Soy periodista desde que tengo memoria, incluso desde mucho antes de saber que me dedicaría a ser un hombre de prensa.
En mi infancia era ya un tipo muy curioso, que quería saber el porqué de todas las cosas, no solo para mí propia satisfacción, sino también para poder abrir la cabeza de mis amigos y conocidos. También para impresionarlos, por qué no.
Debo sumar el invalorable aporte de mi tío Lorenzo, quien jamás supo la enorme admiración que le tuve. Era un ser enorme para mí, que todo lo sabía. Y yo quería ser como él.
Lorenzo me regaló mis primeros libros de economía y política —algunos aún los conservo—, con los que empecé a formarme, no aún como periodista, pero sí como persona.
Eran obras intrincadas, complicadísimas de entender, al menos para mí que era aún un adolescente. Sin embargo, me sirvieron para tener una somera idea de lo que era el mundo.
Luego de mis 18, decidí abocarme de lleno al periodismo, pero como autodidacta. Nunca me terminó de convencer el programa que daban las universidades ni las escuelas terciarias. Demasiadas materias “filtro” e innecesarias, al menos para mí.
Compré mis propios libros y adquirí el conocimiento necesario como para empezar tímidamente a transitar ese maravilloso mundo, del cual jamás me separé. Siquiera en los breves momentos en los que me dediqué a otras cuestiones laborales.
Decidí luego que lo mío sería el periodismo de investigación, fue después de leer la excelente obra del español Pepe Rodríguez. Es un género periodístico que se diferencia de todos los demás por la profundidad de su trabajo. Y logra algo que ningún otro género consigue: produce la prueba.
Hacer investigación periodística hizo que me metiera en muchos inconvenientes: recibí amenazas, presiones y una treintena de querellas penales. De todas ellas logré salir absuelto, mayormente gracias al gran trabajo de mis abogados, pero también por la responsabilidad que puse a la hora de encarar mis indagaciones.
Ello me costó también que me ensuciaran gratuitamente a través de anónimos blogs de Internet, la mayoría impulsados por los enemigos que supe ganarme. Salvo unos poquísimos imbéciles, nadie que me conozca cree ninguno de los disparates que puedan decir de mí, como que me busca la “Interpol” o que fui condenado por estafar a alguien.
Ni una cosa ni la otra, mi vida es la de un monje tibetano. Lo saben mi familia, mis amigos y mis colegas más cercanos.
Es que hay algo que siempre tuve claro: ser hombre de prensa exige total entrega en lo que a honestidad respecta. Si uno es éticamente reprochable, hay que dedicarse a otra cosa.
De la misma manera, siempre tuve claro que debía ser independiente de todo tipo de presión, ya sea de empresarios, políticos y hasta de familiares y amigos. Es un concepto que algunos entienden, pero la mayoría no.
Ello hizo que tuviera que irme de algunos lugares de trabajo y también perder puntuales amigos, sobre todo aquellos que estaban vinculados a la política. Ninguno de ellos logró entender jamás lo que es el periodismo.
Lamentablemente, dentro del ambiente de los medios también hay colegas de pocos escrúpulos. Son aquellos que reciben sobres “bajo mesa” y son afectos a hacer operaciones de prensa para beneficiar o perjudicar a quien sea necesario. Todo por dinero.
Más de la mitad de los hombres de prensa, hoy viven en esa situación “irregular”. La mayoría se justifica argumentando que los salarios de nuestro gremio son muy magros, lo cual es real.
Sin embargo, ello no justifica la amoralidad. Con ese criterio, quien no tiene trabajo bien podría salir a robar, como argumentó oportunamente—no sin desacierto— el director de cine Damián Szifrón.
Transitar el camino de la ética extrema es complicado y asegura un destino inevitable: la soledad casi absoluta.
Es una opción que uno elige, es cierto, pero es la única que puede y debe tomar un periodista. Hay una máxima que asegura que la información no nos pertenece, sino a la sociedad. Ergo, no puede comercializarse lo que no es de uno.
En lo personal, escapo a reuniones con políticos y empresarios, para evitar que estos luego me presionen en mi trabajo. De la misma manera, suelo devolver todo lo que me regalan esos mismos referentes.
Aunque suene insólito, a uno le son echados en cara esos regalos en los momentos menos oportunos. Especialmente cuando se denuncia a aquel que hizo el obsequio.
Mi abuela solía decirme que no solo hay que ser honesto, sino también parecerlo. Me costó entender el concepto, pero lo logré al paso de los años. Es lo que hago hoy; es mi filosofía de vida.
Por eso, como dije, debí dedicarme a otros menesteres en algunos momentos de mi vida. Justamente para no aceptar presiones periodísticas.
No obstante, ser periodista es como ser médico, uno no deja nunca de serlo, ni siquiera cuando está desempleado. Yo tuve mis épocas de trabajar en medios y otras en las que tuve que dedicarme a otras tareas para subsistir.
Hice de todo: desde trabajar en una verdulería, pasando por largos años de farmacia y hasta fui jefe de personal de una empresa de seguridad privada.
En el medio, tuve la posibilidad de trabajar en grandes medios, como Canal 2 y Canal 9 de Buenos Aires. De ambos me fui por presiones a mi trabajo.
A pesar de que aún no logro llegar holgadamente a fin de mes —sigo alquilando mi departamento y mi auto es un Fiat 600— me considero un tipo exitoso y bendecido por la vida.
No solo me dedico a lo que me gusta, sino que también tuve la posibilidad de escribir seis libros de investigación.
Mi presente me encuentra en diario Mendoza Post, donde trabajo con una libertad que no he visto en ningún otro medio. Allí toleran, no solo mis notas de investigación —que han espantado a los propios anunciantes del diario— sino también mis rabietas permanentes.
Soy un tipo muy exigente en mi trabajo, no solo con los lugares en los que me desempeño, sino también conmigo mismo.
Amo lo que hago, por eso lo hago. No me imagino haciendo otra cosa que no sea periodismo. Por eso elegí este oficio, por la pasión que me genera.
Aún hoy siento excitación cuando empiezo a encarar una investigación periodística y todavía me quita el sueño imaginar lo que esta provocará, aún cuando en general no provoca nada en absoluto.
Muchas de mis indagaciones han generado el interés de la Fiscalía de Estado de Mendoza o por juzgados federales nacionales, quienes han impulsado oportunas investigaciones sobre la base de mi trabajo. Sin embargo, se trata del 1% de lo que hago.
Es parte del juego del periodismo, no me quejo. Lo importante, como dije, es que puedo trabajar donde quiero y como quiero.
Ya lo dijo alguna vez Bill Kovach: “El periodismo es la primera versión de la historia”…. Y yo tengo la suerte de escribir parte de esa historia.



