Crónicas del subsuelo: Sin consuelo

Crónicas del subsuelo: Sin consuelo

Por:Marcelo Padilla

El barro es producto de la trama de la lluvia y la tierra, luego crece alguna planta insignificante, como la chipica que no necesita de los cuidados éticos de los manuales de procedimientos. La lluvia cae y la tierra espera la orgía. Una orgía que en el barro no distingue el amor del dolor. Se ven cuerpos. Cuerpos repartidos por todo el potrero con las camisetas, los cortitos y las medias. No se distinguen bien los cuerpos ni tampoco el color de las camisetas. No se sabe, de qué equipo son. Ahí juegan niños. Hay un dolor en un pueblito chico sin nombre y de las casas no sale nadie. Apenas las velas iluminan las ventanas. Solo apenas porque en la noche sin luz, cuando se apaga el mundo, las velas arden en silencio. Y ese silencio en la pobreza es gratitud. La respetuosa y digna gratitud de los que no tienen nada. Materialmente nada. No tienen tierras, no tienen ahorros en dólares en los bancos ni tampoco debajo de los colchones. Nada. En la intemperie la noche es vigilia y dormir es una forma de estirar el hambre. Dormir con la vela y sin luz. En la estructural desigualdad de los latigazos bendecidos por mantras mesiánicos para hacer suelo y rancho en la pueblada que deriva en colchones anegados.

La moralidad punzante. La muerte como anatema para los sacrificados por destino. La moralidad ante la desaparición de la carne. Se acabó la carne. En la virtualidad del acontecimiento no hay carne ni ganas. Ni hambre. Si has conocido y sentido esa hambre en las noches sin pan pues ponte unas velas en el santuario. El té caliente y el pan duro. A la cucha nomás. Salir no se puede salir porque afuera el barro se ha acumulado sobre la puerta de la casa vieja de Fiorito. Como la nieve en las zonas de hielo. La inmortalidad es cosa e mandinga. Solo los inmortales gastan la eternidad a puro goce y exceso. Condenados a ser infinitos y solos. El condenado sale de la casa cavando un túnel y aparece en un potrero bajo la lluvia. No hay nadie. Encuentra una pelota y juega. Juega solo bajo la lluvia y cae, se levanta y cae. El potrero es la libertad, el dislate que encuentra el pibe que se ha criado así. En el vertedero lleno de musgo donde los sapos en coro le croan la canción de la muerte.

Ahora el mundo sin dioses. Es de mañana pero por la tarde habrá un millón de personas llorando a la deriva por la Plaza de Mayo y en la Quebrada de Humahuaca una fila india de niños y niñas pelotean en la altura a dos metros de las nubes sin saber siquiera lo que pasa en las grandes capitales. Los napolitanos no paran de prender fuego el sur de Italia. Son la resaca de la Italia estoica que de sur se hace norte porque dan vuelta el mapa por el manso bardo. El bardo descansa, el recienvenido a los hoteles y a los aeropuertos. En Santiago del Estero tallan sobre los arboles su cara. Condición sagrada y espiritual de pobres y ausentes. Velas, agua y barro. Estampitas. Hechiceros y brujas repartidas en toda la profundidad de los desiertos. Los vientos no se ponen de acuerdo y hay zonda en La Paternal y el chorrillero se deslía y mece las arboledas y los bosques de las yungas andinas. Los pájaros mudos, los que viven, porque debajo de los arboles sobre el barro de provincia hay miles que estrellaron sus picos. Se ha ido el espantapájaros amigo de los pájaros. Al que no le tenían miedo porque era el único que se hacia el sota para que los hambrientos comieran los frutos y se llevaran el perfume de las naranjas y los limones. El dulzor de los duraznos y los caquis. Hasta las pencas son agua para el que tiene sed.

La Casa Rosada queda lejos. La Plaza de Mayo y las calles de la capital. Desde la provincia, la televisión. Hoy sí la televisión, hoy todo el santo día la televisión en las provincias. No nos queda otra. Somos creyentes. Somos un pueblo creyente y la fe está resuelta en esos humildes santuarios que son arte de pueblo fuera de los museos y de los catálogos. No tiene precio. Es solo simbólico el acto del silencio cuando las palabras se ahogan en la lluvia de cemento. Hoy sale el aluvión zoológico del mundo a peregrinar a la deriva porque en las casas no se aguanta. Porque las calles son la peste del contagio y ésta es la octava plaga. En vano los ataques. En vano el odio y en vano el cáncer. Todo es en vano. Ahí lo tienen bien muerto al que odiaron por 60 años. Ahí se fue. Queda el murmullo y un adusto gesto de angustia en la muchedumbre. Se aplaude y se llora. Se grita y se canta. Se hace silencio el canto. Y de silencio en silencio un funeral que acompaña al muerto. El milagro de la salvación en la brumosa Avellaneda, después del puente, no se ven los barcos. Han desaparecido los barcos. El muelle está solo en todo su hedor americano. Y esa hediondez es nuestro perfume.

Esta nota habla de: