Christophe, el "malo" de Masterchef, reveló un lazo con Mendoza

Christophe, el "malo" de Masterchef, reveló un lazo con Mendoza

Por: Mendoza Post

Christophe Krywonis es toda una estrella: cobró relevancia en el programa Masterchef y ya todos lo identifican por su español afrancesado.

Diario La Nación lo entrevistó hoy y allí el cocinero reveló que supo vivir en Mendoza y que su primer jefe local fue Francis Mallmann.

En el marco del reportaje referido, Krywonis reveló que, de la Argentina le gustó todo: la sierra, la naturaleza la gente, los productos, la idiosincrasia general. Tanto le gustó que se instaló en el país y sólo le quedan por conocer tres provincias (Formosa, San Juan y La Rioja). A continuación las partes más destacadas de la entrevista:

-¿Tenés planes de abrir de vuelta un restaurante propio?

-Christophe cerró a principios del 2009. Me dan ganas de volver. Además con la exposición mediática, la gente va a venir a criticar y eso me va a divertir bastante. No le tengo nada de miedo a eso. Va a ser una comida francesa con toques latinos, de Argentina, de Uruguay, de Colombia. Seguramente haya una connotación de mis pagos pero también de las cosas que viví y aprendí a hacer acá. Una mixtura elegante con un homenaje a la Argentina a mí manera. Va a ser una Brasserie, una confitería, con un estilo francés.

-¿Ya tenés elegido el barrio?

-Estoy buscando. Un llamado a la solidaridad: si alguien sabe de algún galpón en la zona de Núñez, barrio de River, Bajo Belgrano. Quiero algo de fácil acceso.

¿El malo de Masterchef?

-¿Se acaba el Chistophe televisivo?

-Nunca dejé de ser cocinero, por lo tanto es una ecuación muy sencilla. De qué puedo vivir, ¿de la televisión? Es muy arriesgado para mí porque no soy hombre de televisión. Soy hombre traído a la televisión pero sí sé cocinar. Entonces voy a hacer lo que sé. Yo nunca fui empleado de nadie, desde el 96. Estuve un año con Parque de la Costa, fue la última vez que trabajé en relación de dependencia y estuvo muy bueno. Soy más independiente y emprendedor.

-Muchas veces dijiste que lo que te trababa en meterte de lleno en una propuesta gastronómica era la situación económica de la Argentina, ¿creés que éste es un buen momento?

-Es arriesgado, sí. No te desanima pero te pone en retaguardia de decir a ver... Pero también hay una lógica histórica que me hace pensar que nunca es el momento. Si te guías por lo que está pasando en tal o tal momento, es un momento realmente critico pero quizá es bueno para conseguir buenos alquileres. Hay que saber adaptarse y, en ese sentido, soy bastante rápido.

El chef del momento

-¿Nunca pensaste en volver a Francia?

-Me siento mucho más a gusto acá. Es que Argentina da mucho, es un país muy generoso. A la gente que sabe y tiene ganas de quererla, la Argentina se lo devuelve siempre. Pienso yo, tal vez es una forma poética de decirlo, pero es así. Al principio lo pensé porque me costaba, no es que llegué y ya está todo bien. Pagué mi derecho de piso, fue difícil pero no imposible. En el momento estaba cansado anímicamente y dije "bueno, o me juego o me voy pero si me juego me juego en serio". Así fue como en el 94 dije "tengo que poner un restaurante". Tomé tres años para hacerlo, pero lo hice. Mal no me fue y cuando lo cerré, lo cerré porque estaba más de viaje que en el restaurante. Tenía quejas y dije "no, no voy a comerme quejas de gente que dice que no estoy cocinando bien cuando yo no estoy".

-¿Te sentís más argentino que francés?

-Soy un inmigrante del nuevo siglo. Siempre me sentí inmigrante. Como no tengo la nacionalidad argentina, nunca me van a tomar como un argentino. Valoran mucho mi amor por su patria, por su tierra, su cultura. Lo reconocen pero nunca voy a ser tomado como un argentino. Está bien, soy francés después de todo. Enamorado de Argentina, argentino por elección y con ganas de quedarme acá. Es más, no me imagino morirme en otro lugar que no soy Argentina. Sé que soy respetado y hay algunos imbéciles que dicen cosas que no corresponden pero son una aguja en un pajar, no existen.

Después de cerrar su restaurante, el francés se sumergió en el Gourmet de donde se fue porque "no les gustó que ponga la voz para el doblaje de Ratatouille". Empezó de a poco a ser el encargado del menú de algunos restaurantes y ser asesor gastrónomico hasta que le llegó una propuesta que lo convirtió en sex symbol: ser jurado de Masterchef. Desde que trabaja en la televisión de aire, le dicen cosas en la calle, se le insinúan tanto mujeres como hombres y es un celebridad en las redes sociales. Además cuenta que se hizo buenos amigos en el set y que tiene un grupo de Whatsapp con sus compañeros que creó el Mariano Peluffo -el conductor- y se llama "Dale Ingrid, dale" donde también están los otros dos jurados (Germán Martitegui y Donato De Santis)

-¿Qué diferencias encontraste, más allá de las obvias, entre ser parte del Gourmet y ahora Masterchef?

-Es un programa de cocina contra una reality de cocina. Diferente, el canal de aire es otro ritmo. En El Gourmet tenía dos cámaras fijas y ahora (en Telefe) son 16. Decís "Wow". Es una mega producción, no hay que verlo como algo barato. Paga mejor. Nos lo merecemos porque ¡con lo que trabajamos! Hay muchas personas que quisieran hacer el programa y les costaría mucho porque es un tema de concentración. Es estar focalizado en lo que hacés durante muchas horas. La cámara te absorbe mucho. El actor lo sabe. No soy actor, lo digo como comparación.

-¿Te molesta que te vean como el "malo" de Masterchef?

-Eso es entre comillas porque más que malo es exigencia. Exigencia pura del cocinero y exigencia del francés cocinero. No veo el trabajo del cocinero como un trabajo donde uno es maltratado ni bien tratado tampoco. Sino que está tratado para que salga un producto adelante. Hay una abstracción de las emociones, que están todas puestas en el plato. No es que no hay emoción en la cocina, pero están puestas en el plato no en el humor de uno. Entonces, el trato es un poco frío a veces en apariencia. Pero es todo lo opuesto porque en realidad es muy caliente, es una adrenalina que fluye en el momento del servicio y después desaparece. Lo de malo es solo un adjetivo mal empleado. La exigencia está mal vista. Entonces si soy malo, bueno.

-¿Sos una suerte de latin lover?

-No, para nada. En todo caso, no con mi aprobación. No me tomo esa parte tan en serio. Pero es cuestión de cada uno. Le pasa a toda la gente que trabaja en los medios. No a mí, a todos. A Germán, a Donato...

A los cinco años Christophe cocinó con su abuela materna una crema pastelera. Ese fue el primer plato con lo que quedó conforme. Años después ingresó a un colegio de pupilo y, como se portaba mal, a alguien se le ocurrió proponerlo como ayudante de cocina. Fue ahí donde pasaba las horas libres y aprendió que para ser cocinero iba a tener que "parirla". Su abuela se murió cuando él tenía 11 y piensa que su futuro hubiera sido diferente si hubiese vivido más años. A los 15 empezó a trabajar como chef y cerca de los 20 partió de Francia rumbo a Martinica, el Caribe, en lo que define como una experiencia que la cambió la vida y de la que "algún día va a escribir un libro". Descubrió una sociedad que estaba destruida por el Sida, por el alcohol y la corrupción. "Me topé con traficantes, piratas, caficios, prostitutas, gente millonaria, gente pobre, alcoholizada, gente loca. Y me llevé bien con todos", enumera. En 1989 vino a la Argentina. "Llegué a la pampa húmeda. Para mí Buenos Aires, la Quiaca o Ushuaia no existían", recuerda. Y se instaló en Mendoza, su primer jefe local fue Francis Mallmann. De la Argentina le gustó todo: la sierra, la naturaleza la gente, los productos, la idiosincrasia general. Tanto le gustó que se instaló en el país y sólo le quedan por conocer tres provincias (Formosa, San Juan y La Rioja).