Al cabo del primer tercio del año, la administración Macri presentó sendos programas financiero y monetario que se adaptan a la financiación de un gasto público que parece intocable para el gobierno.
Desde un déficit fiscal estimado en casi 5 por ciento para este año, el gobierno deberá salir a captar fondos por más de 36.000 millones de dólares, para financiar ese desequilibrio y pagar la deuda -capital e intereses-, en tiempo y forma.
Sin embargo, las expectativas de inflación permanecen altísimas -casi en un 34 por ciento anual-, porque los agentes económicos no encuentran razones para que modifiquen un cambio de conducta.
El gobierno es uno de los impulsores de la inflación a través de un constante aumento del gasto -vía subsidios y otras transferencias-, y un incremento de la voracidad fiscal, mediante el incesante ajuste de tarifas que provoca de manera indirecta una suba de los costos, en especial, en la logística.
De allí que lo anunciado por el Banco Central, a través de la aplicación de metas de inflación aparece como inconsistente, en la medida que el Palacio de Hacienda no presente un programa de reducción del gasto público.
Por lo pronto, el propio presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, ratificó que "no se usará el tipo de cambio como ancla para contener la inflación" porque afirmó que "esa fue una política que en la Argentina ya fracasó".
Sin embargo, reconoció que al BCRA "le preocupa una apreciación cambiaria muy fuerte y que el mayor peligro es el ingreso de divisas".
Si alguien escuchara esto sin conocer la real situación patrimonial del BCRA, pensaría que la economía argentina es un jardín de rosas.
Pero la autoridad monetaria no puede ufanarse de ese ambiente porque está pagando los barbarismos financieros del kirchnerismo que obligó al BCRA a contabilizar un profundo déficit cuasi-fiscal, mediante la emisión monetaria y su correlato de esterilización vía LEBAC.
En la actualidad, el BCRA enfrenta un pasivo por la emisión de letras -LEBAC, NOBAC y pases pasivos-, que supera los 500.000 millones de pesos, con un tasa promedio del 34 por ciento.
Paralelamente, Sturzenegger aseguró que las tasas de interés no van a bajar hasta tanto la inflación no ceda.
El pasivo del BCRA equivale a casi la totalidad del M2 Privado (920.000 millones de pesos) que representa el dinero disponible inmediatamente.
De allí que resulta difícil disminuir el stock de pasivos para el BCRA porque se corre el riesgo de una dolarización de carteras.
Al mismo tiempo, ese pasivo en letras representa ni más ni menos que gran parte de los depósitos a plazo fijo de los ahorristas. Este año, el BCRA deberá afrontar una deuda por intereses de esas letras de casi 170.000 millones de pesos, aunque hasta ahora esos intereses no se pagan y se capitalizan, aumentando peligrosamente el capital adeudado.
Existen voces coincidentes entre analistas, banqueros y economistas que las LEBAC serán canceladas con un bono en dólares, para las entidades financieras y para los ahorristas, con el objetivo de frenar el deterioro patrimonial que enfrenta el BCRA por el pago de intereses. Una suerte de Plan BONEX de 1989.
La persistencia de altas tasas de interés y el virtual anclaje inflacionario, vía atraso del tipo de cambio, conforman una formidable estructura financiera para obtener altísimas rentas en dólares.
¿Cómo resolver el interrogante? Mientras, la Casa Rosada no se decida a encarar un verdadero programa de reducción del gasto público, las posibilidades de una baja de la inflación son remotas, al tiempo que los problemas financieros y cambiarios se encuentran a la vuelta de la esquina.
(*) Especial para Mendoza Post



