Para esta disciplina científica, este gesto tiene un rol clave en la forma en que una persona se expresa y en cómo es percibida por los demás.
¿Qué dice la psicología sobre mover bastante las manos al hablar?
Hablar con las manos es un hábito tan común que muchas veces se vuelve invisible para quienes lo practican. Sin embargo, la psicología moderna lleva décadas advirtiendo que estos movimientos no son un simple acompañamiento del discurso, sino un lenguaje paralelo que dice tanto -o incluso más- que las palabras mismas.
En una conversación cotidiana, los gestos aparecen de manera espontánea, como si fueran una extensión del pensamiento. Un interlocutor apasionado puede acompañar su relato con ademanes enérgicos, mientras que alguien inseguro puede recurrir a movimientos más sutiles, casi imperceptibles. En ambos casos, la gestualidad aporta información clave sobre la manera en que cada individuo procesa sus emociones y transmite sus ideas.
El gesto de mover las manos como función cognitiva
En este sentido, la psicóloga estadounidense Susan Goldin-Meadow, profesora de la Universidad de Chicago y referente mundial en el estudio de la gestualidad, ha demostrado que los gestos cumplen una función cognitiva esencial. En sus investigaciones sostiene que mover las manos no es un adorno superficial, sino un mecanismo que facilita la organización del pensamiento y potencia la claridad del discurso.
Según la especialista, ejemplificando en el terreno educativo, cuando un estudiante acompaña con gestos la explicación de un problema matemático, aumenta la probabilidad de comprenderlo mejor y de recordarlo a largo plazo. "Los gestos no solo ayudan a comunicarse con los demás; también ayudan a pensar", ha afirmado en diversas conferencias académicas.
Este hallazgo explica por qué tantas personas mueven las manos de manera natural mientras hablan. No se trata únicamente de un rasgo de personalidad expansiva o de un intento por llamar la atención, sino de un recurso que el cerebro utiliza para dar orden y coherencia a las ideas.
Como forma de autorregulación de las emociones
No obstante, en un artículo publicado en Psychology Today, se señala que la gesticulación también cumple un papel regulador de las emociones. En situaciones de nerviosismo, como durante una entrevista laboral o al dar un discurso frente a un público numeroso, el movimiento de las manos puede funcionar como una válvula de escape para liberar tensión.
En esta línea, la psicología de la comunicación no verbal encuentra aquí un terreno fértil. El psicólogo Albert Mehrabian, célebre por su teoría de los componentes de la comunicación, estableció que gran parte del mensaje que recibimos proviene de la postura, la expresión facial y los gestos. En este marco, los movimientos de las manos adquieren un valor estratégico: gestos abiertos y visibles suelen transmitir confianza y sinceridad, mientras que los movimientos ocultos o rígidos generan desconfianza.
Es por esta razón que en ámbitos como la política, la docencia o el liderazgo empresarial, los gestos se convierten en aliados estratégicos para transmitir seguridad.
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El problema de los movimientos excesivos y el rol del contexto cultural
Sin embargo, el exceso de movimientos también tiene su lado problemático. Gesticular sin pausa, de manera desordenada o desproporcionada respecto al discurso, puede interpretarse como un signo de ansiedad o de falta de dominio personal. Por ello, los expertos recomiendan observar no solo la frecuencia, sino también la coherencia entre lo que se dice y lo que se muestra con el cuerpo.
El contexto cultural añade una capa adicional de complejidad. En países mediterráneos como Italia, España o Grecia, hablar con las manos es un rasgo identitario. Los gestos forman parte de la riqueza expresiva y se consideran un componente natural de la conversación. En cambio, en regiones del norte de Europa o en sociedades asiáticas de corte más reservado, los movimientos amplios pueden ser percibidos como excesivos o incluso como una falta de respeto.
En Japón, por ejemplo, la gestualidad se mantiene en un nivel mínimo, ya que se privilegia la discreción y el control emocional. Un discurso excesivamente gesticulado podría interpretarse como una pérdida de compostura. Esta diferencia cultural explica por qué los manuales de negocios internacionales incluyen capítulos enteros sobre el manejo de la comunicación no verbal.
El contraste entre culturas también se refleja en la vida cotidiana de los migrantes. Por ejemplo, un latinoamericano recién llegado a Finlandia puede sentirse frustrado al notar que sus gestos, antes percibidos como naturales, ahora generan incomodidad. Esa discrepancia suele derivar en un proceso de adaptación que obliga a moderar el movimiento corporal para integrarse mejor al nuevo entorno social.
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