Artistas militantes: de actores de reparto a protagonistas

Sus intervenciones públicas a favor del gobierno nacional son muchas veces relacionadas con una connivencia política en pos de réditos económicos.

Artistas militantes: de actores de reparto a protagonistas

Por:Cynthia García
Periodista

 Desde el apoyo explícito o implícito hasta la oposición abierta de la mirada de diversos referentes de la cultura, respecto de los tiempos que transitamos, se desprende una trama de prácticas y discursos necesarios de ser explorados: las expresiones y la participación de artistas en la esfera política se asocia caprichosamente con la supuesta complicidad de sus conductas a cambio de favores económicos propios, en un esfuerzo por desconocer trayectorias y posicionamientos ideológicos que los encuentra protagonistas de marcadas políticas culturales de un modelo que los incluye.

Los medios de comunicación ponen en circulación y legitiman discursos que pugnan por la hegemonía en momentos claves de un profundo y necesario debate de dos modelos de país posibles. Las estrategias y recursos del periodismo -léase operaciones, en más de una oportunidad- son los espacios privilegiados para la construcción del imaginario colectivo: en contacto con los medios, es posible observar la precisión lingüística de terminologías cuya aparición revela los sentidos de disputas que pretenden instalarse en la ámbito público y en un momento dado, mientras dan cuerpo a concepciones que no siempre son discutidas desde su verdadero sentido. 

En este camino, emergen lo que éstos califican como “artistas militantes”; hombres y mujeres del teatro, de la TV o el cine, de la música, de las letras y de las más varias representaciones del arte, estigmatizados a partir de sus intervenciones públicas a favor del gobierno nacional a cambio de una presumida connivencia política en pos de réditos económicos. De esta forma, se descalifica a quienes, provenientes del propio campo artístico, asisten a un Estado que ha sido agente clave del proceso de democratización de la cultura, en términos de acceso y en términos de posibilidades de producción.

Un Estado sin maquillaje sale a escena

La cultura es, a la vez, una condición, un medio y un fin del desarrollo. Si el aspecto económico alude generalmente al crecimiento de un país y en materia de lo social a la redistribución de los resultados de ese crecimiento, el desarrollo cultural se refiere específicamente al proceso que incrementa la autonomía y libertad de las personas, instancia que requiere bases materiales y simbólicas.

De esta manera, el Estado Argentino, al poner de manera prioritaria en la agenda de gobierno la promoción y aplicación de políticas culturales, pretendió desde un primer momento, incidir explícitamente en esa configuración.

En tal sentido, el Gasto Público Nacional en Cultura, en 2013, ascendió a más de 5.000 millones de pesos (0,67% en la participación del presupuesto nacional) y se ubica como el mayor monto registrado en los últimos diez años.

Se trata de una investigación que incluye múltiples datos sobre distintos sectores del área y que registra las variables económicas referidas a las actividades culturales de la Administración Central, -Ministerio Cultura de la Nación- y los organismos culturales descentralizados (OC), el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), la Biblioteca Nacional, el Instituto Nacional de Teatro, el Teatro Nacional Cervantes y el Fondo Nacional de las Artes.

Confeccionado por el Sistema de Información Cultural de la Argentina (SinCA), este informe remarca que dentro de esa cifra "el rubro con mayor crecimiento corresponde a programas culturales, que alcanzaron el 19 por ciento en 2012", lo que significa que por un punto cuadriplica el 5 por ciento que se registró en 2001.

Pero otro de los aspectos a resaltar es, justamente, la generación de empleo en áreas culturales. A partir del 2003, los puestos de trabajo generados por el sector cultural se han incrementado de manera sostenida y a un ritmo superior que el conjunto de la economía.

Y como evolución de tantos avances en la materia, recientemente asistimos a la apertura de un maravilloso espacio para la cultura del país: el Centro Cultural Néstor Kirchner, inigualable por su magnitud –el más grande de Latinoamérica- y por ser un símbolo de y para los artistas.

En este contexto histórico-social, las voces desde quienes participan de forma directa en las expresiones artistas comenzaron a hacerse escuchar, seducidos desde sus principios por los cambios en la política y en las políticas culturales.

Rita Cortese, destacada actriz, y de enorme trayectoria en los escenarios, el cine y la televisión, ha manifestado en más de una oportunidad el apoyo "a un proyecto de inclusión, de recuperación de una argentina nacional y popular en el sentido más profundo del término y económicamente soberana.”

Se ha defendido, como tantos otros colegas, del ataque mediático que la instala en un lugar de incomodidad ante sus expresiones de adhesión al gobierno nacional. “Yo no tengo ningún problema en decir que me comprometo con este proyecto porque me interesa hacerlo, pero lo que sí creo es que el artista debe tener ideología más allá de lo partidario. No creo en el arte sin ideología, porque la ideología y el arte son maneras de vivir”, expresa de forma contundente cada vez alguien niega la participación en política de los artistas.

Sin caretas, sin disfraz, a militar…

En el análisis que se propone, no se trata de rechazar la noción de “militante” que, en sí, es una palabra llena de significados y refleja el compromiso de lucha de quién lo porta. Rescatando las palabras de Arturo Jauretche la respuesta a cualquier interrogante conceptual se esfuma. “Militante es aquel que intenta transformar el mundo con su ejemplo; sabe que decir lo que se piensa y hacer lo que dice es el arte mayor de una noble práctica política”.

Y sin duda, un grupo que se parece al de los militantes, o viceversa, son los artistas. En el arte de la militancia y en la militancia del arte, se unen objetivos comunes. Hay una creencia de cambio, de intervenir claramente en la realidad; una necesidad de expresarse, tal cual lo hacen a la hora de pintar, de escribir, de actuar, de cantar. “Un militante es un ser en constante proceso de humanización”, define con sabiduría José Pablo Feinmann.

Queda claro que participar, militar y defender lo que nos moviliza, es un derecho y un deber. Sin embargo, cuando las voces aparecen, los grados de tolerancia se reducen a cuestionamientos vacíos.

Pablo Echarri, durante mucho tiempo estuvo acobijado en los medios -las revistas del corazón a la cabeza- por su exposición ligado en el protagonismo de telenovelas. En los últimos años, decidió involucrarse en política, en una clara adhesión a los gobierno de Néstor y Cristina.

Hoy, en sociedad con Martín Seefeld y Ronnie Amendolara, conformó la productora de contenidos el Árbol, con la intención de “renovar el paisaje audiovisual”, según la propia definición de sus emprendedores. En 2014, Echarri estuvo en la mesa de Mirtha Lengrand, en el canal del Grupo Clarín donde es habitual que se lo cuestione o se le reste promoción a las películas en donde participa. En aquella oportunidad manifestó que no obtiene subsidios ventajosos respecto de otras productoras, “aunque muchas veces se pretenda instalarlo en la gente y así vincularlo con mis opiniones y presencia en actos de gobierno”.

En ese encuentro, reafirmó que su posicionamiento político se sintetiza en “un compromiso real, con total convicción ideológica; yo he apoyado a un nivel de militancia a este gobierno porque a la hora de querer evolucionar, esta idea política es lo que contiene esa evolución".

La estrategia de confusión, nada inocente por cierto, pretende reducir el concepto de militante a un lineamiento y activismo político como propaganda de gobierno, bajo el oportunismo de lograr beneficios con importantes contratos que pagaría el Estado.


Teresa Parodi, cantautora popular, se convirtió el año pasado en la primera ministra de cultura de la nación proveniente del folclore. Antes de asumir, fue objeto de innumerables acusaciones por su apoyado al proyecto nacional. Similar al vivido por Mercedes Sosa, Victor Heredia, León Gieco, Adriana Varela o Fito Paez, entre otros. A todos ellos se los ha acusado de recibir jugosos contratos a cambio de presentaciones musicales. “Desmentimos cuando publicaron nuestras facturas, las facturas son globales, se pone la cifra de que cuesta un artista puesto en un lugar, pero de ahí hay que descontar todo: los pasajes en avión, los viáticos, los cachets de los artistas, el hotel, los traslados... ahora cuando vos publicas la cifra redonda, parece que el artista se lleva todo eso a su bolsillo”, explica la ministra.

Así, la significación de la militancia del artista, reemplazado en ocasiones por la designación militantes K, se pierde en la especulación y en un reduccionismo que persigue la negación de un pensamiento que se sostiene en un proceso de reconquista de espacios por parte organizaciones económicas, sociales y culturales y mejora la calidad de su participación en el cambio de rumbo que este modelo ha impuesto a la política desde hace ya más de una década.

Llama la atención, porque en verdad nunca se pierde el poder de asombro, observar la construcción mediática a la hora de presentar noticias de la cultura.

“El mundo del espectáculo K con nombres como Gerardo Romano, Esther Goris, Pablo Echarri , Pepe Soriano, Arturo Bonín, Jorge D’Elía, Juan Palomino, Gustavo Garzón, Raúl Rizzo, Rita Cortese, Federico Luppi, Andrea del Boca, Nacha Guevara, Gastón Pauls, entre otros, han tenido y tienen un lugar privilegiado como aplaudidores en actos oficiales. No fue la excepción cuando le llego el reconocimiento por parte del gobierno nacional a la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes, al ser consagrada como una asociación sin fines de lucro que tramita y administra los derechos de propiedad intelectual de actores, bailarines y dobladoras. "Extracto de una de las notas publicadas por Clarín en momentos de darse a conocer la noticia que permitió desde entonces mejorar las condiciones de miles de trabajadores de la cultura. La medida, completaba reivindicaciones laborales obtenidos en el 2007 con la ley del Derecho de Intérprete actoral. Sin embargo, el eje está puesto “en los aplaudidores”, en los “obsecuentes del gobierno de turno”.

En definitiva, la negación de una voz o la desconstrucción de la noticia tienen implicancias negativas en términos de limitaciones al pluralismo o la multiplicidad de voces de los, coincidimos sin dudas, artistas militantes.


Con la colaboración de Andrés Fiorentino, docente y profesor de la facultad de Periodismo de la UNLP.