los azulejos se abren sin que yo haga nada, y tú estás fuera de mi cavidad hueca, lejos de considerarme un ser humano como cualquiera. Puedo verte, cobriza caminando sobre mi pecho, resbalando de mi brazo, y así recorres todo mi cuerpo adormilado por la mala posición y la oscuridad, somos ahora de la misma especie. No salgo a no ser que se hagan las ocho de la noche, perdón, pero no puedo ya seguir soportando combatirte, me has vencido junto a tus vocecitas galopantes, me han dejado sin escucha casi, que ni el rocío del veneno has degustado.

Marcelo Padilla