Nuevo anticipo de la biografía no autorizada de Verbitsky

Nuevo anticipo de la biografía no autorizada de Verbitsky

Por: Mendoza Post

Gracias a la gentileza de su autor, el Post publica en exclusiva otro tramo de la biografía no autorizada de Horacio Verbitsky.

Esta es una historia de espías, topos, revolucionarios y cultores de la concepción “si tengo razón, todo vale”. Una historia de la incapacidad arrogante para asumir los errores del pasado, de lo turbio y de la traición. De la irresponsabilidad de dirigentes que llevaron adelante una aventura militar y política para la que no estaban preparados y escogieron una metodología revolucionaria que en otro contexto o realidad pudo ser la adecuada.

Pasaron más de cuarenta años de aquellos tiempos violentos, y sus protagonistas, los jefes y cuadros de las organizaciones armadas que sobrevivieron, no sienten la necesidad de explicar sus actos.

Horacio Verbitsky es un caso distinto a la mayoría de los dirigentes y oficiales montoneros. Atravesó la dictadura sin mayores problemas, y al recorrer las distintas etapas de su vida resulta muy difícil no asombrarse, temerle, enojarse, admirarlo y, por momentos, despreciarlo.

Las inexplicables alianzas y conspiraciones antidemocráticas, la lucha revolucionaria, el periodismo de filtraciones, el oportunismo, los carpetazos y su discurso sobre los derechos humanos le han dado a Verbitsky un poder inusitado. A tal punto que ayudó a instalar en los servicios de inteligencia leales al gobierno, primero, y luego, como jefe del Ejército, a un represor de los setenta (aunque ahora reniegue de ello).

En la lógica de nuestro personaje, el doble discurso está justificado si sirve para acumular más poder. Una formidable pila de carpetas esperando el momento adecuado para ser utilizada es el arma secreta de Horacio. Para él, la información no tiene valor en sí misma; generalmente la usa con alguna finalidad útil a sus intereses. De otro modo, puede esperar años en un cajón de su escritorio.

La utilización sistemática del pasado, del parentesco y aun de meras coincidencias en un lugar determinado son los argumentos de demolición más usuales que esgrime contra sus enemigos políticos. Es el más notable cultor de la “culpabilidad por cercanía”, una táctica de “discusión” que suele usar para evitarse la tarea de oponer argumentos de fondo.

“El Perro”, como lo bautizó Francisco “Paco” Urondo, supo guardar una aparente coherencia en la construcción de su imagen. En este libro intentaremos poner bajo una lente de aumento esa imagen forjada con paciencia y esmero.

Las pocas respuestas que Verbitsky nos dio, y que ya había ensayado en otras oportunidades, no bastan para aclarar la enorme cantidad de datos y testimonios que las contradicen.

Inicialmente, dijo que iba a concedernos una entrevista, pero luego recurrió a una estrategia poco original y menos decorosa: pidió que le enviáramos las preguntas por escrito, decidió responderlas vía correo electrónico y puso a su secretaria en el medio.

Después de estudiar al sujeto de esta biografía, después de analizar su participación en Montoneros, su vínculo con militares, políticos y presidentes, no pude contener la risa cuando imaginé al propio Verbitsky, no como el personaje empingorotado que muestra habitualmente, sino sentado tras la computadora de su secretaria y escribiendo en su nombre:

Estimado Gabriel, Te adjunto un documento Word con las respuestas de Horacio. Además me transmitió que ha tomado nota de tu promesa de publicarlo textualmente, todo junto tal como está. Muchas gracias. Saludos cordiales.

Escribir las respuestas para enviárselas a su secretaria y que luego ella nos respondiera a nosotros es una conducta que evoca el instinto que caracteriza a los perros: marcar el territorio, decirles a los otros perros: “Acá mando yo”.

Su paciente y casi obsesivo trabajo para llevar a juicio a cientos de represores de la última dictadura militar ha dado frutos indudables. Un alto porcentaje de quienes hoy están siendo procesados o quienes ya han sido condenados le debe su nuevo estatus al trabajo de Horacio. Hoy podemos agregar que de algún modo también se cuidó de cuáles debían ser excluidos del escrutinio de la Justicia. Su poco interés en encontrar miembros de la Aeronáutica involucrados con la represión o su “distracción” con el general César Milani son un ejemplo de esto.

Sin olvidar su aporte, quienes formamos este equipo de investigación periodística tampoco dejamos de sorprendernos y hemos tratado de entender cómo Horacio logró pasar de comisario político frigerista a segundo jefe de Inteligencia en Montoneros. De complotar contra el presidente Arturo Illia a cobrar dinero del general Juan Carlos Onganía, el dictador que derrocó al gobierno constitucional. De escapar de la feroz persecución y represión de 1976 a trabajar para la Aeronáutica desde 1978 hasta 1982, “protegido” por el comodoro Juan José Güiraldes y caminando diariamente por el centro de Buenos Aires durante los años más duros de la dictadura del general Jorge Rafael Videla. De ser parte del grupo de Inteligencia que planeó la mayoría de los operativos más sonados de Montoneros a ayudar a redactar los discursos de los jefes de la Fuerza Aérea y negar su pertenencia al grupo guerrillero frente a un juez durante la democracia. De luchar para condenar a represores a instalar cuatro décadas después a uno de ellos en lo más alto de un gobierno al que apoya casi con fanatismo.

Heredero y albacea de Rodolfo Walsh por decisión propia, se convirtió en el verdadero viudo del autor de Operación Masacre, desplazando a los familiares de su ex jefe.

Se quedó con sus archivos y, como veremos más adelante, hasta con los derechos de un libro, Ezeiza, cuya investigación fue realizada por Susana “Pirí” Lugones y Walsh, entre otros.

Con los años, Horacio ha demostrado una enorme capacidad e inteligencia para justificar lo injustificable, y una habilidad no menor para contenerse y guardar silencio frente a tantos atropellos a los derechos humanos y tantos hechos de corrupción que en otras épocas no habría podido callar. Los silencios de Horacio Verbitsky acaso serán, en el futuro cercano, un arma mortal contra su credibilidad.

Durante el desarrollo de las entrevistas que se hicieron para este libro, no pude dejar de comparar la conducta ética de Verbitsky con la de Antonio Gramsci y la del marxista argentino Horacio Ciafardini. Presos de distintos regímenes políticos, ambos tuvieron la oportunidad de salir del terrible encierro que estaban sufriendo a cambio de negar su pertenencia al Partido Comunista, el primero, y de asumirse como delincuente subversivo, el segundo.

Los dos prefirieron quedarse en sus celdas y no entregar su dignidad. No se trataba de un asunto personal, ambos formaban parte de una lucha. Cualquier militante es consciente de que sólo es una herramienta, una pieza, y que el éxito o el fracaso son impersonales, pues los sobrevive el proyecto político. Quienes militamos en partidos revolucionarios en los setenta sabíamos eso y estábamos dispuestos a asumir el riesgo. Pero parece que el proyecto de Horacio Verbitsky siempre fue Horacio Verbitsky.