El manicomio de la nieve y los adictos metafísicos

El manicomio de la nieve y los adictos metafísicos

Por:Marcelo Padilla

... Horacio, cierta vez se cruzó con un pastor entre Los Viñedos del Señor. Los racimos turgentes en las hileras de las plantaciones de vides a la altura de los alambres, con sus ramas retorciéndose en pleno orgasmo, impidieron se vieran nítidamente uno al otro Tan solo en ademanes de ciegos se prodigaron reflejos de sombra y movimientos de brazos en lo alto de la parra.

El Pastor, en su expedición profética (que no sabía de dónde) era un peregrino solitario y de a ratos con Horacio a lo lejos se relojeaban, haciéndose señas primitivas pa cumplirse entre los humos del sol mientras los jornaleros cegaban los penachos de la plantas, en plena faena pre-cosecha.

Una vez se toparon de frente

-Buenas y santas Sr. Pastor, ahora que lo puedo ver... pues me presento, soy Horacio ¿cuál es su gracia?

-Buenas tardes estimado peregrino, hemos estado acercándonos, yo le he visto Horacio por las noches escandinavas salir de su cueva y orar al pie de la montaña, lo cual, debo serle sincero, generó en mí cierta intriga; y ahora al verlo quisiera decirle...

-No, no, Sr. pastor, no he sido yo, ¿tal vez alguno de los peregrinos internados que saben escaparse al atardecer saltando el portón negro? Yo: oro, a veces plata, pero siempre cobre; entonces dígame Sr. pastor, ¿usted también está internado en La Zona de las Plegarias? Porque yo estoy esperando se decidan de una vez por todas en el purgatorio. Llevo nueve tormentos aprobados, y ahora, poseído en la peripecia de la elevación máxima transito el último de ellos, el decimo según me dijeron las voces de La Virgen de la Ermita. Ahora bien, luego de estas apariciones fantasmales nos hemos encontrado cara a cara, y puedo decirle mi nombre y preguntarle aprovechando ¿usted, ha escuchado el silbido de la Virgen, la ha consultado alguna vez en su magnánima ermita?

-Mire, estimado siervo Horacio, yo he venido de muy lejos. No recuerdo cuándo y de dónde he emprendido esta cruzada. De mi peregrinar errático he recalado aquí. Pero, ¿debo decirle que sí, que estoy internado en El Parador de los Murciélagos y que descanso debajo de una piedra verde? ¿Debo intimarle que por las noches, bajo la frescura de las arias que me llegan de la boca de la ladera sur, allí donde nace el río que alimenta los arroyos secos y escarpa la tesitura de los dioses, realizo mi peregrinaje circular imantado por la metafísica del sitio, transmutando cada vez que el coro canta a eso de las tres de la madrugada? Ahora bien, aprovecho la ocasión, estimado siervo Horacio: ¿cuántos son los internados allá en La Zona de los Purgatorios?

-Y... a ojo? Le diría que 33 Sr. Pastor. A veces, algunos se disgregan saltando el portón negro (como ya le dije) y no podemos saber a ciencia cierta si vuelven en la oscuridad. Por supuesto hemos tenido bajas, la mayoría de los que saltan no han retornado. Aquí no es pa cualquiera. ¿Y usted Sr. Pastor, -disculpe la intimidad de la pregunta-, por qué está internado, por qué esta aquí en este moridero de adictos metafísicos?

Era el vendaval y de su vientre vino la gracia del cielo. En la tertulia de las hileras de uvas, tormentó. Cernió la lluvia sus bulerías y del agua de la naciente fueron piedras de hielo las que caían. Sin embargo, a los dos penitentes nada les impidió seguir la entramada conversación de interrogantes. Porque jugaban a dudar, y en el dudar decir, lo que el otro preguntaba; o sino responder en el dudar con otra pregunta: puro arte la conversación de adictos metafísicos.

El Pastor hizo un silencio pronunciado. Un shuuuuuut hacia adentro y hacia afuera. Inspiró el aroma de la noche estrellada, y bajo una luna prácticamente sefaradí expiró su vaho centenario.

¿El Pastor parecía no querer responder la pregunta de Horacio?

Sin embargo Horacio, dejó se tomara su tiempo, no insistió, y cuando menos esperaba la respuesta, el Pastor elevó sus brazos al cielo y dijo:

"... satanás de los infiernos, violador de los cielos y purgatorios, he venido aquí a enfrentarte mano a mano, el pacto por ti no fue cumplido, he tenido que soportar primero los escarmientos, y cuando me dijiste que peregrinando encontraría mis beneficios por aquel pacto, solo he visto infinitos desiertos. Y al divisar la montaña y sus nieves, me propuse seguir hasta este erial paradisíaco. Pensé era el edén de los beneficios, pero ahora que llevo más de ciento cuarenta y tres años caminando, debo reconocer que todo fue una verdadera farsa, una farsa satánica. Por eso te digo Satanás: mi honra está intacta y mi hidalguía es una estampa que recorre pobleríos apolvados y toscos. Y puedo decirte ahora: he perdido todo, que mi austeridad es virtud en la pobreza y por ello retarte de frente esta noche puedo. A mis espadas, por si a las trompadas no da, sacaré de mi piedra verde y verán las nubes aquilatar la enorme desigualdad de mi utopía... "

***

-Oh! Oh! Oh! Sr. pastor... ¿por qué habla así? ¿Es con el demonio se ha encontrado? ¡Sepa usted! Este siervo de dios se entregará a sus mandamientos (agachando la cabeza el tipo) si el Pastor así lo deseara. He venido hasta aquí desde el infierno. Lo he habitado. Una simple ventana abierta me dio el ánimo para el impulse de mi cuerpo, y atravesándola con las manos y los brazos, en un sueño desvariado navegué por túneles de fuego, y mi piel era una brasa incandescente, y mis órganos bullían dentro cocinándose en un horno horroríficamente humano ¿Será acaso, mejor digo, estoy, ante el mismísimo profeta? ¿Seré yo el demonio que usted viera en las hileras?

***

La conversación se hundió en un oceánico silencio, como si hubieran cortado la luz y el gas, y deviniera todo: Gran Fiesta Universal del Caos en las afueras de la nada, República de Agua Amarga.

Pues ahora me pregunto: ¿qué hace un amanuense cuando lo que escucha lo hace a uno testigo y por tanto cómplice de viles glosolalias?

Porque ahora el problema es mío. De lo que vengo hablando es dónde se encontraban los adictos metafísicos a despuntar su vicio. De su pasado reo. A ponerse al día de las cosas que transitaban por abajo, desde el infierno hacia arriba, tal dos santos que parlamentan tanto que hay que baldearlos pa que paren de boquear como torturados, que por la picana decían y gritaban, desgarradoramente: ¡Horacio! ¡El Pastor! Y nos mandaran al frente a todos, a locos y desmemoriados, a visitar la pugna anímica de la soledad de la montaña, donde supo ir en antiguos ciclos el heroico Batallón Bipolar al laureado manicomio de la nieve. Donde las uvas sangran de los tajos de las manos. Donde el diablo frecuenta soledades.

***

Fuera del teatrito de la conversación la tormenta levantaba por los aires a los árboles milenarios de nuestro vergel. De La Zona de los Purgatorios volaban benditos gauchos ensortijados a las beatas, ora mártires por las voces de la Virgen de la Ermita (la que habla y sentencia) Y así, vomitados en el enchastre de la turbulencia fueron orando. Se erguían los barros en los cielos, de modo tal que concibieron refugios para los macilentos. Empinada la tarde como la montaña, de La Zona de los Murciélagos escapaban cuerpos apunados por el oxido, convertidos en bichos con alas negras.

Entonces volaron en bandada disociándose, no obstante siempre en dirección al fuego, a La Zona de los Hornos, ora a calcinarse allí en un apocalipsis privado. Y esto, en la Zona de la Nieve ocurría cada ciento cuarenta años. Ora Horacio convertido en el demonio para El Pastor y el pastor en Profeta para el Demonio, que era Horacio sin saberlo. Sin embargo la plana mayor de las montañas hizo gruñir sus celos, y de sus entrañas laterales urdió el maleficio para el pobre Horacio.

***

Entonces, "cuestionario dos puntos" me dije.

El Pastor... ¿resultó ser el pastor mentiroso porque no había ovejas que arrear? Y Horacio ¿no entendía un carajo porque estaba loco y tomaba un combo farmacológico de la San Puta? El pastor ¿venia de la provincia de Buenos Aires, de un lugar que ni nombre tenía, así y todo, ora expulsado por prácticas ilegales y después perversas, monstruo forastero en todos los puertos? ¿Pudo retirarse disfrazado de túnica y cofia bien amarrada a toda su cabeza?

¿Perturba el turbante de Horacio?

Entre sus antecedentes pintorescos, ¿jugó el pastor de 4 en Excursionistas, jugador mediocre pero muy alcohólico, lo cual lo llevó a meterse 9 goles en contra en su temporada? ¿Fue el máximo goleador en contra del excursio, un maleta que se hizo vicio, y al expulsarlo del equipo el capitán, luego fuera perseguido por hinchas rabiosos y el pueblo entero sin nombre lo echara en alpargatas que no alcanzó a buscar siquiera una par de trapos para el pire?

***

Si fui testigo de aquellos parlamentos y quienes conversaban no me vieron, debo seguir escuchando las diatribas, las maldiciones que de La Zona de los Murciélagos salieran. Ahora me toca a mí hablar ( dije suspirando) mientras rasco con mis garras la piedra verde, intentando un dibujito jeroglífico.

Eran dos bocas sucias con sus lenguas sin control, eran sus lenguas desbocadas que al rojo vino hacían la suya, como si el aparatito psíquico de cada uno estuviera allí, desde las amígdalas dando órdenes. Sus cerebros estaban muertos. Limados. Por momentos detecté los interruptores que daban el error de la física, pero se hicieron pronunciados y pensé en los errores de las máquinas cuando se descontrolan por la lengua suelta.

Que dónde estaba la cajita del encendido y apagado no lo sabía. Tal vez nunca lo iría a descubrir. Sin embargo, pude retener en el astral una serie de fenómenos no muy comunes, poco habituales en los humanos. Dudé. Y al seguir dudando pude topar con la serendipia. La serendipia estaba follando con un sapo de gran tamaño. En ese coito se escucharon sus batracios pedir ¡teta mamá, quiero teta!

No podía entender lo que estaba sucediendo. Anduve mareado por La Zona de las Plegarias hasta que decidió mi cuerpo implosionar sobre un arenal previo al arroyo, ya nutrido por el deshielo de la nieve. Vi pasar una gran máquina flotando. Vi ese tránsito de embarcaciones permanentes, erráticamente humanas, atávicamente psíquicas. Decidí embarcar mi cuerpo implosionado.

Quise huir subido a la cabina donde está el control de mando. El agua bajaba erosionando, la máquina daba vueltas como el barco de Fitzcarraldo. No había indios, pero, en mi divague imaginé la continuación de la de Herzog y pensé que había llegado el momento de mi venganza: hacer que a Herzog lo cercaran, miles de indios tombos, pa cobrarle la muerte de sus extras.

Marcelo Padilla