Crónicas del subsuelo: Ingrávido por la sombra

Crónicas del subsuelo: Ingrávido por la sombra

Por:Marcelo Padilla

 Existir, existir es una tragedia. O una puesta en escena que se desarrolla como bendición y tragedia por el simplísimo hecho de no saber para qué carajo hemos sido arrojados a este mundo. (Mac Jonhson)

Sí, arrojados. (Simone de Ruar)

El Nacer, no lo decide el nacido, antropológicamente los nacidos son un escupitajo de la cultura, necesidad que por endogamia la naturaleza produce (primera necesidad de arrime) a la humanidad. La especie se hace cargo de esa necesidad cósmica y con desdén toma el guante, pero nadie se lo pidió, nadie le indicó a ese monstruo que tomara el guante que no fuera otra cosa que el fuego.

Primero el fuego y de ahí la sacralidad por lo raro y lo espeluznante. El guante solo es espeluznante. Frente a la caverna, de espaldas, mirando el reflejo de la sombra de los otros, de todos los que fuimos sombra. Y porque fuimos sombra, su proyección cárnica. Somos la sombra que produce a la carne proyectada. Fuimos la sombra pura y dorada de negritud que encandiló la vista y luego a la mente del primero de ellos.

La naturaleza dialecta en otras guisas: escupe culturas, las deja aleladas por ahí. (¡Oh! abandónico padre de la creación) De un gran parto nació el primer bicho alelado, que fue conformando culturas de humanos aleladas por el resto, contagiando. O, mejor dicho, y para definir, la naturaleza no habla. Hablan los que -no solo- tienen la capacidad articulatoria del lenguaje, sino además los que pueden hablar y a los que dejan hablar. Tenemos ese gran inconveniente, técnico. Tecnológico diría, cibernético y algorítmico.

Ver también:  Crónicas del subsuelo: Carnavalia

Toda la fruta en la mesa que avejenta supura el hedor de los destilados por el sol. No se han comido la fruta, y ahora, hedionda y podrida sobre la mesa familiar sin familia, peregrina hacia la descomposición. No obstante, se dice que, sabemos hablar. Los animales no (y sí). Nosotros sí (y no) ¿Qué significa hablar, entonces? ¿Descomponerse?

Los institutos de bioestadísticas edificaron la categoría de nacido muerto. Y también, por oposición, la categoría de nacido vivo. Los que nacieron muertos se cuentan como muertos, pero para la estadística bio, tiene ese aderezo que deja a quien engendra al monstruo como víctima doble, porque de la muerte nació otra muerte que se extiende por generaciones bajo tierra. Los huesos de los antepasados, estoicamente sostienen la vida de los demás. Fingiéndole a la tierra que debajo de sus faldas, en su vientre eterno, esconde muertos. Los millones de humanos sepultados son numéricamente ventajosos respecto de los que viven (quedan) en el planeta. Solo saquen la cuenta.

"Su hijo nació, pero muerto". No sé si debería informarse así. No sé cómo debería informarse y tampoco sé si debería hacerlo alguien en estos casos. Es tan solo un ejemplo. La víctima es la víctima. Pero resulta que la víctima muerta construye el monstruo de la víctima viva, lo cual lleva a la culpa de sentirse víctima y victimante, o, en el mismo decir, amante de la víctima. Esa tensión de no estar decididamente seguro a querer vivir o seguir muriendo, querer vivir, deseo, seguir muriendo, poseo. Pavonear felicidades en cuanto evento celebratorio de la familia haya. O se invente.

La vida, es mera invención. La muerte, pura práctica.

Pues supongamos una situación: Ramiro va de la mano de su amigo y se besan en la punta de un lago azul. Ramiro resbala y se lo lleva puesto a su amigo. Caen. Se ahogan. Estaban enamorados. Ramiro murió, pero "el otro" no sabemos, porque no tiene nombre, aunque su cuerpo flote. El "otro" de Ramiro, supuestamente, es su amante y victimante. Llamémosle Víctor, simplemente Víctor. Si Víctor se ahoga con Ramiro por culpa de Ramiro ¿Por culpa de Ramiro? ¿Con qué caratula adorna el abogado el caso? Víctima y victi-mante.

Victoria viene de Víctor, o Víctor va a la victoria. Nace a la muerte y muere a la vida. Ramiro no, Ramiro era el primordial al principio del "supongamos una situación"; ahora vive más Víctor muerto que Ramiro ahogado vivo. Ahogado Ramiro vivo, no le sirve a nadie. Pero Víctor, al principiar la obra, fue otro, un innombrable más. Pero, después, por efecto de información angurrienta aparece el nombre: Víctor. Y la victoria transmuta en una guerra de sentidos bajo el agua, pútrida, hedionda, de todo lago.

Dos homosexuales (dos, no uno, dos) se ahogan en el lago Eysenjauer a las dos de la madrugada luego de darse un beso, informa el periódico al otro día. Una noticia con tintes porque lo que se informa es más la sexualidad que el hecho, que queda en segundo plano. No importa cómo -porque básicamente no importa nada- se ahogaron dos homosexuales y nadie sabe por qué. Eran los ochenta, me acuerdo, y nunca se supo por qué dos homosexuales no fueron encontrados en el dique luego de aquella noche de La distorsión.

Estábamos en El Barcelona tomando unos tragos (unos picks) Tocaba una bandita Darky Ribeyro, muy de esa época: los peinados, las divas y los divos, lo despampanante en el mundo del anti ser vestido de coraje. Se tomaba de todo y de todo se tomaban, de las manos se tomaba y se tomaban de las manos, y se iban a las manos. Luego vinieron las amputaciones. La historia de las historias que no se han escrito están en los baños de los bares, fantasmales, donde todos sabemos que alguna vez al entrar, nos hemos topado con un tema amputado sobre el borde del lavamanos. Bueno, ese es El anatema. Toparse como el toro o como el topo que viaja hacia el fin de la noche. En los ochenta pasaba eso, de mentira y de verdad. Porque, ¿quién dice que pasó aquí tal o cual cosa? -: "No me importan su profesión ni sus antecedentes, pero yo, para darle trabajo tengo que saber qué hacía usted en los baños de los bares cuando salía de jovencito". Es más, el interrogatorio moral de castración funcionaba perfecto. Castración, erección. Hecha la trampa, la ley. Degenerada la costumbre, la pena. Arbitrario el extravío, el cadalso.

Había que ver a las cabezas rodando para que fuera verdad. Desde ahí, la sangre es de verdad vampírica, porque a todos, y a cada uno, se le viene la pronta noche preanunciando su crepúsculo.

Hasta Levi Strauss lo supo y llevó oculto. No digo que se lo haya leído a él, tampoco me consta que alguien haya leído esa cita, pero bueno, las frases y las citas tornaron universales con autores que no eran los verdaderos autores. El mundo se llenó de citas de autores. Sin embargo, me prefiguro que, en "lo crudo es más rico que lo cocido" debe estar la cita, o en "el bardo del parentesco" (me suena más ahí) pero, no sé la verdad... No sé, tampoco me importa de la vida y de la muerte de ese hombre que terminó escribiendo como empezó, a máquina de escribir. Con el fuego. Como el Santo Bellatín, que volvió al fuego luego de invernar en las partes íntimas de la conciencia y el delirio. De fuego las basílicas y de fuego las alas de los aviones. Dame fuego: solo, quiero, fuego, le dijo el santo a la milicia pariendo el hambre. Y todo se hizo fuego. Cenizas, polvo. El sagrado polvo de la resaca de un instante.

Algunos siguen embrollándose con la marca del pantalón. Otros con el pantalón mismo; dicen, que, de chico, le gritaban: qué haces pantalón. Por los barrios de Strauss, que quedaban al sur y eran triangulares con luces que salían debajo de las plantas y hablaban. Las tenía él solo, el chabón se choreó, de la selva amazónica, todas las luces de las plantas que hablaban y dio por caso que se le murió la mujer del cáncer que le brotó en un brazo, de tanto esperarlo volviese de los indios, en fin, "se le murió la esposa a Don Levi Strauss", decían en los bares, uhhh. El clima... Era de madre mía.

Mejor -pienso ahora desde el tiempo- porque a lo vaquero iría por las yungas, y a espada por las selvas para montarse indias verdes. Después las cartas a la señora esposa (en sepia)

- Mi amor, las características de estos habitantes son extrañas, te quiere, Levis-.

Así de corto le escribía a la esposa. Desposada por él.

Redundo: arrojaron al mundo a las criaturas peludas que inventaron, guturales, lo que le decían las sombras en las cavernas, pero también del santo campo de abundancia para el consejo de la avaricia, y voraces comieron a sus crías y luego a los animales de sus crías sin poder siquiera diferenciar. Y si extendemos como mancha al caso de Ramiro y Víctor, podríamos intentar pensar, además, que el arrojo fue casual, no querido, como un hijo nacido muerto. No querer morir y morir en un acto de arrojo. En fin, no querer vivir es querer vivir. Y el resbalón de Ramiro bien que podría haberse evitado. En el lago, uf...Las cosas que han pasado en ese ocurrecer. Un sitial para arrojarse, no había profundidad más siniestra que la del lago, de la remanida punta (que era azul y lo demás ocre) nadábamos en la oscuridad del bosque bajo el agua eléctrica. La aristocracia desorbitada, escandalizada. Y sabemos que, por despecho, "las costumbres de las bestias" son la anticipación de la jurisprudencia de los ciudadanos.

-Por las costumbres, prudencia, diría otro que tampoco existe, pero ¡qué bien lo dice!

***

Pero no. Los tiraban torturados a los lagos, a los diques, maniatados, todos tajeados, habían estado en la comisaria del monstruo. Él se deleitaba con las torturas, y después los alcahuetes los llevaban semimuertos a los lagos; así, pasaron los años ochenta. Escondidos en los bosques para que a nadie agarren.

Pasaron y no pasaron. Porque lo que pasa no existe, existe lo que podemos decir de lo que dijeron en el pasado, y por medio de un salto arribar al caso testigo. Todos los casos siempre se resolvían por vías no judiciales, es más, por vías del tren, porque también los ataban para que los destrozara la primera formación del tren. Cuando pasaba lo que no existía, quedaban los pedazos de cuerpos a la vera de las vías. Al otro día, nadie decía nada, porque a la nada no se le puede hablar, ni decir, la nada es la nada y no escucha, además, da pavura la nada. Es... como dijo un tal... y no dijo nada. A lo sumo se preguntaba si a la noche tocaba tal o cual, en fin, el silencio recorrió las calles como una ola, como un océano de gente muerta, ingrávido por la sombra.

Marcelo Padilla