Aunque la intervención de USA y China logró un alto al fuego, el miedo a una guerra entre ambos países continúa. Ya hay unos 300 mil desplazados.
Ni EEUU ni China pudieron calmar la guerra entre Tailandia y Camboya
Tailandia y Camboya vivieron en la última semana una escalada bélica inesperada. En una franja fronteriza de 800 kilómetros, producto de los bombardeos, 43 personas murieron y más de 300.000 resultaron desplazadas.
El epicentro de la crisis volvió a ser el templo de Preah Vihear, una joya arquitectónica hinduista enclavada en una zona cuya soberanía ha sido reclamada por ambos países durante décadas. La raíz del conflicto se remonta a la era colonial francesa, cuando los límites entre el entonces Reino de Siam (hoy Tailandia) y la Indochina francesa (de la que formaba parte Camboya) fueron trazados con imprecisión, generando mapas contradictorios y resentimientos nacionalistas persistentes.
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La chispa que encendió el fuego ocurrió tras meses de tensión y escaramuzas: Camboya disparó cohetes sobre posiciones tailandesas, y Bangkok respondió con aviones F-16 sobre el territorio vecino. Las imágenes de los bombardeos sacudieron a la región. El conflicto no solo dejó muertos y heridos, sino que obligó a cientos de miles a huir de sus hogares.
"La frontera entre Tailandia y Camboya no está completamente definida, y eso es un legado directo del colonialismo francés. Lo que para algunos es una línea sobre un mapa, para otros es una cuestión de soberanía e identidad nacional", explicó a La Nación el politólogo tailandés Pavin Chachavalpongpun, actualmente exiliado en Japón.
Entran las potencias: EE.UU. y China
Con el conflicto en plena escalada, dos superpotencias que no suelen coincidir en nada decidieron intervenir por vías distintas, pero con el mismo objetivo: evitar una guerra en un rincón estratégico del sudeste asiático.
Por un lado, Estados Unidos, a través del presidente Donald Trump, usó su habitual estilo directo para presionar. "Estoy orgulloso de ser el presidente de la paz", escribió en su red Truth Social, tras anunciar el alto el fuego alcanzado el lunes pasado. Su método fue el de siempre: la amenaza comercial. Trump advirtió a ambos gobiernos que suspendería las negociaciones arancelarias bilaterales si no cesaban el fuego. Con un 36% de arancel en la mira para productos de ambos países, Bangkok y Phnom Penh retrocedieron.
Por otro lado, China también actuó con rapidez. Considerando a Tailandia y Camboya parte de su "patio trasero" geoestratégico, Beijing ejerció presión diplomática directa. Organizó en Shanghái una cumbre con ambos primeros ministros y el vicecanciller chino, Sun Weidong, reafirmando su interés en preservar la estabilidad regional y su negativa a intervenir militarmente. En un tono más mesurado que Trump, pero con igual efectividad, China se aseguró de que sus socios comerciales y aliados no cruzaran líneas peligrosas.
Mientras las potencias globales influían desde fuera, el factor regional fue igualmente importante. La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), a la que ambos países pertenecen, activó mecanismos diplomáticos bajo el liderazgo de Malasia, actual presidente pro tempore del bloque. Las reuniones en Kuala Lumpur fueron determinantes para forjar una tregua que evitara una guerra abierta.
Pese al alto el fuego, los analistas coinciden en que la paz aún pende de un hilo. Solo horas después de anunciarse la tregua, ya surgieron denuncias cruzadas de violaciones al acuerdo. Las dinámicas políticas internas -marcadas por presiones, elecciones cercanas y luchas de poder- siguen alimentando una retórica nacionalista que puede desatar nuevos brotes de violencia.
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