¿Los monólogos de Tato Bores eran discursos de odio?

En el futuro, si se quiere tener la tan cacareada calidad educativa hay que empezar a pensar en revisar la formación docente en profundidad.

¿Los monólogos de Tato Bores eran discursos de odio?

Por:Jaime Correas

A Daniel Ostropolsky (in memoriam), porque se iba yendo mientras nos reíamos a carcajadas juntos

El joven Borges cuenta una tradición judía en el texto "El truco", de 1928, incluido en "El idioma de los argentinos". Allí compara la mentira en el juego criollo y en el póquer: "Una potenciación del engaño ocurre en el truco: ese jugador rezongón que ha tirado sus cartas sobre la mesa, puede ser ocultador de un buen juego (astucia elemental) o tal vez nos está mintiendo con la verdad para que descreamos de ella (astucia al cuadrado)... Es una superposición de caretas, y su espíritu es el de los baratijeros Mosche y Daniel que en mitad de la gran llanura de Rusia se saludaron.

-¿A dónde vas Daniel? - dijo el uno.

-A Sebastopol - dijo el otro.

Entonces, Mosche lo miró fijo y dictaminó:

-Mientes, Daniel. Me respondes que vas a Sebastopol para que yo piense que vas a Ninji-Novgórod, pero lo cierto es que vas realmente a Sebastopol. ¡Mientes, Daniel!"

Ver: Sindicalistas fellinianos

El populismo hoy enseñoreado en la Argentina y en muchas geografías requiere de crear un enemigo para tomar el poder y para eso se requiere mentir mucho. Postula estar luchando contra ese rival para salvar al pueblo de quienes lo sojuzgan. Quien asuma la razón populista se erige en el defensor de un pueblo ideal, encarnación del bien, al que hay que halagar y conservar. Esta concepción, atractiva para muchos, ha inoculado en la Argentina un virus donde ya nada se cree, ni siquiera (y sobre todo) lo que es verdad. Ese método, como en el cuento judío, permite reemplazar la realidad por una fantasía, aún cuando la realidad es evidente. Porque para construir el relato imprescindible se falsean a diario los hechos para adaptarlos a las necesidades del régimen populista.

Me pasó hace un par de semanas cuando escribí en esta columna sobre el fallido atentado contra la vida de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Lectores razonables y sensatos me escribieron preguntando si realmente era tan ingenuo de no darme cuenta de que era todo un montaje. Según esa lógica, yo no podía creer, tal como lo expresé y sigo creyendo, que estuvimos a centímetros de una desgracia irreparable. Se había cumplido el maravilloso texto de la tradición judía rememorado por Borges: creer que cuando alguien dice la verdad está mintiendo para despistar de la verdad. Para que ese mecanismo funcione es necesario estar muy desencantado. Es lo que provocan los populismos cuando venden como éxitos sus fracasos. No vale la pena que abunde en ejemplos. Basta informarse sin anteojeras y ver cómo viene el país hace años. Alejado de los datos y las evidencias, vive de sentimientos, muchos de ellos falsificados.

¿Cuándo nació esta desgracia en la Argentina? Voy a dar un pista con un video de Tato Bores de 1992 que se puede ver a continuación. El país había salido una década antes del infierno de la dictadura y con dificultades trataba de encaminarse en el régimen democrático. La jueza María Servini de Cubría sacó una sentencia por la cual Tato no podía nombrarla en sus monólogos humorísticos. La respuesta a ese acto de censura fue un musical donde periodistas y personalidades de la cultura, músicos y actores sobre todo, cantaban una canción ironizando contra el intento de amordazar la libertad de expresión. Lo significativo es que se puede ver en las imágenes a Magdalena Ruiz Guiñazú junto a Víctor Hugo Morales, a Luis Brandoni con Darío Grandinetti, a Alejandro Dolina con Mariano Grondona, entre muchos otros. Pongo esas parejas sólo para mostrar que había una sociedad integrada con concordia y razonabilidad, que sabía lo que era el horror de la dictadura y a lo que podía llevar la desunión. Hoy ese video sería imposible. Había claridad de que ciertos valores están por encima de cualquier relato. Pero cuando para sostener el relato se inventan cosas, desaparecen los valores, se hacen relativos.

El arribo del populismo K reinstaló algo ya superado en la Argentina desde muchos años antes, esa lógica de amigo-enemigo, de probos y réprobos, de patria y antipatria y de amadores y odiadores. Pero, como se comprueba con el musical de Tato, no fue porque la realidad lo mandara, sino porque un ideologismo perverso se coló e inoculó un virus de cretinismo que hizo imposible la convivencia. De las parejas nombradas no vimos cambiar demasiado a Magdalena, a Brandoni o a Grondona, pero sí mutaron demasiado Víctor Hugo, Grandinetti y Dolina. ¿Qué sucedió? Los ganó la razón populista que exige crear un enemigo. Los escrachados, a partir de esta nueva fe, y como si hubieran sido colaboracionistas de los nazis, fueron los Brandonis, las Magdalenas, los Grondonas. Sus compañeros de entonces se encaramaron en el carro de los amadores que luchan contra el odio, de los puros contras con réprobos. ¿Es así?

Ver también: Quincho: arde la grieta mendocina y hay guerra entre radicales y peronistas

En la columna de la semana pasada dejé el link de una nota donde se daba cuenta de que en el Instituto de Formación Docente (IFD) 9-001 de San Martín se había hecho una clase pública de la cátedra de Historia del Arte del profesorado de Historia donde se mostraron, con beneplácito y aprobación del docente a cargo de la materia y de las autoridades de la institución, dos trabajos cuya exposición ha generado una investigación. En uno se muestra una imagen del gobernador Rodolfo Suarez con un cartucho de escopeta pegado al lado de su cara y en el otro se lee: "Suarez no robes el presupuesto de educación. Sueldos dignos".

Ese instituto, uno de los más grandes de la provincia, fue mucho tiempo un apéndice de la municipalidad de San Martín conducida 16 años por el kirchnerista Jorge Omar Giménez. Hoy, quien fuera años rectora, Laura Soto, es diputada provincial por el kirchnerismo. Cuando visité la institución como Director General de Escuelas, en la rectoría no había un cuadro de San Martín, Belgrano o Sarmiento, sino uno de Eva Perón. Es un caso más de los miles de IFD que anteponen la militancia partidaria a la calidad educativa, lo cual es una de las principales razones de la deficiente formación docente que produce los malos resultados educativos.

Mientras se milita partidariamente como se ve en los trabajos dedicados al gobernador (¿son ejemplos de lo que llaman "discurso de odio"?) escasamente se revisa la calidad de la formación que dan los institutos. En 2017 la evaluación Enseñar mostró que el 40% de los alumnos de cuarto año de los profesorados de todo el país, incluido el de primaria, tenían mala comprensión lectora y de comunicación escrita. Otro 20% estaba en el promedio, es decir, más o menos, y el resto, por encima del promedio, sin que quedara muy claro cuántos alcanzaban el nivel de excelencia que sería deseable. Esos estudiantes de hace cinco años sin comprensión lectora, hoy seguramente están dando clases, en realidad simulando que lo hacen. Se formaron en esos institutos cuyos profesores se dedican a usarlos para canalizar sus preferencias partidarias. Basta ver la calidad infantil de los trabajos expuestos para justipreciar no sólo a esos estudiantes sino a su docente. En breve, esos chicos inoculados con el virus de la intolerancia y el ideologismo que les impide pensar y ser libres también estarán dando clases de Historia y repitiendo un catecismo, sin espíritu crítico, ni conocimientos adecuados. Lo que siempre se llamó y se cuestionó como "pensamiento único" de los autoritarismos es lo que esos desafortunados estudiantes reciben en su formación.

En el futuro, si se quiere tener la tan cacareada calidad educativa hay que empezar a pensar en revisar la formación docente en profundidad. La partidización de los IFD, del signo que sea, debería ser erradicada. Porque los motivos partidarios llevan al relajamiento que permite que chicos de cuarto año hayan llegado casi a recibirse de docentes sin tener comprensión lectora. ¿Alguien puede creer que un profesional de la educación que no entiende lo que lee puede enseñar? ¿Quién acredita el título que obtienen? Una institución educativa de excelencia debería aspirar a que sus alumnos realmente puedan enseñar, no a que sean fieles militantes. Eso hoy en la Argentina no está pasando y no tendría por qué suceder con lo que acontece en muchos IFD. De las variadas medidas que se podrían tomar, entre muchas, hay dos urgentes. Un examen de ingreso, para comprobar cómo llegan los alumnos que quieren seguir una carrera docente y un examen de salida. Ambos deberían ser externos, para tener la seguridad de que el Estado le garantiza a la comunidad que con sus impuestos paga la formación adecuada para los docentes de sus hijos. Esas dos medidas son muy resistidas, aún por quienes ven que la formación está mal. La pregunta es si a un neurocirujano recién se le permite operar cuando demuestra que lo puede hacer, por qué a alguien que no acredita la calidad adecuada en su hacer se le confían miles y miles de niños y adolescentes para educarlos. Si queremos que la educación deje de ser un simulacro donde unos hacen que enseñan y otros que aprenden, como nos advirtió recientemente la estudiosa Guillermina Tiramonti, es imprescindible dejar de engañarnos y comprobar fehacientemente quien está capacitado y quien no para educar.