La madre que lo parió

Valía la pena, en el Día de la Madre, unir los avatares de la patria con la maternidad.

La madre que lo parió

Por:Jaime Correas

 A Liliana, mi madre, a Adriana, la madre de mis hijos y a Graciela Fernández Meijide, una madre de la Patria

No es casual que no exista el "padre patria" y sí la "madre patria". Y que además la patria, que viene del padre, del antepasado, sea femenina. Esta mera observación de las palabras y sus etimologías nos lleva al equilibrio que no necesita de justicieros o justicieras a la violeta para saldar supuestas deudas de género. Los siglos de hablantes lo han hecho y no lo van a cambiar, ni por decreto, ni por extorsiones de minorías intensas políticamente correctas. La patria es femenina y madre, aunque provenga de padre. Es una síntesis, una fecundidad, es fértil, convocante y abarcadora. O debería serlo y si no lo es en algún momento desdichado será porque a veces nos distraemos y nos la escamotean. Alguien se apodera de lo que es de todos para provecho propio.

Lo ha sintetizado, cuando no, el viejo maestro Jorge Luis Borges, en su "Oda escrita en 1966" con líneas que nos sirven de antídoto para el engañoso "la patria es el otro":

"Nadie es la patria, pero todos debemos

ser dignos del antiguo juramento

que prestaron aquellos caballeros

de ser lo que ignoraban, argentinos,

de ser lo que serían por el hecho

de haber jurado en esa vieja casa.

Somos el porvenir de esos varones,

la justificación de aquellos muertos;

nuestro deber es la gloriosa carga

que a nuestra sombra legan esas sombras

que debemos salvar.

Nadie es la patria, pero todos lo somos.

Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,

ese límpido fuego misterioso."

He transitado la semana que se fue buscando tema para este escrito sin encontrarlo hasta ayer y viviendo los ecos del tema del domingo pasado: una película, "Argentina, 1985", y su recepción. También he leído lo que me temía que vendría: hijos simbólicos de los protagonistas indignados haciendo justicia con las omisiones del film o con las trampas que creen hallarle. Y lanzándole graves acusaciones descalificadoras. Pero también me fui encontrando con perlas bellas para compartir mientras buscaba y me daba cuenta de que valía la pena, en el Día de la Madre, unir los avatares de la patria con la maternidad. Sarmiento escribió sobre la suya, doña Paula Albarracín, en "Recuerdos de provincia", "es para el hombre la personificación de la providencia, es la tierra viviente a que se adhiere el corazón, como las raíces al suelo". Borges, para el que "Nadie es la patria, pero todos lo somos", le dedicó sus obras completas a doña Leonor Acevedo.

Ver: Quincho: Pelea minera y subterránea, y la interna radical

Pablo Gerchunoff ha publicado en estos días una necesaria biografía de Raúl Alfonsín, el verdadero padre inspirador, qué duda cabe, de los juicios en 1985 a los comandantes militares por los crímenes de la dictadura. Allí rescata la figura de la madre del presidente, Ana María Foulkes Iseas, mezcla de ingleses de Liverpool y vascos, que marcó decisivamente la personalidad de su hijo, al que envió al Liceo Militar en la escuela secundaria. Ella murió cuando él tenía 76 años y ya había ejercido la presidencia. El biógrafo desafía, con justicia, a encontrar muchos hombres que hayan convivido casi ochenta años estrechamente con una madre muy presente e influyente. Una madre culta, fuerte, inteligente, crítica y amorosa. Y recuerda, por ejemplo, que don Raúl estaba preocupado de cómo tomaría ella, ferviente católica, la Ley de Divorcio Vincular. Pero el historiador agrega: "Una cosa era la ley necesaria para que muchos argentinos pudieran rearmar sus vidas; otra cosa eran sus convicciones íntimas que, básicamente, seguían siendo y siguieron siendo las de su madre". ¡Qué distinto a este tiempo de fanatismos donde los hechos valen si se adaptan a una ideología imperante o a un interés de grupo y no al bien común, aunque no coincida con la visión o las conveniencias circunstanciales del ocupante del poder!

Ana María Foulkes Iseas, la mamá de Alfonsín.

Pero volviendo a la película, hemos leído ácidas críticas llenas de verdades históricas recordadas para arribar a un resultado inconducente. Las reproduzco, no por estar de acuerdo, sino para difundir las voces más potentes que se expresaron y poder contrastarlas con otras.

Estoy de acuerdo con mucho de lo que en estas notas se dice, con casi todo, y reconozco las omisiones e injusticias apuntadas. Salvo algunos excesos, producto quizás del entusiasmo detractor, apuntan hechos históricos ciertos y contundentes. No concuerdo tanto con sus conclusiones. Me hacen acordar a aquella anécdota de dos intrépidos viajeros en globo. Se habían perdido y en su peregrinar visualizan un hombre solitario en el campo. Se acercan y desde lo alto uno le grita: "Estamos perdidos, ¿sabe dónde estamos?" La respuesta inmediata les llega desde el suelo: "¡En un globo!". Uno de los extraviados le dice al otro: "El señor debe ser contador (puede ser abogado, periodista, ingeniero, a gusto del lector y sus prejuicios), lo que dice es muy cierto, pero no nos sirve para nada."

Fui leyendo lo que me iba llegando y debatiendo con amigos. Además me enviaron comentarios, que agradezco, por mi columna. Algunos, de verdaderos protagonistas que aportaban precisiones invalorables al análisis histórico y la reconstrucción más veraz de los hechos narrados en la película. También, pude leer testimonios de partícipes de aquellos hechos del juicio a las juntas militares en algún chat privado del cual participo y que me permitieron asomarme más a ese abismo al cual hemos vuelto con la película para replantearnos el pasado, el presente y el futuro. Y reafirmo que ese es para mí el gran mérito del film, más allá de todas sus fallas y omisiones: haber reabierto una discusión para argentinos que ni sabían que el tema existía y, peor, para quienes posiblemente esos hechos cruciales estaban tapados por mistificaciones, en algunos casos canallescas. Y también, por supuesto para ponernos a todos otra vez a revisar el pasado, evaluar el presente y modelar, en la medida de lo posible, el futuro.

Pero en esas intervenciones no públicas hubo una que me sedujo porque es en ese lugar en el que creo que podemos encontrarnos más argentinos, un espacio más numeroso: el de la comprensión. Era la de una madre que no necesita presentación, Graciela Fernández Meijide: "esta película, hecha por una plataforma Amazon, para ganar dinero, porque es eso también, está destinada a que la vea un público muy grande. Que tanto en el festival donde fue presentada como en España, esto me lo comentó un amigo, la gente la aplaudió de pie y llorando. Gente que nunca supo de la Conadep ni de quiénes la integraban ni cómo fue el origen. Sin embargo, mucha gente va a verla y me parece que aquello que se aplaude es la idea de que aún el más poderoso debe someterse a la ley. Hay que valorar que mucha gente joven va a verla. Y que puede interesarse en saber más. Para documental, Ulises de la Conde está terminando, precisamente, un documental estrictamente sobre el juicio. Yo lo vi a medio hacer y me pareció muy bueno." En otra intervención Graciela puntualizaba, con comprensión materna: "Es verdad que cualquiera de los que pasamos por esos momentos, espontáneamente haríamos otro guión."

Vivimos un tiempo delicado, en el cual el daño a nuestra cultura, al diálogo, a la unión entre argentinos es enorme y ha sido alimentado desde el poder como un modo de conservarlo sin importar las consecuencias. Por eso es que esa visión materna de la película, digiriendo y amansando sus errores y omisiones, como hacen las madres con sus hijos, es tan necesaria. Puede ser un camino a indagar, si el premio es empezar a reconstruir una suerte de comunicación menos enferma, no tan erizada, más asentada en la aceptación de muchas cosas que no nos gustan demasiado. Pero no para sacar partido sino para obtener un resultado mejor y, sobre todo, posible.

Graciela es posiblemente la persona viva en la Argentina con mayor autoridad moral para reclamarle sus fallas a la película. Me dejó pensando por qué no lo hace, por qué invita a privilegiar valores como "que aún el más poderoso debe someterse a la ley" o privilegiar que mucha gente joven vea la película y se interese en saber más. Así piensan muchas madres, sin alteridades, concentradas en sus hijos, a pesar del dolor de haberlos parido y, quizás, perdido.

Para ellas entonces en su día, de regalo, un poema del poeta argentino Roberto Juarroz:

Ahora tan sólo,

en este pobre rostro en que te caes,

he visto el rostro de la niña que fuiste

y te he sentido varias veces mi madre.

Me he sentido el hijo de tus juegos,

del mundo que creabas y esperabas

como un tibio regalo de cumpleaños.

Y también de los sueños que nunca confesaste

para que nadie más sufriera por ellos.

Me he sentido el hijo de tus primeros gestos de mujer,

esos que también hubieras querido ocultar y hasta ocultarte,

para abreviar en el mundo la irrealidad del asombro.

Me he sentido el hijo

de los movimientos que me preparaban

como a un antepasado de la muerte,

dibujo obsesionado

por la inserción de sus escamas.

Y te he sentido luego

la circunferencia de mi trébol pasmado,

el ángulo del compás que se abría,

el mapa de mis fiebres confundidas con viajes,

la caracola de mis ecos de hombre.

Y te he sentido aún más,

te he sentido llegar a ser dos veces mi madre

para que yo pudiera dejar de sentirte

y saltar hacia tu dios o hacia mis manos,

que tal vez no sean mías ni de nadie.

Y ahora, al remontar mi salto,

para saltar de nuevo

o quizá para aprender a andarlo paso a paso,

te reencuentro o te encuentro mi madre,

aunque ya lo seas sólo tuya.

He demorado mucho,

he demorado todas las mujeres

y también todos los hombres,

he demorado el tiempo interminablemente largo

de la vida interminablemente breve,

para llegar a ser varias veces tu hijo.