La discusión sobre el eventual retorno de las amonestaciones, tiene en vilo a Mendoza. ¿Sirven para mejorar el sistema educativo?
¿Sirven las amonestaciones a los alumnos?
Todo empezó en Mendoza hace unos diez días, cuando trascendió que se había conformado una especie de “equipo técnico” a las órdenes de Alfredo Cornejo que analizaba la posibilidad de volver al viejo sistema de amonestaciones.
El mismo que, tres años atrás, el Ministerio de Educación reemplazó por un régimen de quita de puntos.
La vocera del grupo, la senadora radical Norma Corsino (foto), aseguró al respecto: "Deberíamos volver a analizar este régimen con las instituciones educativas y con el gobierno electo (…) Los mismos chicos piden límites".
No obstante lo mencionado, Corsino aseguró que desconoce la postura personal de Cornejo, aunque dijo que el equipo estaba trabajando por este cambio.
Si se tiene en cuenta la crisis que atraviesa Mendoza, parecería un tema menor, casi intrascendente. Pero no lo es. ¿Qué tan inadecuado podría serlo? ¿Desde cuándo es algo menor la educación de los jóvenes y adolescentes?
Aclarado el punto, aparece el interrogante más relevante: ¿Serviría de algo volver al viejo sistema de amonestaciones?
Para la pedagoga y educadora, Mónica Coronado, no solo no servirá, sino que es algo imposible de hacer: “Es una discusión necia, que no lleva a nada como respuesta a qué tipo de problema o cómo se están concibiendo los problemas que hay en las escuelas… para pensar que la vuelta a las amonestaciones va a significar una solución, eso es lo que más me preocupa”.
Por si no fuera suficientemente clara su postura, la pedagoga argumentó: “Todas las escuelas desde sus inicios han tenido método de sanción de comportamiento que se consideran incorrectos, el tema es la naturaleza de la sanción y hasta qué punto esa sanción sirve para educar y ahí está el punto. Una cosa es castigar por castigar y otra cosa es hasta qué punto se puede reprender una acción, como puede ser la burla hacia un compañero, la discriminación, que son temas que tienen que ser sancionado y en vez de aplicar una medida puramente burocrática, como es la amonestación. En definitiva no es nada mágico, es simplemente una llamada de atención por escrito que tiene un número, eso es una amonestación”.
Para Coronado el problema es concreto: “Yo veo que la amonestación no impacta en el cambio del comportamiento del chico. Es puramente formal, tal vez en una época en donde familia escuela y sociedad tenían una mirada homogénea de la educación de los jóvenes, podían llegar a funcionar, el problema es que en esta época no funciona ni van a funcionar. Porque para los chicos un papel que es un formalismo que es una llamada de atención que llega a sus casas, no tiene el poder de convencerlos de modificar su comportamiento”.
La otra campana
Alejandro Castro Santander no precisa presentación: es psicopedagogo Institucional, licenciado en Gestión Educativa de la Universidad del Aconcagua y especialista en Gestión de la Convivencia Social y Escolar.
En diálogo con el Post, argumentó que el problema es más profundo de lo que se cree. “Hay que arreglarlo de raíz el tema, porque está mal hecho, mal pensado; hay que hacer mil cosas antes de ver el tema de amonestaciones”, advirtió.
-¿Por ejemplo?
-Hay que trabajar en un programa integral de convivencia, donde las normas sean parte de ello. Hay que trabajar, entre otras cosas, con el currículum de la convivencia, de control. Hay todo un camino.
-Todo un trabajo de construcción…
-Sí. La construcción de la norma se debería hacer a partir de ponernos de acuerdo respecto de los valores que tenemos que proteger. Se construye trabajándolo con los chicos, con los padres y los docentes. Primero hay que construir, después sí se ejecuta la norma. Ahí es cuando decís “el que no hace esto, o el que trasgrede la norma tiene tal consecuencia”.
-¿Cómo trabajó la Dirección General de Escuela al respecto?
-La DGE ha complicado todo innecesariamente. Por ejemplo, la participación de los padres tiene que estar en la construcción de la norma, no después. Es más, las normas de convivencia tendrían que ser para todos, los padres, los chicos, los docentes.
-¿Sirve una norma general o debe trabajarse de acuerdo a las características de cada establecimiento educativo?
-Tiene que haber un mínimo normativo y, a partir de ahí, que cada institución elabore sus normas de convivencia.
-Y lograr que se cumplan.
-Para que la gente cumpla con las normas tiene que participar de alguna manera. Lo que pongas tiene que funcionar como límite. Hay que buscar un sistema tal que te permita actual realmente en casos graves.
-En lo concreto, ¿sirven o no sirven las amonestaciones?
-Cuando se crea el sistema de amonestaciones, la idea siempre fue buena… pero se desvirtuó totalmente. Llegó un momento en el que nadie le daba ni cinco de bolilla. Hoy no hay límites.
-¿Cuál es la conclusión ante ese panorama?
-La conclusión es que tenemos que recuperar el sentido de la norma. También el sentido de autoridad. ¿Qué es una persona con autoridad? Es una persona que defiende los valores con competencia. Los chicos no respetan a los adultos porque no los ven defendiendo valores.
Colofón
Ante el panorama descripto, queda claro que las amonestaciones no son la solución final, sino parte de una discusión más amplia que aún no se ha permitido la sociedad mendocina.
Es que, de golpe, todo parece cruzado por la ideología. Hay infinidad de debates que llevan adelante personas que no están capacitadas para opinar al respecto y que terminan en la nada.
Son posturas innecesariamente enfrentadas, donde la “mano dura” y la “permisividad” son extremos de la misma discusión. Todo en una proclama que parece no admitir grises. Todo absurdo finalmente.
Mientras tanto, la degradación de la educación está a la vista. Ello en una espiral que parece no tener fin y devorar todo a su paso.
Es una discusión vieja como la humanidad, pero tan actual que amerita ponerla sobre el tapete a efectos de tratar de encontrar una solución. Eso sí, entre todos, como bien sostiene Castro Santander.
¡Si será antiguo el tema, que Confucio sostuvo casi 500 años antes de Cristo que “donde hay educación no hay distinción de clases”!



