La evolución y el presente de una empresa mendocina y familiar en pleno y constante crecimiento.
Churrico, esa empresa mendocina que siempre se está reinventando
Cuesta no recordar algún plan de sábado de invierno con amigos en calle Lavalle para ir al cine, pasar por Pumper Nic y terminar disfrutando de un chocolate con churros en Churrico.
Las marcas y empresas propias de Mendoza que tienen una identidad tan profunda en la vida de sus habitantes pueden contarse con los dedos de una mano. Una de ellas es Churrico. La empresa familiar que ya lleva tres generaciones reinventándose está próxima a cumplir 50 años, y continúa tan arraigada en el fiel corazón de los mendocinos, que logró desprenderse del invierno, su gran aliado, para ofrecer todo tipo de comidas a toda hora, con un éxito envidiable, aunque predecible.
La historia comienza a mediados del 68...
...Cuando César Agüero y su hijo Daniel decidieron inaugurar una pequeña fábrica de churros en las inmediaciones de la calle O´Brien 100 de Guaymallén.
«El primer local fue al lado de donde ahora está Churrico, a mitad de cuadra. En el 85 inauguramos en el Centro un local más grande sobre calle Lavalle, y ya estaba la idea de hacer un negocio que abarcara toda la franja horaria. Ahí pusieron pizzería y heladería. Fue el boom del helado, churro y chocolate libre», cuenta Julio, hijo de Daniel y orgulloso nieto de César.
«Siempre le gustó hacer cosas que no existieran, innovar, emprender; se reinventaba todo el tiempo», dice mientras recuerda a su abuelo.
"La gente quería Churrico todo el año, no solo cuando hacía frío»
Pero la tradicional oferta gastronómica y de entretenimiento de la calle Lavalle de los 70 y 80 tuvo su ocaso a fines de los 90, con la llegada de los shoppings. El cine Lavalle hizo una larga pausa, Pumper Nic cerró todos sus locales del país y Churrico regresó al lugar que lo vio nacer: la calle O'Brien. El menú volvió a acotarse al chocolate con churros en invierno y el helado en verano.
La zona no era muy comercial, pero el público acompañó, y era difícil no imaginarse un Día del Amigo sin juntarse en Churrico, por más colapsado que estuviese.
"La decisión fue aguantar".
«En el 2000 enfermó mi abuelo y falleció en el 2001, en plena crisis. Nuestros padres nos dijeron ?hasta acá llegamos, pero los apoyamos?. Fue en ese momento que empezamos a ver con mis hermanos Laura, Luciana y Facundo qué íbamos a hacer y de qué manera ampliar el rubro. La decisión fue aguantar», recuerda Julio.
«Abríamos solo en invierno, y cada uno tenía otros trabajos. Finalmente en el 2008 logramos comprar toda la esquina de O'Brien. En octubre de 2012 y volvimos a la idea que había tenido mi viejo en el Centro, de ocupar toda la franja horaria y fue cuando ampliamos muchísimo la propuesta gastronómica. La gente quería Churrico todo el año, no solo cuando hacía frío», agrega.
Y detalla: «Ampliamos los panificados, luego agregamos tarde de té con pastelería, almuerzo y cena, le agregamos empanadas, milanesas y hasta ensaladas y productos para celíacos. De 7 a 1 de la mañana siempre hay una propuesta diferente, y siempre hay alguno de nosotros en el local».
«¿Pizza con dulce de leche?»
Churrico sobrevivió todas sus crisis gracias a que pasó de ser una marca a una experiencia, un concepto, y si bien su mejor aliado supo ser el frío, hoy Churrico ya no solo se conoce por el chocolate con churros.
«Cuando planteábamos que queríamos ofrecer pizzas nos decían ?¿Y qué van a hacer, pizza con dulce de leche?. La estrategia fue buscar la forma de desasociarnos de un solo producto. Es algo muy difícil, pero lo logramos», cuenta Julio con orgullo.
«César, ¿por qué en Mendoza no hay churros?»
Podría decirse que todo comenzó con la apertura del local de calle O'Brien, en el año 68, pero la realidad es que todo inició mucho antes y Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes tuvo mucho que ver con eso. Sí, «Cantinflas».
«Mi abuelo era mozo del Hotel Palace, donde está ahora está el Hotel Balbi, y mi abuela Lucía, era peluquera de Godoy Cruz. Él siempre fue carismático y emprendedor, muy visionario, siempre estaba organizando juntadas, era súper agradable, el que siempre animaba la fiesta», recuerda su nieto.
Lo cierto es que tanto por su personalidad como por su trabajo, César conocía a mucha gente e incluso llegó a atender al propio actor y comendiante mexicano Cantinflas, con quien no tardó en entablar amistad y quien le contó sobre esa tradicional delicia proveniente de España y que todo México ya disfrutaba pero el hotel no tenía: los churros.
César supo de un español del Mercado Central que los hacía y se propuso llevarle a Cantinflas hasta el comerciante para presentárselo y que el actor finalmente pudiera disfrutar de sus amados churros. La experiencia fue tan mítica para todos que dejó una semilla en la cabeza de César.
«Al tiempo mi abuelo abrió un local en Chacras de Coria para cenar y bailar, donde mi abuelo y mi viejo eran los mozos y mi abuela trabajaba en la cocina. Ahí conoció a un hombre de Lanús, que pronto terminó siendo amigo de la familia, y le preguntó por qué no se acostumbraba en Mendoza desayunar temprano chocolate caliente con churros. Ahí mi abuelo recordó todo», narra Julio.
Con la idea tomando forma en su cabeza, César viajó a Buenos Aires y empezó a interiorizarse en la fabricación de churros. Al regresar a Mendoza comenzó a buscar quién le hiciera una máquina para tal propósito, y aunque al principio no tuvo suerte, finalmente un ingeniero con un taller en la calle Belgrano aceptó el desafío e inmediatamente se hizo fabricar la máquina hidráulica que hasta el día de hoy elabora 200 churros cada 10 segundos.
«En verano poner esa maquina en funcionamiento era pérdida, por eso solo aparecíamos en invierno. En cualquier lado del mundo el churro es casi una factura más, pero en Mendoza era súper estacional; excepto hace seis años», dice Julio.
La innovación permanente, la responsabilidad, el respeto por el cliente y la calidad estricta de los productos. Todo eso dejaron los abuelos César, Lucía, y sus padres Daniel y Adriana, a estos cuatro hermanos mendocinos que no pasan un día sin, aunque sea alguno, darse una vuelta por el mítico local de calle O'Brien.



