Milei "el loco"

El candidato libertario es constantemente diagnosticado, pero nadie se pone en sus zapatos.

Milei "el loco"

Por:Ana Montes de Oca
Periodista

"Si yo le erro, a mí me destrozan públicamente", se defendió Javier Milei cuando reclamó en el programa de Esteban Trebucq que bajara el nivel de bullicio que había detrás de cámara.

Bastó eso, y que se emocionara cuando habló de su experiencia en el Museo del Holocausto, para que se volviera a poner en duda su salud mental.

Milei "está loco" porque grita, porque se emociona, porque quiere mucho a su hermana, porque se ríe, porque no se ríe, porque intenta terminar un argumento y se muestra molesto cuando lo interrumpen constantemente, porque pide que lo dejen terminar de hablar, porque adora a sus mascotas. Básicamente Milei está loco porque, no siendo político, se metió en política, y eso no se perdona. 

Horacio Rodríguez Larreta se lo dijo a Alejandro Fantino: "Vos cuando buscás un médico buscás uno con experiencia, no vas a hablar con un tornero cuando tenés un problema médico, o con un arqueólogo. Si tenés un problema médico elegís al mejor entre los médicos, pero tiene que ser médico". 

Larreta insiste con la "falta de experiencia" política de Milei pero no despotrica contra Sergio Massa que, siendo abogado (aunque nunca ejerció), maneja la economía del país. Y, dentro de su lógica, olvida un dato destacable y es que Milei es un economista especialista en "Crecimiento con y sin dinero", algo que claramente es lo que Argentina necesita: crecer sin un peso. 

Por eso Milei es "un loco" al osar meterse a jugar un partido al que nadie lo invitó. 

Entonces se le critica no ser político. Le critican no ocultar lo que realmente piensa, no poner cara para la foto, o no estar "casseteado" y dentro de los límites del guion político. En definitiva, está loco porque se muestra como es. 

Hace tres meses que el candidato libertario no para un minuto. Está todos los días en algún programa de TV, de radio o de streaming, hace una recorrida semanal por algún lado, viaja a provincias en micro o está arriba de una camioneta cinco horas para hacer tres cuadras. Lo besan, lo abrazan, le piden 6 millones de selfies, le pasan niños llorando por encima del capó, le lanzan desde flores hasta motosierras, le hacen cuadros gigantes, y también lo putean , lo cuestionan y lo critican por cada palabra y cada gesto. 

Ponerse en los zapatos de cualquier candidato en campaña le provocaría a cualquier ciudadano común un nivel de estrés al borde del ataque de pánico. Ni hablar de estar expuesto a la crítica constante de millones de personas, que ahora son menos porque al menos con una parte de los votantes de Juntos por el Cambio dejaron de odiarlo cuando se firmó la tregua. 

Y, como si no bastara, manejar la posibilidad de ser elegido presidente y no fallarle a 47 millones de personas. 

Cualquier ser humano en sus cabales se volvería loco. Menos un político con experiencia.