El talón de Mauricio

¿Puede Macri emular a David Nalbandián cuando le tocó jugar el partido de su vida con Roger Federer? Por Ernesto Tenembaum.

El talón de Mauricio

Por:Ernesto Tenembaum
Periodista

Hace muchos años, fines de 2005, a David Nalbandián le tocó jugar el partido de su vida. Enfrente tenía, cómo no, a Roger Federer. Era la final del torneo de Maestros. Solo algunos elegidos lo han ganado alguna vez. Nalbandián había llegado a ese torneo de suerte. Había terminado número 12 ese año, y solo clasifican los primeros ocho. Pero, por lesiones varias, fue convocado. Y, gracias a ese recorrido irregular que lo caracterizó siempre, llegó a la final. Nadie le daba chances. Por eso, sorprendió al ganar el primero de los tres sets que necesitaba para coronarse. Luego, ganó el segundo. Todo el país empezó a sintonizar los televisores. Después, Federer ganó el tercero y el cuarto set. Y allí fueron, al set definitivo. Fue parejísimo. Llegaron al tie break, ese mini partido a siete puntos que define todo. La tensión era enorme. En un momento, Nalbandián estaba 4 a 2 arriba. Sacó Federer. El argentino devolvió con un revés impresionante al revés del suizo. Profundo, esquinado, perfecto. El campeón devolvió muy débil y la pelota quedó flotando sobre la red. Era cuestión de empujarla, apenitas, y, casi, ya estaba lograda la proeza.

Aquí corresponde poner algo de suspenso.

¿Qué se le juega a una persona en un momento así? Estaba a un punto de la gloria. Frente al mejor del mundo. ¿Se le agolpa la vida entera, todos esos triunfos y derrotas, toda esa dedicación, cada año, cada mes, cada día que fue a entrenar, las lesiones, los límites? Cosas de la vida, misterios del inconsciente, a David, que había hecho todo perfecto, que tenía al campeón contra las cuerdas, se le fue larga. Pero no apenitas: muy larga. Perdió el punto, y con ello una gran oportunidad que le podía haber dado el triunfo más importante de su carrera.

Es posible que la analogía sea exagerada. Pero la verdad es que Mauricio Macri está en una situación que tiene algún paralelismo con la de Nalbandián. 

Tal vez en sus sesiones con la armonizadora budista, Macri recuerde los conflictos con su padre en la empresa Sevel ("Mauricio y yo estamos de acuerdo en que él debe ser mi sucesor. Solo disentimos en los tiempos. Yo creo que eso debe ocurrir después que yo muera. Y él cree que debe ser muchos años antes"), o su decisión de empezar por la conducción de Boca, las peleas humillantes con Riquelme o Maradona, su salto a la política porteña, su primera derrota frente a Anibal Ibarra, su triunfo en 2007, la ofensiva kirchnerista que lo puso en problemas ante la Justicia, los insultos, su decisión de retirar la candidatura presidencial en 2011 frente a la fortaleza increíble de aquella Cristina, y así. Toda esa larga carrera que lo depositó en este momento.

Lo cierto es que, en ese recorrido, Macri logró cosas muy importantes para cualquier político. No solo triunfó en cinco elecciones consecutivas en un distrito muy volátil como la Capital, sino que terminó convirtiéndose en el principal referente de la oposición al kirchnerismo. Consiguió que casi todo el radicalismo aceptara una alianza con él en inferioridad de condiciones y que incluso Sergio Massa llegara a pedirle que lo incorpore, algo que --si no se realizó-- fue por la negativa del propio Macri. No hay que ser un encuestador --y mejor no serlo en estos tiempos-- para saber que muchísima gente que lo veía como un enemigo, o como alguien invotable, ahora piensa en él como una alternativa. Y eso es realmente muy difícil para alguien que viene claramente de la derecha liberal, y de un mundo empresario que es, con justicia, muy resistido.

Y, finalmente, llega el set definitivo. Más: el tie break.

Enfrente, tiene al mejor del mundo en esas competencias, que no es Daniel Scioli, sino el peronismo. La estructura que enfrenta a Macri ha ganado todas las elecciones presidenciales desde 1983 menos dos, y todas las elecciones para gobernador bonaerense, menos una. El peronismo tiene candidatos en todo el país. La Argentina es un territorio abarcado de Sur a Norte y de Este a Oeste, por una red infinita de punteros, concejales, diputados provinciales y nacionales, intendentes, gobernadores peronistas. Gane o pierda, el peronismo está en todas partes. Es muy difícil justamente, transformarse en candidato a presidente de ese partido. Pero quien lo logre, tiene gran parte del camino allanado, porque no hay otra fuerza política como esa. Por eso, el candidato peronista, puede ir de Menem a Máximo Kirchner, puede equivocar, no decir nada, no proponer, evitar palabras como inflación, pobreza, inseguridad. Total, tiene el viento a favor.

No ocurre lo mismo con quien lo desafía.

Un error puede ser fatal.

La bestia está agazapada, esperándolo.

Lo llamativo es que, pese a que no es habitual, el campeón puede perder. De hecho, si uno confía en algo en las encuestas, pareciera que al candidato oficialista le cuesta superar los cuarenta puntos. Y eso, exactamente eso, por ejemplo, es lo que sacó Italo Luder, cuando el peronismo perdió en 1983. Con lo cual, si hubiera un candidato como Raúl Alfonsín, tal vez ganaría.

Pareciera que solo hace falta hacer las cosas bien.

Y, sin embargo, justo en ese momento, Macri empieza a hacer cosas que son difíciles de entender, como si hubiera perdido el rumbo, como si realmente creyera que basta con mirar la resistencia al peronismo para ganar esta elección, como si no se diera cuenta que, por más debilitado que esté el gigante, si enfrente hay algo frágil, no habrá manera de ganarle.

Para entender lo que está pasando quizá ayude analizar las dos decisiones más importantes que tomó en los últimos cuarenta días. La primera fue su negativa a incorporar a Sergio Massa como candidato a gobernador del espacio opositor. La segunda fue su reconocimiento hacia algunas políticas oficialistas que él había resistido en términos exageradamente dramáticos.

"Y, sin embargo, justo en ese momento, Macri empieza a hacer cosas que son difíciles de entender" 

En el primer caso, Macri fue contra toda la práctica política tradicional. Sergio Massa le ofrecía resolverle un problema: su debilidad en la provincia de Buenos Aires. Además, concentraba todo el voto opositor detrás de la candidatura del jefe del Pro. Parecía maná del cielo, un sueño hecho realidad. Sin embargo, el macrismo rechazó la oferta con un argumento extraño pero atendible: los votantes opositores quieren a alguien distinto, que no transe con las estructuras tradicionales, el kirchnerismo va a reflotar todas las cosas que nos dijimos con Massa, nos va a restar más de lo que nos va a sumar. Era opinable, pero --dados los éxitos previos del macrismo-- era muy soberbio descartar esos razonamientos de un plumazo.

Pero la segunda medida fue en sentido exactamente inverso. Un mes después de rechazar cualquier contaminación con el kirchnerismo, ahí apareció Macri, frente a todo el país, bajando algunas de sus principales banderas y kirchnerizándose, si vale el eufemismo. Había dicho que reprivatizaría las jubilaciones y Aerolíneas, ahora dice que no. Había despotricado contra Fútbol para Todos, ahora parece que fue una buena idea. Había llorado frente a la cuna de Antonia cuando estatizaron YPF, ahora le parece que hay que mantenerla. Probablemente, su nueva posición sea mejor que la anterior. Pero no es el tema. La puesta en escena de esa rendición fue brusca, poco sofisticada, una pelota regalada para el campeón que lo estaba esperando.

De todos modos, lo peor de todo no fue eso, sino el contraste con lo anterior. Si, en un caso, quería guardar la pureza absoluta, en otro se zambulló en la contaminación.

¿Se entiende que no se entiende lo que quiere hacer? ¿Quiere ser más kirchenrista o menos? ¿Quiere resignar estructura para mantener la pureza que le permitiría conseguir más votos, o quiere contaminarse para obtenerlos?

¿Quo vadis, Mauricio?

Es probable, que la mezcla de la armonización budista con la ciencia ecuatoriana produzca ese tipo de efectos. O que esos momentos claves generen demasiada ansiedad. Pero cuesta entender tanto zig zag, y mucho menos frente a la fuerza enorme que tiene enfrente, que se llama peronismo.

A esta nota le falta algo.

En aquel partido, David Nalbandián, finalmente, y pese a su yerro en aquel punto clave, ganó.

Festejó el mejor triunfo de su carrera.

Fue Gardel.

Eso, claro, no quiere decir nada.

No siempre las historias se repiten.

Y Nalbandián, además, era Nalbandián.

Cómo se lo extraña.