San Martín y el vino cuyano, una anécdota mendocina
En una columna aparecida anoche en revista Veintitrés, titulada “Recuerdos del futuro”, Felipe Pigna cuenta una espectacular anécdota que une a Mendoza, el vino cuyano y San Martín. Así la revela:
En 1816 el general San Martín aceleraba la formación del ejército que, en cuanto completase su equipamiento y lo permitieran los pasos cordilleranos, debía iniciar sus campañas libertadoras. Eran tiempos duros, con un enemigo que amenazaba invadir desde Chile como lo hacía ya desde el Alto Perú. Pero el general no perdía su sentido del humor ni su vocación didáctica sobre el valor de lo americano, a pesar de los prejuicios de los propios interesados. Un día llamó a Manuel de Olazábal, entonces un muchacho de 16 años pero ya veterano de combate y teniente de Granaderos. San Martín le tenía un gran aprecio y hacía poco lo había puesto al frente de su escolta. Según narrará Olazábal:
“En el momento en que entré, me preguntó: –¿A que no adivina usted lo que estoy haciendo? Hoy tendré a la mesa a Mosquera, Arcos y a usted, y a los postres pediré estas botellas y usted verá lo que somos los americanos, que en todo damos preferencia al extranjero. A estas botellas de vino de Málaga, les he puesto ‘de Mendoza’, y a las de aquí, ‘de Málaga’. Efectivamente, después de la comida, San Martín pidió los vinos diciendo: –Vamos a ver si están ustedes conformes conmigo sobre la supremacía de mi Mendocino. Se sirvió primero el de Málaga con el rótulo ‘Mendoza’. Los convidados dijeron, a lo más, que era un rico vino pero que le faltaba fragancia. Enseguida, se llenaron nuevas copas con el del letrero ‘Málaga’, pero que era de Mendoza. Al momento prorrumpieron los dos diciendo: –¡Oh!, hay una inmensa diferencia, esto es exquisito, no hay punto de comparación… El general soltó la risa y les lanzó: –Caballeros, ustedes de vinos no entienden un diablo, y se dejan alucinar por rótulos extranjeros, y enseguida les contó la trampa que había hecho”.
Sin duda que San Martín hablaba desde su patriotismo, pero también lo hacía en su condición de conocedor y amante de los buenos vinos, que había adquirido en sus largos años de formación en España, más precisamente en la Andalucía desde donde llegaban al Río de la Plata los principales competidores de nuestra producción.
San Martín y sus colaboradores impulsaron planes de fomento agrícola, que incluyeron la venta de tierras públicas que hasta entonces no eran cultivadas. Las medidas apuntaban, además, a diversificar la producción. Como resultado de estas políticas…
“…podrá Mendoza extender entonces con excelentes probabilidades sus potreros de alfalfa para invernadas, sus plantaciones de frutales, sus olivares, sus plantaciones de álamos cuya madera es tan útil en Cuyo y sus chacras de trigo para el propio consumo y para mandar harina [...] a la misma Buenos Aires y habiendo enormes extensiones de tierra inculta y baldía al Norte del Retamo (hoy Junín), San Martín auspició su cultivo y colonización de un pueblo que se denominó Villa de Barriales que desde 1823 lleva el nombre de su ilustre fundador”.
Medidas similares tomó en San Juan el teniente de gobernador José Ignacio de la Roza, al dividir en quintas y chacras tierras fiscales en Pocito, lo que se completaría con las obras del primer canal matriz de riego que permitiría incorporar a la producción tierras en lo que entonces era el departamento de Angaco (actuales Albardón, Angaco y San Martín).En los años siguientes, los intentos por introducir el cultivo del tabaco en San Juan y la plantación de moreras en Mendoza, con vistas a iniciar la cría de gusanos de seda, eran parte de una búsqueda de alternativas a las dificultades que afectaban a la producción vitivinícola, debidas principalmente a la política fiscal y aduanera seguida por los gobiernos centrales y que luego continuarían bajo los provinciales, en especial el del principal mercado para la producción de las bodegas nacionales: Buenos Aires.
Los cabildos y los diputados cuyanos en el Congreso que declaró nuestra independencia formularon reclamos para que el Directorio bajase los excesivos impuestos y derechos de tránsito que pesaban sobre la producción de vinos, aguardientes y frutas secas. A la carga que venían soportando desde los tiempos coloniales, se sumaron impuestos extraordinarios para contribuir a los gastos de guerra como el dispuesto en diciembre de 1813 por la Asamblea, con un agravante: la libertad de comercio internacional sostenida por los gobiernos centrales hacía que esos impuestos y aduanas interiores resultasen más perjudiciales, fomentando de hecho a las mercaderías importadas. El diputado y más tarde gobernador de Mendoza, Tomás Godoy Cruz, presentó un proyecto para eliminar esas trabas:
“Ambos pueblos [Mendoza y San Juan] habían dado reiteradas pruebas de desinterés y patriotismo, pero la carga impositiva que pesaba sobre sus productos asfixiaba su economía. Godoy Cruz expresaba que los gravámenes del comercio interior [...] solo fomentaban las rivalidades provinciales y que entre las provincias que formaban una sola nación debían proscribirse las trabas que dificultaban la circulación de sus productos”.
“Los vinos y aguardientes de Cuyo, decía Godoy Cruz, a pesar de los aumentos de los derechos a los extranjeros, eran perjudicados por la concurrencia de estos últimos, agregando el diputado por Mendoza que la medida solicitada era universalmente adoptada por las distintas naciones para fomentar la industria nacional y que, a favor de la protección, llegarían a superar la calidad y desalojar los vinos del exterior. Al referirse a los derechos de exportación que percibía la Aduana de Buenos Aires expresaba que una parte de los vinos de Cuyo se exportaban a Montevideo y Brasil, en cuyo casos los derechos de exportación recaían sobre los productos nacionales, cosa reprobada en los buenos principios de economía”.
Como signo de los intereses que predominaban en el Directorio, el proyecto fue rechazado por el Congreso, ya establecido en Buenos Aires. El diputado José Malabia, al fundamentar ese rechazo, sostuvo dos argumentos: que las cargas internas y los derechos de exportación eran necesarios para el tesoro nacional, “destinado a emplearse en utilidad y beneficio de todas las provincias”, y que la manera más eficaz para mejorar la calidad de los productos nacionales era la competencia de los importados.
En igual sentido se manifestaron los comerciantes del Consulado y una “comisión de árbitros” consultados en 1817 por el director Pueyrredón, diciendo:
“Que si bien los cuyanos han sufrido quebrantos como consecuencia de los donativos y anticipaciones que hicieron generosamente al glorioso Ejército de los Andes, no debe concederse la prohibición de introducir caldos extranjeros por las siguientes razones:
1º los derechos que pagan los caldos extranjeros son excesivamente altos;
2º el sistema liberal se opone a prescribir artículos de comercio;
3º los caldos nacionales son de inferior calidad y no pueden reemplazar a los importados;
4º los caldos cuyanos no conseguirán la exclusividad del mercado, aunque se prohibiesen los extranjeros, porque el contrabando de estos artículos no tendría límites;
5º si se prohibiese la importación, dejaría el Estado de percibir las ingentes sumas que le producen en la actualidad”.
Como bien señalaba Godoy Cruz, esas actitudes no hacían más que avivar las rivalidades internas, lo que en pocos años más se hizo evidente con la disolución de las autoridades nacionales y el largo período de guerras civiles que se prolongó durante buena parte del siglo XIX.


