Ubicada en Malargüe, está rodeada de restos de lava volcánica y ha generado una serie de leyendas y ritos que son una inagotable fuente de inspiración.
Bellezas mendocinas: la magia de la Laguna de la Niña Encantada
La Laguna de la Niña Encantada, en Malargüe, es una inagotable fuente de inspiración para la imaginación popular mendocina, que rodea de un mágico misterio al lugar y con leyendas de la cuál nace su nombre.
Rocas basálticas negras, propias de los procesos volcánicos, le dan un marco hermosos a su lecho, poblado por una enorme variedad de especies ictícolas
La acumulación de lava volcánica que circunda la laguna proviene de unos cráteres que se encuentran hacia el norte.
Ubicada a 200 kilómetros de la ciudad de San Rafael y a 8 kilometros de la Villa y Centro Termal Los Molles, es un lugar ideal para el descanso desde donde se puede contemplar todo el valle y caminar por la pequeña costa de la Laguna que contiene un agua extraordinariamente cristalina.
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Leyenda de La Niña Encantada
Cuenta una antigua leyenda que en estas tierras habitaba un pueblo de nativos pacíficos. Llevaban una vida apacible hasta que los pehuenches comenzaron a realizar visitas periódicas a sus tierras.
El Pehuenche era un pueblo de indígenas bravos y aguerridos que rápidamente alteraron la acostumbrada tranquilidad. En busca de restaurar el orden perdido, y asegurar un porvenir sin choques de linajes, se convino un casamiento en beneficio de la paz.
La hermosa hija del cacique pacífico, Elcha, sería tomada por el hijo del patriarca pehuenche. La solución encaminaba el futuro de ambos pueblos y la convivencia en esas tierras.
Pero Elcha se encontraba enamorada de un joven de su tribu, y al no lograr dominar la pasión que los envolvía a ambos, escaparon juntos. Furiosamente perseguidos en la atropellada huída, comprendieron que sería imposible escapar con vida, y llegados a un punto alto sobre la laguna se arrojaron a las heladas aguas confundidos en un abrazo final.
Los perseguidores alcanzaron a presenciar aquel salto e iracundos vociferaron amenazas, hasta que súbitamente los conjuros aullados por la hechicera de la tribu fueron contestados con un rayo celestial que la petrificó por siempre en la cima de la montaña.
Aún puede vérsela en su prisión de piedra, condenada a presenciar cómo en las noches de luna el reflejo del agua devuelve la imagen de Elcha, la niña encantada, que se reencuentra eternamente con su amado.