Un espejo de agua a 3.300 metros en el que se refleja un volcán

En plena cordillera mendocina, la Laguna del Diamante guarda uno de los paisajes más sobrecogedores de la Argentina: un lago de altura que espeja la figura perfecta del volcán Maipo.

Un espejo de agua a 3.300 metros en el que se refleja un volcán

Por: Figueroa

A más de 3.300 metros sobre el nivel del mar, en el corazón del departamento de San Carlos, se extiende la Laguna del Diamante, una de las joyas naturales más imponentes de Mendoza. El nombre no es casual: cuando el viento se aquieta y el agua queda inmóvil, el reflejo del volcán Maipo dibuja sobre la superficie un diamante casi perfecto, una imagen que parece suspendida entre el cielo y la montaña.

El espejo de agua ocupa una depresión formada por una antigua caldera volcánica, alimentada por deshielos y pequeños arroyos cordilleranos. Tiene unos 14 kilómetros cuadrados de extensión y una profundidad que alcanza los 70 metros. Su entorno, de aspecto casi lunar, combina vegas, pastizales de altura y antiguos campos de lava, lo que le da un aire de soledad y pureza poco común.

Por su parte, el volcán Maipo, de 5.323 metros, domina el horizonte con su silueta cónica y regular. Su presencia es tan fuerte que parece custodiar la laguna. Desde su falda descienden los glaciares que, al derretirse, alimentan el lago y dan origen al río Diamante, uno de los más importantes del sur mendocino. De ahí también proviene el nombre que unifica todo el sistema hídrico de la zona.

Llegar hasta allí no es sencillo. El camino parte desde Pareditas, sobre la Ruta Nacional 40, y continúa por huellas de ripio y montaña que solo están transitables en verano. Durante el invierno, la nieve bloquea el acceso por completo. 

La temporada de ingreso se habilita habitualmente entre diciembre y abril, bajo control de guardaparques provinciales. Quienes suben hasta la laguna suelen hacerlo en vehículos todo terreno o camionetas, equipados con provisiones y abrigo para soportar las temperaturas extremas.

A esa altura, el aire es más liviano y la sensación de aislamiento absoluta. No hay servicios, ni señal telefónica. Solo el silencio, el viento y la imagen del Maipo reflejada en el agua. 

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Por eso, más que un destino turístico convencional, la Laguna del Diamante es una experiencia de contemplación. Se puede acampar, pescar con permiso o simplemente observar cómo el paisaje cambia de tonos a lo largo del día: el azul profundo de la mañana, el brillo plateado del mediodía y el rojo intenso del atardecer, cuando el sol se apaga detrás del volcán.

La Reserva Natural Laguna del Diamante protege este entorno desde hace décadas, resguardando su flora, su fauna y su enorme reserva de agua dulce. Guanacos, zorros y aves andinas conviven en un ecosistema frágil que depende del equilibrio entre el clima y el deshielo. Es también un sitio de valor científico: en sus orillas se han encontrado restos fósiles y formaciones geológicas que ayudan a comprender la historia volcánica de los Andes.

Visitar la laguna no es solo subir a la montaña; es entrar en un paisaje donde la naturaleza impone sus propias reglas. Un lugar que, como su nombre, brilla por su rareza. Allí donde el agua y el fuego se encuentran, el reflejo del Maipo sigue dibujando su diamante en las alturas mendocinas.

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