Cruzar a Chile por la selva en bici: una historia inolvidable

Fotos y videos: conectamos San Martín de los Andes con el sur chileno con termas, ríos, bosques, lagos y mucho más.

Cruzar a Chile por la selva en bici: una historia inolvidable

Por:Andrés Pujol
Periodista

Muchas veces en la vida soñamos cosas y en algún momento decidimos cumplirlas. El pasado 11 de marzo realicé con dos amigos una travesía inolvidable en bicicleta que hoy comparto para que todos los amantes de este deporte sepan que lograr una odisea de éstas está más cerca de lo que creen. 

Logramos junto con Mathias Pescara y Mauricio Curriol cruzar desde San Martín de los Andes a Chile por el Paso Hua Hum y retornamos días después por el Carririñe. Con la bici como protagonista, un barco y hasta una camioneta realizamos un recorrido de más de 300 kilómetros por la selva valdiviana, los lagos y los bosques de la zona. 

Las tres bicis de la travesía, cada una con más de 20 kilos de equipaje.

Embalamos las bicis en San Rafael y partimos en colectivo por la mañana hacia Neuquén, no había servicio hacia el lugar donde arrancaríamos la pedaleada. Lamentablemente al llegar a esa provincia nos quedamos sin el pasaje para la combinación y ahí fue cuando una pareja (Mario y Laura) tuvo la gran bondad de acercarnos en su camioneta hasta la ciudad turística. 

Tres cajas, un sueño.

En la madrugada, un amigo que tampoco nos esperaba nos abrió sus puertas, desarmamos las cajas donde iban nuestras compañeras y a la mañana siguiente comenzamos a rodar.   

Lunes 12 – Camino al barco de Pirihueico

Un temporal se estaba desarrollando esa mañana, pero no nos importó, salimos alrededor de las once horas para poder cruzar la frontera. 

Así comenzaba el viaje.

En total, fueron 48 kilómetros de ripio, barro, lluvia y hasta granizo los que tuvimos que soportar y disfrutar para poder llegar.

El Paso Hua Hum, plagado de bosques.

Las condiciones climáticas nos obligaron a parar, pero las ansias por avanzar nunca nos dejaron quedarnos más de quince minutos.

El tiempo también fue protagonista en esta historia.

Adentrados en el camino no pudimos dejar de admirar la flora y la fauna del lugar.

El camino de ripio y selva.

Los animales, una constante en el recorrido.

Pasadas las 14 tuvimos la primera gran satisfacción, llegamos a Yuco, una playa escondida en el medio de los bosques. Había que continuar a Nonthué y de ahí al Lago Hua Hum, sólo por eso, decidimos continuar minutos después.

La llegada a Yuco, una caricia al alma.

El intenso verde del follaje, el color esmeralda en la laguna, la sombra pura que presenta un camino que no deja entrar prácticamente al sol, son algunos de los detalles de aquel inolvidable retrato.

Se puede hacer noche en el lugar, aunque no es muy económico.

Casi dos horas después aparecimos con gran regocijo en Hua Hum, la vista es imponente, casi sacada de alguna película estadounidense, pero no... por suerte, es Argentina.

Mauricio Curriol, Andrés Pujol y Matías Pescara.

Minutos después llegamos a la Aduana de nuestro país, hecho el trámite continuamos el pequeño recorrido para llegar a las oficinas chilenas. De ahí seguimos en medio de un verdadero diluvio hasta el Lago Pirihueico.

A la izquierda Mathias Pescara, fiel compañero de viaje.

En ese lugar debíamos tomar un barco que nos trasladaría hasta Puerto Fuy (era la única manera de continuar). Y lo hicimos, el último viaje salía a las 20 horas y faltando apenas tres minutos arribamos al navío.   

El viaje en barco. Solamente 4200 pesos chilenos.

En medio de la noche y con una bajísima temperatura aparecimos en el nuevo destino. Charlamos con los oriundos de la zona que nos recomendaron una económica cabaña en donde hicimos noche. Y con la compañía de un cabernet sauvignon brindamos por haber cumplido el primer objetivo.

La llegada en Puerto Fuy.

Martes 13 de marzo – El cambio de rumbo y el final en Coñaripe

El descanso es fundamental para cualquiera que decide realizar este tipo de travesías. Por eso, recién a las 10:30 comenzó la pedaleada el segundo día. Partimos hacia Neltume, a cinco kilómetros de nuestra primera parada. 

Detuvimos nuestra marcha para dejar las bicis por un rato. Encontramos las cavernas volcánicas de la Reserva Nacional Huilo Huilo y cambiamos de deporte por un rato para hacer trekking. Nuevamente, el paisaje entre selva y río se robaba el protagonismo.

El río en el Parque.

Terminada la caminata y nuevamente en el ruedo apuntamos a Coñaripe (famoso por sus termas). Pero, una camioneta justo se frenó a nuestro lado mientras estábamos parados en la ruta y nos ofreció llevarnos hacia otro lugar más lejos y sin querer, ya íbamos camino a Panguipulli. 

Los ciclistas en el Lago Calafqué, camino a Panguipulli.

Paramos hasta la tarde y nuevamente comenzamos a pedalear. Cuarenta y dos kilómetros nos separaban ahora para llegar a Coñaripe. Subidas, bajadas y el bello Calafquén ahora se llevaban todos los flashes. 

El camino de esa tarde.

Conocimos a Carla, la dueña de un hostel que nos ofreció la parte detrás de su casa para hospedarnos gratis. Ella está en una red de ciclistas de todo el mundo y por eso tuvo la gentileza (se lo recomiendo a cada uno que decida realizar un viaje así).

"Sea como sea, siempre hay que pedalear"

Allí también nos hicimos amigo de Logan, un biker colombiano que llevaba tres años viajando y más de 17.000 kilómetros en el hombro. El cafetero aprovechó la charla para dejarnos una enseñanza inolvidable: “Sea como sea, siempre hay que pedalear”.

Los tres que emprendimos el viaje, Logan y Carla. 

¡Gracias por recibirnos!

Miércoles 14 – El sabor del barro y la gloria en las termas.

Luego de un suculento desayuno, la travesía del día intentaría conectar por medio de la selva a los pueblos de Coñaripe y Liquiñe. En el medio varias termas esperaban, pero el intenso viento, la lluvia y el barro no dejaron tiempo a que nos relajaramos.

Apenas cuatro kilómetros asfaltados en este trayecto.

Las subidas y bajadas fueron muy intensas y pronunciadas, mantener la cadencia en el pedaleo para subir cada vez costaba más y hasta en algún momento el propio cuerpo obligó a parar.

La cuesta de Añique, camino hacia Liquiñe.

Y así como se sube, se baja y en uno de los descensos el cronómetro llegó a marcar que agarramos una velocidad de 62 kilómetros. Algún profesional no se sorprendería, pero créanme que en ese momento sentimos que flotabamos en el aire por un rato.

Continuó el pedaleo y llegamos a Liquieñe. Plagado de verde y con las termas a pocos kilómetros frenamos en una cabaña en la entrada del pueblo.

Y el relax llegó cuando nos metimos en las termas.

Sauna, barro (este relajante), tinas calientes de madera y estanques para descansar el cuerpo.    

Manquecura, un paraiso en Liquiñe.

El asado reponedor.

Jueves 15 – La selva como nunca la vieron, el regreso a la Argentina.

Sin dudas que esa jornada quedará marcada por el paisaje más bello que transitamos.

El ascenso al Paso Carririñe, Mathías y los demás quedamos asombrados.

Veinticinco kilómetros separaban Liquiñe de la Aduana Chilena por el Paso Carririñe, sin embargo había casi 900 metros de desnivel que variaba permanentemente en el lugar más la fatiga de los días acumulados nos hicieron sentir la marcha. 

Cascadas en el camino.

Paisajes de ensueño.

Así y todo, avanzamos sintiéndonos más vivos que nunca.

Mi fiel compañera en el medio de la selva.

Y allí estaba, la oficina Chilena que los esperaba para el trámite. Minutos después, comenzó nuevamente el ascenso, ahora en nuestro país, en la parte norte del Parque Nacional Lanín. 

La pequeña Aduana argentina, muy distinto al complejo Horcones o Libertadores.

Senderos, araucarias y decenas de aves de todo tipo. 

El Escorial, el reflejo de la lava volcánica.

Pedaleamos hasta Laguna Verde y una avería en una de las bicis obligó a detener la marcha cuando ya caía la noche, por suerte una camioneta nos trasladó hasta a un lugar habilitado para acampar.

Curruhué Chico, ahí paramos esa noche.

Solucionamos, armamos carpa y disfrutamos el cielo estrellado.

Viernes 16 – La vuelta a San Martín

Llegó el día del retorno definitivo, 42 kilómetros nos restaban para completar la odisea. Con la fatiga a más no poder, la carga que nos acompañó durante toda la travesía, comenzamos nuevamente a pedalear.

Pasamos por el Lago Lolog, luego de 20 kilómetros, almorzamos y juntamos fuerzas para llegar finalmente al mismo lugar donde habíamos salido.

Lago Lolog.

Sin dudas fue un sueño, algo que ninguno de los tres no va a olvidar al menos en el corto plazo. Esto nos marca que muchas veces hay que darse los espacios en la vida y cumplir lo que nos hace realmente bien. 

Gracias a la que nunca me dejó a pata.

Por eso mismo y porque el viaje es corto nunca se queden quietos. Como dijo Logan: "A pesar de todo, siempre hay que pedalear".