Quién tiene la culpa por los cien mil muertos

Recuerdos del coronavirus, y qué nos enseñó la muerte sobre la enfermedad, y sobre las responsabilidades públicas.

Quién tiene la culpa por los cien mil muertos

Por:Ricardo Montacuto
Director Periodístico

No fue el primer muerto. Fue el número 9 en la provincia de Mendoza. Nelson Lucentini tenía 59 años, trabajaba para una empresa extranjera, y era un hombre sano y deportista. Era de los que agarraba su bicicleta y se iba desde el Gran Mendoza a Potrerillos en un rato. De ida y vuelta. Murió el 23 de abril del año pasado. Pasó varias semanas en terapia intensiva en el Hospital Del Carmen. Se había contagiado en un viaje a República Dominicana. Fue antes de la circulación comunitaria del virus, y golpeó fuerte, porque el hombre rebosaba salud.

El 13 de setiembre del año pasado murió de coronavirus Viviana Lío. Era telefonista del Hospital Central, madre de cuatro hijos y con varios nietos. Su despedida fue un desfile doloroso. Una treintena de personas del sector salud son parte de los 3.600 fallecidos en Mendoza por la enfermedad. Tres mil seiscientas historias de dolor. Como la de la mujer, madre y bioquímica de 46 años que contrajo Covid y murió en el Hospital Español, semanas atrás. Lograron hacerle una cesárea y salvar a sus mellizos. No quiso vacunarse, por temor a perder su embarazo. El coronavirus la mató.

Viviana Laura. Tenía 37 años y era jefa de enfermería en la Clínica Santa Clara.

Miguel Abraham era uno de los míos. Ajedrecista, compañero, alegre, humorista, tozudo. Experto comerciante de Mendoza. Dos días antes de morirse de Covid nos pidió usuarios y claves para jugar ajedrez online. Su fallecimiento fue una puñalada.

Mariano Soler era un emprendedor de esos que iluminaba todo con sus ideas. Querido por muchísima gente. La peste se lo llevó joven, a los 53 años. 

Mariano Soler (53). Un emprendedor irrepetible.

Fernando Bravo tenía 41 años. Docente, militante, pareja de otra militante peronista. Pasó semanas enteras en terapia intensiva hasta que sus pulmones no dieron más. Su muerte enlutó muy fuerte al justicialismo. Lo querían todos. Seguí su caso desde cerca, intentando insuflar ánimo y esperanza en su círculo íntimo. Pero la carrera contra la neumonía bilateral fue inútil. A veces mejoraba un poquito, al día siguiente volvía a caer. Otro día partió César, así, a secas, el querido portero del Colegio Norbridge.

César Vallejos, portero histórico del Norbridge.

Días atrás conocimos el horroroso caso del geriátrico de Monte Comán, donde 12 adultos mayores murieron casi al mismo tiempo por un brote de Covid. La justicia investiga al cura responsable del lugar, a una médica, una enfermera, y pondrá la lupa en funcionarios de Salud. Estuvieron cinco meses demorados para darles las vacunas. Nunca los inmunizaron.

La gente que fallece de Covid en entornos hospitalarios, no se da cuenta. Pero lo saben y lo temen antes de ser intubados. Los relatos de pacientes que se despiden de sus familias por video llamada antes de ingresar a terapia intensiva son desgarradores. Luego, deben paralizarlos e inducirlos en coma farmacológico para poder bombearles oxígeno a los pulmones. La cantidad que les inyectan es enorme. Una vez, un terapista nos contó: "les damos una paliza tremenda de aire" para intentar darles movilidad a pulmones endurecidos y castigados por el virus, que deja algo parecido a "vidrio esmerilado" en las filtraciones pulmonares que muestran los estudios de imágenes.

Las historias se multiplican, por todo el país. Oficialmente, ayer la Argentina llegó a los 100.250 fallecidos por la pandemia. Una marca triste, pero también violenta y voraz como el fuego. Los cien mil muertos caerán en la grieta, y le serán facturados  a la presidencia de Alberto Fernández, tenga o no la culpa. Lo que es seguro, es que su gobierno es responsable por la salud de la población ante una pandemia. El presidente canjeaba puntos de pobreza por muertes, si le hubiesen dado a elegir. No tuvo suerte. Tampoco los que murieron.

Es cierto que ahora la vacunación avanza fuerte, en un contexto de pandemia mundial complicadísimo. Pero llegamos tarde. El plan inició con la obstinación por la vacuna rusa Sputnik V, y por la china Sinopharm. Luego, por la de AstraZeneca. Y desechamos muchas otras, especialmente las norteamericanas, por razones ideológicas y de afinidad política de un sector del kirchnerismo con regímenes totalitarios. Terminaron aceptando ocho meses después, a regañadientes, por decreto y con retos públicos de Máximo Kirchner, cambios a la ley para poder ingresar al país las vacunas de Janssen, Moderna y Pfizer.

Más de este tema: Argentina y el mundo: esto tardaron otros países en tener 100 mil muertos

En el medio de la segunda ola ocurrieron el vacunatorio VIP, la renuncia de un ministro, la vacunación de militantes, jóvenes funcionarios y allegados, cuando no se terminaba de inmunizar ni con una dosis a la población de riesgo. Y hasta hubo casos de robos de vacunas en algunos puntos del país. En Mendoza, decenas de miles de personas están "al límite" y plenos de ansiedad, esperando la segunda dosis de la Sputnik. Ahora, se habla de hacer cócteles de vacunas con nosotros, los cobayos argentinos.

No se puede culpar a un gobierno por las cien mil muertes. Pero deben señalarse los errores. La economía, en pandemia, cayó casi el triple respecto de otros países de la región. La educación se destruyó clausurando las escuelas cuando no era necesario. No todo el tiempo, al menos. La incidencia de casos en las escuelas es casi diez veces menor respecto de la población escolar, que en el resto. Y hoy registramos 100.250 fallecidos. Antes,  se encerró a un país con 128 casos y tres muertes. La cuarentena resultó eterna, pero Buenos Aires siguió siendo la capital nacional de las movilizaciones, protestas, piquetes y amontonamientos. Se dijeron burradas. Que el virus moría a los 26 grados, que preocupaba más el dengue, que China estaba lejos. La subestimación es la madre de los errores. Se intentó culpar a la clase media viajera y hubo una crisis humanitaria de meses con los varados en el exterior. Ahora, se está repitiendo.

Una de las despedidas a personal de la salud.

Hay un "ranking" mundial de coronavirus. Miden casos totales, por día, personas vacunadas con una o dos dosis, muertes totales, por día, por millón de habitantes, y testeos. Nosotros nos apoyamos en las bases de "Our World In Data". Respecto de las muertes, estamos 12dos en el mundo entre 209 naciones. Son datos oficiales de cada país, detrás de Estados Unidos, Brasil, India, México, Perú, Rusia, Reino Unido, Italia, Colombia y Francia. En las muertes por millón de habitantes, que es el número con el que se tiene una dimensión más equitativa, no nos va mejor. Estamos trece en el mundo, y en el podio de la región detrás de Perú y Colombia. Perú encabeza la lista mundial con más de 5.000 muertos por millón de habitantes. Argentina va 13ro con 2.200 muertes por millón. El primer país desarrollado de esta lista es Bélgica, apenas por debajo de Argentina, con 2.100 muertes por millón.

Alberto Fernández, el día en que recibió la vacuna Sputnik V.

Los datos son contextuales. Pero sirven para comprender que hubo errores en el manejo de la pandemia. Fallos políticos, técnicos, sanitarios. Los últimos son lógicos y esperables, porque el mundo aún está aprendiendo sobre este virus. Los primeros, son imperdonables. Porque responden a la especulación política, a caprichos ideológicos, a la grieta que los principales sectores alimentan, y a la cercanía electoral.

La suma de todos estos errores dio como resultado 100.250 muertos. Y lo peor, es que no tendremos oportunidad de hacerlo mejor.