Ante un Arena Maipú repleto, Don Osvaldo ofreció un show de 30 canciones con fuerte presencia de temas de Callejeros, mensajes políticos sobre el agua, Gaza y Cromañón, y ese clima barrial, crudo y fraternal que su público sigue eligiendo sin condiciones
Don Osvaldo en Mendoza: 30 canciones y Callejeros en el corazón
El Arena Maipú explotó. No entra un alfiler cuando Don Osvaldo pisa Mendoza, y esta vez no fue la excepción. Desde temprano se notaba que no era una noche más: remeras gastadas, banderas, abrazos apretados, cerveza en la previa y esa sensación compartida de que algo fuerte iba a pasar. Pasó.
Fueron 30 canciones en total, con un recorrido emocional que tuvo casi la mitad del repertorio ligado a Callejeros, como un hilo invisible que sigue uniendo generaciones. El público no fue a ver un show sofisticado: fue a encontrarse con su propia historia. Y eso fue exactamente lo que tuvo.
El arranque fue potente con "Políticamente correctos" y "Morir", marcando el pulso de un recital que no iba a pedir permiso. Después llegaron "Siento un pensamiento", "Ahogados de razón", "Feliz y seguro" y "Si me cansé", ya con el campo completamente entregado. Desde ahí en adelante, el concierto fue una montaña rusa de bronca, melancolía, memoria y hermandad.
La banda sonó ajustada, firme, sin lujos, como siempre. Hubo algunos problemas de sonido en la voz de Pato Fontanet, que por momentos se perdía entre los instrumentos, pero lejos de dañar el clima, reforzó ese espíritu crudo, sin maquillaje, que es marca registrada del grupo. Este no es un show de glamour: es rock barrial, de barrio, de cicatriz abierta.
La lista siguió con "Más allá", "No somos nadie", "Mis latidos", "Rotos y descosidos", "Sonando" y "Los invisibles", todas coreadas como si fueran himnos. Luego llegaron momentos más introspectivos con "Lo que se dice y lo que se hace", "Una nueva noche fría", "Vaivén", "La llave" y "Acordate", donde el público bajó las pulsaciones para subirse al costado más melancólico del show.
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Hubo también lugar para el mensaje. Pato habló del agua en Mendoza, defendiendo su cuidado como un bien esencial. Pidió libertad para Gaza y volvió a reclamar, una vez más, justicia por las víctimas de Cromañón. Cada mención fue acompañada por un silencio respetuoso primero y por un estallido de aplausos después. La política no apareció como consigna forzada, sino como parte natural del ADN de la banda.
La recta final fue una descarga emocional con "Armar de nuevo", "Tanto de todo", "No volvieron más", "Dos secas" e "Ilusión". Después, casi sin respiro, llegaron "O no", "Puede", "Misterios", "9 de julio", "Prohibido", "Creo" y el cierre con "Suerte", que dejó a miles de gargantas rotas, abrazadas, exhaustas y felices.
Don Osvaldo no vino a ofrecer un espectáculo perfecto. Vino a dar lo que siempre da: rock sin anestesia, letras que duelen, memoria viva y una comunión que no se compra con pantallas ni fuegos artificiales. Mendoza respondió como responde su gente cuando reconoce algo propio: cantando hasta quedarse sin voz.
Fue, otra vez, la ceremonia de siempre. Y eso, para este público, es exactamente lo que vale.



