Este lunes y martes se lleva a cabo la competencia en el centro de esquí ubicado en Malargüe.
Las Leñas recibe el Freeride Week 2025
La montaña amanece blanca, silenciosa, como un lienzo intacto. Allí donde otros ven solo pendiente, el freerider descubre un espacio para el arte: la posibilidad de trazar una línea única, irrepetible. No es simplemente descender; es dialogar con la montaña y escribir con el cuerpo un trazo que, como toda obra efímera, desaparecerá en segundos, pero quedará grabado en la memoria de quienes lo contemplan.
Platón hablaría de la idea de la línea perfecta; Aristóteles, de su continuidad fluida; Kandinsky, de la expresión vital que late en cada giro; Deleuze, de la fuga creativa que rompe lo establecido; y Michel Serres, de la turbulencia con que la naturaleza recuerda su carácter indomable. Todo eso sucede, a la vez, en cada bajada. Y es esa tensión entre filosofía y acción la que hoy cobra vida en Las Leñas.
El evento
Qué: Se trata de la Las Leñas Freeride Week 2025, una competencia internacional de freeride.
Dónde: El escenario elegido es la cara norte del Cerro Martín, en el corazón del centro de esquí Las Leñas, Mendoza.
Cuándo: Del 24 al 26 de agosto de 2025, con las condiciones climáticas como juez natural del calendario.
Quiénes: Los protagonistas son los mejores riders de Argentina y el mundo, que buscan sumar puntos en el circuito oficial.
Cómo: Los competidores descienden por líneas libres, trazando sus recorridos sobre terreno virgen, combinando técnica, creatividad y dominio de la montaña.
Por qué: La prueba es histórica: es la primera competencia 4 estrellas de freeride en Argentina, avalada por la IFSA (International Freeskiers & Snowboarders Association). Los puntos obtenidos aquí abren el camino hacia las series Challenger y, eventualmente, hacia el prestigioso Freeride World Tour.
El sentido: No se trata solo de un campeonato deportivo. Esta cita en Las Leñas marca un antes y un después en la historia del freeride argentino: por primera vez, la montaña mendocina se coloca en el mapa global de este deporte extremo. Para el público, el espectáculo es doble: ver a los atletas enfrentarse a la ladera con la precisión de un artista y, al mismo tiempo, sentir que cada línea dibujada sobre la nieve es una metáfora de la vida: efímera, única, irrepetible. En palabras del propio freeride: la línea no se repite, se crea una vez y para siempre.
La Línea del Freeride
Cada montaña espera, blanca e intacta, como un lienzo. El freerider no busca solo descender: busca trazar su línea. Esa línea no es casual: es pensamiento, es intuición, es destino.
Platón diría que en cada bajada late la idea de la línea perfecta, esa visión interior que se proyecta sobre la ladera nevada. Aristóteles recordaría que la línea es continuidad, un fluir sin interrupción, como los giros que encadenan el origen con la llegada. P
ero la línea también es emoción. Kandinsky la reconocería como un trazo expresivo, un pulso vital sobre el plano infinito de la montaña. Allí cada corredor escribe con su cuerpo, y la nieve se convierte en pergamino.
A veces, sin embargo, la línea no obedece a reglas, se escapa, se fuga. Deleuze lo celebraría: el freeride como una línea de fuga, una invención contra lo establecido, un gesto de libertad radical.
Y cuando la montaña muestra su carácter indomable, cuando el polvo, el relieve y el viento deshacen la certeza, entra en juego la turbulencia de Michel Serres: la línea como diálogo con lo imprevisible, como pacto con lo salvaje.
Así, cada línea en la nieve es filosofía en movimiento: idea, continuidad, expresión, fuga, turbulencia. No es solo un descenso: es el arte de habitar la pendiente, de inscribir en lo efímero un trazo que, como la vida misma, nunca podrá repetirse igual. Por Lisandro Guiñazú.
Agua marina
En la base del Martín descansa una aguamarina, un glaciar engarzado en la montaña, memoria azul y antigua, testigo del hombre que danza sobre esquís, desafiando sin miedo, en un alarde de destreza y ejecución fina.
Son sus trazos los que hablan, los que firman su creación sobre el manto inmaculado, como tinta en papel de invierno, como signos del viento en la piel del mundo.
Iracundo, en la cumbre el cielo ruge, y él, pequeño y libre, desciende entre la furia del blanco y el silencio, donde cada giro es una nota, cada salto una plegaria, cada caída, redención.
Y cuando el día se apaga y la última luz acaricia las cornisas, queda su huella fugaz, perfecta, como todo lo que verdaderamente vive. Por Lisandro Guiñazú.



