No hubo pena. Esta vez no hubo “ni pena ni miedo” como declara el geoglifo en las montañas del desierto de Atacama, escrito de Raúl Zurita mediante una intervención hecha para quienes lean el testamento de una parte de la especie que está enterrada pero comunica, desde la desolación del norte chileno. Marzo de arena. Los idus. El tunduqueral en su viudez de otoño. La montaña atrajo el agua de las nubes esteparias. Las parcelas de las economías de amparo sin celos. Los zorzales. La segunda flor del jazmín. La belleza del otro lado del mostrador, la que nos venden. Esa alegría que no se nota ni en la cara del que la difunde con el marketing. Marzo de 2017 fue sublevación de a pie contra los que andan volando en las alturas. Rasante la masa anónima centrada en el suelo. Las ciudades y sus marchas. Las rutas. Los puentes. Todo lo que conecta para la vida en ciudadana urbanidad colapsó porque los de a pie ocuparon ese progreso de las gigantes obras que permiten el traqueteo de las mercancías, exentas de toda retención para la ganancia del que engorda el arca, en cultura raigal de la calle que ahora grita. Marzo vital, millones de bramidos de lobos en las noches lejanas de derechos. Ayer un estado comatoso, Marzo, el trampolín para los que se empoderaron caminando. Silenciosos, desde los panteones, la mueca del gran Chacho en Olta. Las raíces crecen en la desolación de los llanos y las montañas, descansan en las postas y toman las ciudades.
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La cara de la política en máscaras trizadas. La vergüenza. Pepe y Marito en ese kiosco curandero. Y las chicas laburantes de la panadería boutique que ya no callan. “No se puede vivir así”, me dice la más envalentonada pasándome la bolsa con el pan de trincha, mirando hacia abajo para que no sea escuchada por la dueña que por ahí, anda merodeando. “No llegamos a fin de mes”, remata. Los patrones paródicos que las tienen vestidas de guardapolvo blanco para atender a la clientela están en negro laboralmente. Esa es la imagen patética de los tiempos de la felicidad en cuotas con intereses altos. La felicidad para los que tienen hoy todo el poder concentrado es eso. El goteo de la extirpación con la promesa del más allá que vendrá si todos tenemos fe. Mientras tanto, a soportar el medio para llegar al dorado. Me han golpeado la puerta de la casa tres veces mínimo por día pidiendo pan o trabajo.
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El subsuelo de la patria de los ninguneados sublevado. No solo con las marchas y sus reclamos. También hay un subsuelo sublevado en el quehacer cotidiano: la gente se empieza a juntar para cualquier cosa saliendo del aislamiento impuesto. Seduce la barbarie en su cinta transportadora a lo moebius. Los que tienen miedo ya no son los abajo, ahora el miedo lo tienen los de arriba de los escenarios burocráticos. Esa señal de base siembra el poder contrahegemónico de quienes estaban en la espera. Ya las herencias no son las culpables de la suba de todo lo que se necesita para calmar a la comunidad. Una sopa no es el alimento. Un té con pan despierta la bronca concentrada por meses, y si bien esa bronca existió siempre, hoy, cierra filas con las pancartas hechas a mano. Y ahí sí… todos somos iguales:
En la hendidura de la calle los tipos doblados esperan el sol de las nueve de la mañana
rotos
hachados
se hamacan las velas de los difuntos con el primer temblor
sostenidos por la tierra
apenas dolor del dolor de los santos diablos
una mujer encerrada crepitando
último otoño
ha sabido de oídas que un zaguán y su gomero fueron parte de las casas viejas
que eso
nos hizo iguales
en otros tiempos sin maquillajes
cara lavada de las casas de los barrios
en la pobreza en la quietud de las siestas
en la oceánica conversación que no sabe del apuro ni del correteo
iguales
a lo sumo diferentes, por la cantidad de dientes
igual escuela igual hospital igual uniforme igual cerco de alambre de los patios
a lo sumo diferentes por la cantidad de gatos
a lo sumo diferentes por la cantidad de perros
en la hendidura de la calle… iguales
desocupados iguales
con el mismo dolor igualitario
el hambre igual
la misma ristra de ajo
a los sumo diferentes por el tipo de padecimiento del anciano de la casa
la casa
las calles
la tierra huracanada que envuelve
iguales
la misma tarde y el único sol que cae para todos
iguales
a lo sumo diferentes por el uso de la vereda para llegar a la esquina
y al pozo
iguales en el pozo
iguales en el infierno
iguales en la santa misa
iguales en las fiestas comunales con una virgen para todos
a lo sumo diferentes por la cantidad de rezos paralelos
a lo sumo diferentes por el luto y congoja de un día que vino
de culo
iguales
montón de guachos callejeros iguales en el potrero
montón
a lo sumo diferentes por las pulgas y los piojos nómades saltimbanquis
iguales en los consumos de un estrecho menú de juguetes y vicios
iguales en bandada y en jauría
en la hendidura de la calle
hoy desocupados
iguales.



