Ni un país de mierda ni el más grande: nuestra casa

¿Para qué esforzarse o buscar un cambio "si en este país de mierda" no va a ser posible?

Ni un país de mierda ni el más grande: nuestra casa

Por:Jaime Correas

 A todos los que se van de la Argentina y a todos los que vuelven

La visión de que la actividad política es un juego de suma cero lleva a equívocos y es paralizante sobre todo para quienes podrían ser motores de los cambios. Las corporaciones, en defensa de sus privilegios, ponen un cerrojo a la decadencia y se las ingenian para generar anécdotas que juegan en su favor. Los interesados en cambiar, a su vez, sienten que no será posible porque cuando se observan los ejemplos negativos pareciera que si la suma es cero no hay resto para lo constructivo. El ser humano tiene una tendencia natural a asumir lo negativo como un destino inevitable y de alguna manera se regodea con ello. Y al que no lo ve así se lo tilda de ingenuo optimista, sin considerar que una visión integral de lo que sucede puede llevar a un sano posibilismo, al sutil arte de lo posible. Por eso todos los complots y las visiones conspirativas tienen enorme éxito y predicamento... aunque se basen en falsedades. Es común escuchar ejemplos negativos que llevan a sostener "este país no tiene arreglo, no cambia más". Y la profecía se va cumpliendo al pie de la letra. Los que deberían encarnar los cambios están vencidos de antemano.

Hace años, en un encuentro de amigos en el extranjero había brasileños, franceses, un polaco y argentinos. El polaco, que había visitado todos los países de sus ocasionales contertulios, expuso una síntesis inolvidable: "Cuándo un brasileño piensa en Brasil su imagen es "o mais grande do mundo", sin mayor espíritu crítico; el francés piensa en "¡la France!", y su soberbia le impide imaginar que exista algo más en el universo; en Polonia, la evocación del nombre del país se traduce en quien lo invoca como "nuestra casa", en una experiencia amorosa, y el argentino para referirse a su tierra dice "este país", tomando distancia, cuando en realidad está pensando "este país de mierda". Es indudable que en esta manera de vivenciar lo propio como un juego de suma cero, sin matices ni proporciones, el platillo que sostiene lo negativo es abrumador. Surgen visiones catastróficas que, en el mejor de los casos, son contrapuestas con otras positivas. Por cierto, en su intento totalizador adolecen de la misma debilidad para abarcar la realidad, que siempre es compleja y difícil.

Circula un video que muestra lacras como el gordo del mortero atacando el Congreso o los cacerolazos y se las contrapone a Borges, Favaloro y Milstein en una especie de balance que llama a un futuro venturoso. Entre otros hechos halagüeños, por ejemplo, repite con liviandad que tenemos la mejor universidad del continente, cuando nuestro sistema universitario fracasa en casi todo comparado con la región. Menos en soberbia y autoengaño. Lo cierto es que sin una evolución del conjunto del país donde lo virtuoso se imponga a lo vicioso el manipulador del mortero seguirá conviviendo con "El Aleph" y el by pass cardíaco. De hecho lo ha hecho hasta este presente desalentador, pues en el cambalache, "da lo mismo un burro que un gran profesor". Por supuesto el video contrasta la idea de Ezeiza como la única salida con que también es la puerta de entrada de quienes han triunfado, los Messi. Más allá de la metáfora aeroportuaria, una solución para pocos. Con este modo de abordar la cuestión pública, con una derrota de antemano, no hay manera de que la balanza se incline hacia lo bueno.

Video edited on Kapwing

Esta semana asistí a un debate en un chat de personas muy calificadas donde se puso en duda la utilidad de los avances digitales y la inteligencia artificial en la educación, con argumentos apocalípticos sobre los desastres a los que se puede arribar con la aplicación de las nuevas tecnologías. La discusión es tan vieja como el ser humano. Para sintetizar, se puede poner en cuestión la electricidad si se la remite a una picana para torturar, pero pocos tienen dudas del beneficio de contar con ella para facilitar miles de procesos industriales que mejoran la vida humana o hacer funcionar una incubadora para permitir la maduración de un bebé prematuro. Los ejemplos eran inquietantes porque al parecer el tener acceso a la información de los alumnos y a sus datos podría transformarse en la puerta de entrada a un infierno digno de algunas de esas series (como Black Mirror) que ocupan el lugar de lo que en el siglo XIX significaron las novelas góticas de terror, como el inolvidable "Drácula" de Bran Stoker. Está claro que una tecnología, y mientras más sofisticada más posibilidades tiene, puede ser usada para el mal. Una tan notable y magnífica como el cuchillo puede usarse para cortar alimentos o para apuñalar. Quizás podamos buscar en una reciente entrevista a Steven Pinker un razonamiento para pensar estas alarmas, muy humanas por cierto: "Tanto es así que hechos como los tiroteos en las escuelas, los accidentes de avión o de plantas nucleares tienden a hacernos pensar que nuestros hijos están en riesgo cuando van a la escuela, que los aviones son peligrosos y que la energía nuclear no es segura. Está claro que estos sucesos no deben ser censurados, pero debería haber un mayor esfuerzo para ponerlos en un contexto estadístico: ¿Cuál es la probabilidad de ser asesinado por un terrorista en una escuela? ¿A qué porcentaje de los homicidios anuales corresponde esta sangrienta historia sensacionalista sobre la cual estamos informando? Por poner un ejemplo aún más explícito y que considero una absoluta negligencia periodística: cuando se aprobaron las vacunas contra la covid-19, hubo historias de personas que se contagiaron aun estando completamente vacunadas. Sin embargo, desde el principio ya sabíamos que la eficacia de las vacunas no era del 100%, así que esas historias no deberían haber sido noticia. ¿Por qué? Porque una historia como esa puede llevar a la impresión equivocada de que los casos excepcionales son comunes. Una forma de remediar esto sería presentar todo incidente excepcional en un contexto estadístico. Además, quizá habría que hacer un poco más de énfasis no en los incidentes, sino en las tendencias."

El problema de fondo al que nos enfrentamos es de gobernabilidad. Se trata de tener el poder de modificar las situaciones que impiden, por ejemplo, combatir la pobreza con efectividad o mejorar la educación y la salud de la población. Se hace muy difícil mejorar porque con la irrupción de las redes sociales aquella frase de que "del dicho al hecho, hay mucho trecho" se ha potenciado enormemente. Hay cada vez más dichos y menos hechos. Y lo peor es que esas narraciones en general sirven para vetar los mecanismos que llevan a los hechos deseados. Paralizan a los pocos ocupados. El filósofo Eric Sadin ayuda a pensar esto: "A la industria numérica le importa un pepino espiarnos, lo que pretende es penetrar nuestro comportamiento -generalmente con nuestro consentimiento- con el único objetivo de marcar el rumbo de nuestra cotidianeidad. Se trata más concretamente de un capitalismo de la administración de nuestro bienestar en el que no dejamos de acurrucarnos. Ya no puede ser solo el momento de denunciar a los gigantes digitales que nos absuelven de nuestra parte de responsabilidad; es preciso entender que nuestros usos han generado formas de sordera entre los distintos componentes del cuerpo social, principalmente por la declaración ad nauseam de nuestras opiniones en las redes sociales. Estas prácticas no hacen más que consolidar nuestras propias creencias, suscitar tensiones interpersonales que proceden de una ilusión de implicación política ya que por lo general se dan al margen de cualquier compromiso concreto. Una disimetría tan grande entre el discurso y la acción representa un drama de nuestra época."

Y luego Sadin sentencia: "...de lo que se trata hoy es de la llegada de una nueva condición de individuo contemporáneo hecho de sus heridas en un momento de la historia que, década tras década, habrá acarreado tantas experiencias fallidas. En esto, la ira actual surge menos de motivos ideológicos que de afectos subjetivos, que se expresan con el smartphone en mano. Este nuevo ethos baraja las cartas del pacto que obra entre gobernantes y gobernados para descubrir lo que llamo un estado de ingobernabilidad permanente."

Esa ingobernabilidad permanente es la que se debe superar. La razón es que mientras no se logra gobernar cada una de las áreas de la vida social sigue su curso con resultados malísimos, que justifican esa retórica inmovilista y derrotista. ¿Para qué esforzarse o buscar un cambio "si en este país de mierda" no va a ser posible?, se preguntan quienes deberían estar urdiendo acciones efectivas.

Todo lo que hay por hacer requiere de tener un buen diagnóstico, un plan efectivo y creativo y contar con las personas adecuadas para ejecutarlo. Las nuevas tecnologías, como el universo digital y dentro de él la inteligencia artificial, son herramientas claves, invalorables, por la complejidad de las dificultades que se deben enfrentar. Más que ponerlas en cuestión hay que estudiarlas para dominarlas y usarlas al servicio del cambio. Como el cuchillo para cortar y no para apuñalar. Por ejemplo, gestionar hoy la educación es mucho más complejo que hace cincuenta años porque la sociedad lo es. Aunque sea tranquilizador mirar para atrás y soñar con volver a un edén irrepetible, hay que construir el futuro. Para ello es imprescindible tomar cuanto pueda ser de utilidad en la empresa. La tecnología, no caben dudas, está en el centro de la complejización del mundo actual. De allí que se trate de encarar los desafíos aprovechando las llaves con que contamos para abrir las puertas cerradas. El ánimo debe ser el de quien está dispuesto a domar las dificultades para superarlas y no el de quien ya se dio por vencido echándole la culpa al país y a los demás. Porque al fin eso es la política: ocupar un lugar para influir y cambiar lo que funciona mal.