“Almorzando con Mirtha Legrand reconstruye la escena de un living de mansión de Barrio Norte, tal vez una copia de la casa de la anfitriona, con sus mismos portarretratos y pinturas. El tono cortés invade los saludos, los comentarios, el piropo y la galantería. Las imágenes del hábitat íntimo, alfombrado, custodiado por mucamas y hecho a medida del confort, son el escenario ideal de este programa que, desde 1968 sale al aire, lo convierte en el más añejo de la historia de la televisión”, leo en un artículo de hace unos años publicados en el suplemento Radar de Página/12.
El público, al que ella se debe, ya sabe, o debería saber, que bajo los vestidos elegantes y los brillos, bajo el spray y maquillaje, hay una conductora que atravesó gobiernos democráticos y dictatoriales, con un discurso que plantea una realidad colectiva que Mirtha se encarga de crear, recrear y hacer creer a todos a fuerza de sonrisas de ocasión y de preguntas que ella misma llamó, e hizo llamar a todos, como “punzantes”. La reflexión de la actualidad, del clima político y social, transitó, al igual que su programa, el silencio en la dictadura, la condescendencia de los 90, la crítica ideológica y de clase por estos tiempos.
“Vivimos en una dictadura… la presidenta es autoritaria, una dictadora”, afirmó días atrás; “no me arrepiento de nada de lo que dije”, sostuvo después. “Me pincharon el teléfono”, denunció recientemente. Lo cierto es que estas declaraciones, en definitiva, fijan la agenda y lograron instalarse en el debate de nuestros días. Pero, ¿tienen coherencia en sí mismo estos comentarios? Probablemente, no. Pero sí es necesario contextualizar históricamente para comprender de dónde, cómo y por qué, la conductora, hoy también vocera estrella del Grupo, dice lo que dice. Eso sí, con absoluta libertad, palabra que justamente desconoce, en todo sentido, una dictadura. Toda una contradicción.
Con el control en la mano, y no remoto
La Junta militar que tomó el poder en 1976 utilizó, de manera sistemática, los medios de comunicación como espacio de construcción de un discurso oficial que eliminó otras voces a través de la censura a medios o personas, hasta llegar al extremo de la detención, desaparición o exilio forzado de periodistas, intelectuales, artistas y trabajadores del ámbito de la cultura.
Mirta Varela, docente e investigadora, especialista en medios de comunicación e industrias culturales, describe que “en lo que se refiere a la televisión argentina, a pocos días de producirse el golpe, las Fuerzas Armadas se hicieron cargo de los canales: Canal 7 (denominado ATC a partir de 1978) permaneció bajo la órbita de la Presidencia de la Nación; Canal 13, de la Armada; Canal 11, de la Fuerza Aérea, y Canal 9 del Ejército. La censura temática se fue imponiendo lentamente, y en 1977 apareció en cada canal la figura del Asesor Literario, que leía los guiones de todos los programas antes de su grabación. Por otra parte, desde el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión), que dependía de la Secretaría de Información Pública, se calificaba los programas en NHM (no en horario de menores) o NAT (no apto para televisión) y se elaboraban “orientaciones”, “disposiciones” y “recomendaciones” acerca de los temas, los valores nacionales y los principios morales que debían promoverse desde la programación.”
¿Se comprende la dimensión de la gravedad cuando recordamos lo vivido en la última dictadura? Creemos que sí.
Entonces, ¿qué sentido tiene replicar los dichos de Mirtha Legrand al referirse desde un canal de televisión que vivimos en “una dictadura”? Lo dice una “diva” (¿?) televisiva con ciertos niveles de audiencia y credibilidad pero, sobre todo, con una enorme repercusión mediática que alimenta ese discurso, lo legitima y banaliza.
Las construcciones discursivas de los medios concentrados no sorprenden, están bien expuestas y se profundizan en este momento pre-electoral. Y Mirtha, no pierde oportunidad de “politizar” cada vez más su mesa, lo cual, en definitiva, es el estilo del programa donde han desfilado a lo largo de más de 40 años diferentes protagonistas de la vida política contemporánea argentina. Por ejemplo, y en referencia muy directa con la fuerte acusación sobre la figura de la presidenta y el gobierno, Mirtha tuvo como comensales en varias oportunidades a los responsables directos del terrorismo de Estado de los 70. Es más, intercedió ante el general Harguindeguy para que su sobrina no sea una más en la lista de desaparecidos, lista que integra entre los 30 mil el marido de la joven.
Con el regreso de la democracia, Mirtha permaneció sin pantalla durante el gobierno alfonsinista –canales en manos del Estado, menos el 9, único privado a cargo de Alejandro Romay- y se produjo un paso importantísimo en la búsqueda de justicia por los años negros de la dictadura, derogándose la ley de Autoamnistía. Esa fue la primera medida del Parlamento tras la restitución de la democracia. La derogación permitió llevar a cabo el Juicio a las Juntas que dictó la sentencia condenando a Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera a reclusión perpetua, a Roberto Eduardo Viola a 17 años de prisión, a Armando Lambruschini a 8 años y a Orlando Ramón Agosti a 4 años.
Luego, historia conocida: llegaron las leyes del perdón con la Obediencia Debida y el Punto Final. Año 1986, Argentina campeón mundial y Mirtha, “prohibida” -sin contrato- de la televisión alfonsinista. En verdad, postura asumida por el gobierno de entonces con todos aquellos que trabajaron en tiempos de dictadura mientras, distintos referentes de la cultura, ocupaban listas negras. Mirtha, siempre habló de censura e incluso, en la propia mesa de los almuerzo, se lo manifestó a Alfonsín.
Los 90, que bien se tevé
Mirtha Para Todos. Si, leyó bien, pero no se confunda. No es una nueva política pública impulsada por el gobierno nacional para popularizar aún más a una figura por demás popular. Es el nombre del programa de televisión que en 1990, años de Menem en el poder, llegó a conducir Mirtha Legrand los jueves por la noche en ATC como antesala de la emisión clásica de sus almuerzos que retomarían a la pantalla luego de extensos años sin aire.
Lo cierto es que el único gobierno que la censuró fue el de María Estela Martínez de Perón, en el año 74, cuando levantó su programa de un día para el otro. Con el regreso de la democracia, ninguno de los canales en manos del Estado la contrató, como tampoco lo hizo Romay en su privatizado Canal 9, el que a partir la buena audiencia que lograron los almuerzos, rápidamente la contrató.
Años de reformas del estado, con leyes como la Ley de Convertibilidad y la creación del perverso sistema privado de jubilaciones. El dólar uno a uno le permitió a Mirtha “internacionalizar” la mesa de los almuerzos con figuras extranjeras. Pero Menem, Caballo, empresarios de la talla de Analita Fortabat, nunca dejaron de asistir asiduamente, en un clima de cordialidad y amistad. Claro está, que la crítica a las consecuencias de las políticas neoliberales, hacían de la señora Legrand el recorrido de todos los lugares comunes de “la sociedad”: la pobreza, la marginalidad, el desempleo, entre otros, fueron siempre temas abordados de manera light, con escasa profundidad en la complejidad, y se recurrió más a la frivolidad, a historias testimoniales propias de un magazine hogareño, no del programa político de hoy día.
“Mirtha se convierte en la portavoz de la gente, en la conductora que se anima a preguntar lo que nadie más se atreve. Esto se logra gracias al espacio que crea un clima hogareño de intimidad ideal para el develamiento de estos sentimientos”, resaltaba la revista Gente en una de sus tantas tapas de la época.
Se vino el zurdaje
El gobierno de la Alianza la sedujo tanto como al mismísimo Mariano Grondona: hacían de sus programas “un progresismo de oportunistas”, con cierto alarde de indignación por tiempos pasados que, sin querer darse cuenta, los había tenido como protagonistas silenciosos desde la pantalla. La “Ley Banelco” de precarización laboral en el 2000 ocupó extensos programas de debate en la mesa de Mirtha. La indignación, “el dolor y la tristeza por mi país al cual amo profundamente”, fue la frase frente a cámara en aquel diciembre del 2001.
Cuando Néstor Kirchner fue a promocionar su elección como presidente del país, cita obligada para un gobernador de provincia pequeña, Mirtha fue contundente, como presagiando que aquel hombre no era uno más; también, vale decirlo, para estigmatizarlo frente a sus televidentes. “Algunos dicen que con usted se viene el ‘zurdaje’”. Néstor y Cristina, también en la mesa, rieron.
“¿Zurdaje?” Difícil de interpretar la definición sin una necesaria contextualización de un término cargado de subjetividad. Pero, si a los meses de asumir se declara la nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final que puso en la mira a aquellos señores de las fotos “ocasionales en restaurantes” cuando aún gozaban de la impunidad de los indultos de Menem, tal vez, quizás, acaso.
“¿Zurdaje?” Reformar la Corte Suprema, corrupta y cómplice de los 90, el Consejo de la Magistratura o eliminar las AFJP para incluir a millones de jubilados en el sistema previsional, tal vez, quizás, acaso.
Mientras se debatía la ley de matrimonio igualitario, Mirtha le dijo a uno de sus invitados, el diseñador Roberto Piazza: “Suponte que una pareja de homosexuales adopta a un chico. Como tienen inclinaciones homosexuales, ¿no podría producirse una violación hacia su hijo?”. Días después, se consagraba en Argentina la Ley del Matrimonio Igualitario, un derecho luego de extensas luchas, ante la mirada conservadora y retrograda de muchos, entre ellos la señora de la televisión.
Pero no se trata exclusivamente de exponer y traer a la memoria de todos las frases que son un reflejo del pensamiento de Mirtha. Es frontal, sincera con sus ideales y dice lo que piensa en un Estado de Derecho, esa libertad de expresión que expresa la Ley de Servicios en Comunicación Audiovisual, otro gran logro de la “dictadura” de Cristina, de la democracia en definitiva.
“Es una Ley muy peligrosa. Los argentinos no nos damos cuenta lo que significa, además está dirigida a un grupo. La libertad de prensa tiene que existir, el Gobierno tiene que admitir que no todo les favorece, no todos son halagos”, resaltó Mirtha en referencia a la Ley.
En fin, los sonidos del debate, de la “grieta” a la que referencian para justamente evitar la discusión de los temas trascendentales del país, nada tienen que ver con los silencios del pasado, de la dictadura que, busque la definición que quiera, no hace más que apagar las voces. Y hoy se escuchan, todas.
Agradecimiento: Sr. Andres Fiorentino (docente de la Universidad de comunicación de la UNLP).



