Crónicas del subsuelo: El circo de los prófugos

Crónicas del subsuelo: El circo de los prófugos

Por:Marcelo Padilla

Experimentado en los espantos en un mundo donde el horror es hábito, en una cintura extendida que ganó Malasya hace doscientos años, perdida en el suelo de llanura pampeana, el escribiente se retira para desmadejar y se une a la organización más nefasta de los mares australes. Que más que una secta es un grupo que se ha dado en llamar en las pulperías y los diques del sur: El circo de los prófugos. Entre un vasito de lija y otro la película en clave secreta para un público secreto. En pleno rodaje astral paso a comentarles algunos pasajes en el atrio de la catedral donde se han reunido unos vecinos a escuchar lo que iba a ser una obra de teatro improvisada en un balcón de casa antigua.

Shuteo de cámara. Primer plano de la cara del Gringo. Rojo, coloradísimo como un tomate redondo de estación, rubio amarilloso con cejas ocre que brillan como pelo de camello, como la misma pampa gringa invadida por esos bichos de las pirámides, el polaco desde las alturas, como un Bergara Leumann de porcelana, habla. El polaco es un ejemplar humano vivo del corazón de la zona donde se dan las vacas y el trigo, la soja y los granos, donde alguna vez se estimó la renta agraria diferencial para industrializar el país a través del IAPI, dicen, por ahí, algunos historiadores distópicos que ven novedades en 1945 y escritores que revisan la vanguardia actual desde los sesenta, reversionando el hechor de las cosas y el decir de las mismas, su maldita designación por la cual, en un tiempo, las mismas palabras llevaban a un paisano a la hoguera. Digamos entonces, simplemente, que el gigante habita donde está el oro que ilumina el sol bordeando los caminos plenos de girasoles, lanzas de trigo y bandadas de caranchos que vigilantean el olor a muerte. El chabón mide 1,95. Pesa 136 kilos. Es chacarero y tiene una verdulería con las más variadas frutas del planeta. Todo rojísimo, como luz de telo viejo, esos con las alfombras hasta en la pared. Los ajíes, las sandías negras del Brasil, las frutillas y los duraznos blancos chiquitos. El polaco es un urso enorme que habita como un gigante la pampa gringa argentina. Y todo lo que habla es del tamaño de su cuerpo, por eso los envidiosos de los amigos le dicen que exagera con sus anécdotas, todas de destripadores de campo, sangre y huertas en el vergel de la tierra donde crece lo que se cae.

Decía... shuteo de cámara y el primer plano de la cara del polaco. Luego de su parlamento inentendible sobre cómo se hace un guiso de bicho muerto sin pelar, se dronea a Carlitos, el analista internacional: un loquillo con el puchito en la boca colgando que explica la realidad de la región y devanea revoluciones inverosímiles con el vaso de vodka pegado en su puñetera mano derecha. Carlitos es un genio que duerme donde lo agarra la noche por más que digan que le falta una hilera de ladrillos, Carlitos lo apura desde abajo al polaco, el polaco le agarra una oreja y lo somete haciendo un amague de decapitación.

-: "No te calentés gordo... ¿me entendeus?"-, me entendeus para aquí, me entendeus para allá, a todos les explicaba su visión del mundo pulpero con un "¿me entendeus?", que vendría siendo como un etcétera, o algo muy similar. Es el tono en que lo dice, la forma, el manejo de los músculos de su boca deforme que con baba produce un lenguaje propio, "me entendeus", resbalosamente labio sobre labio. Carlitos va de mesa en mesa pero él sabe que la suya es la de nosotros y se queda la noche entera en su desvarío razonable, serio, mientras, el tano perverso lo mira con desprecio patético. El tano perverso tiene una barba larguísima negra, como un duende pero de marruecos, usa gorrita y tiene tatuadas las manos, los dedos de las manos, los brazos y el cuello. De ahí para abajo... no se sabe. Fóbico. Investigador del placer por medio del dolor cuidado, neurótico, abísmico en sus proyectos de lucro, un hombre solo que vive solo en un lugar solitario y, muy de vez en cuando, sale a la calle a criticar pavoneando su cinismo de campo.

-: "El formato es lo que cuenta", dice el tano perverso, explicando su gran obra imaginaria con dos enanos a los costados. "La idea es que ellos, -señalándolos con un dedo a cada uno-, sean arrojados por el polaco en una cinta plástica mojada de 50 metros de largo extendida en el pasto, que van en velocidad hasta que frenen solitos por retención de la física. Donde lleguen. Y así cada uno va tirando a los enanos y gana el que los hace llegar más lejos". La idea fue bien atendida por los presentes en el bar a las dos de la madrugada en la ciudad campera, las gentes se abalanzan a los bares y cantan como irlandeses de la pampa húmeda jarchas reversionadas con electrónica, y el embute de la noche es morcilloso como un trigal en reposo después de un tiroteo de borrachera. Carlitos lo mira al tano perverso sin decirle nada, deja caer cada tanto sus párpados al sur en la bebida mientras la música explota dentro del rancho. Carlitos no ha sido beatificado y lejos de eso está, porque ya es un ser sagrado elevado a las alturas por los parroquianos de la noche. Mago, timador, verborrágico y sabelotodo. "Un gaucho", en el decir de los diantes. Que de alguna manera explica cómo han quedado las costumbres en la Malasya extendida, a taba y casino, cantando "viva el juego clandestino".

Los prófugos vienen de lugares y experiencias extrañas: orgías y manicomios, entre los fierros de un auto chocado en plena ruta, de la tierra de zombis moscardones, o de las calles de pedregullo que curvan junto a la sombra que no deja de acompañarlos. De la Pulpería Queer salen aventajadas las chicas con sus trajes de china bailando un minué colonial a pura grapa. Alguna que otra con un cuchillo por si pinta duelo. Las más de las veces se hace de día y cierra la pulpería después de las trompadas por los celos de los tanos perversos que controlan sus orgasmos desde la PC y un dron, hasta quedar tirados en la alfombra con la guasca secándose en sus ropas y la botella de ginebra rota. Si hasta Carlitos el timador santo ha pasado a darse un baño de polainas por la zona del tufo. Es el pueblo de la pampa ensimismado en la calandria. Entreverado en las acacias y las casuarinas, el noble roble, y los pinos de ochenta o noventa años. Envueltos como víboras a los laureles falsos, comiendo ardillas de los árboles o seguirlas hasta las catacumbas de la tierra donde guardan su anillo mágico que nadie sabe.

La ciudad ya estaba como locación fija. Como habrán podido comprobar en estas cuitas, la sangre del embutido tira y los casamientos se hacen con salames arrastrando carruajes con novios del mismo sexo mientras la gente sale de sus casas a tirar quesos. Chinas running frenan su rutina para persignarse y desearle las buenas a la esperanza de un mundo feliz en familia con derechos y torcidos, que el ejército está dormido por el destilado de aceite de mendigo que también lo cocinan aquí, no porque tengan la materia prima. La importan y la hacen a su gusto. Como a los quesos.

El polaco se come dos kilos de chorizo a la parrilla con pan en una hora y después se lanza en bombita a la pileta del caserón. La cámara queda atrapada por el aguacero, o por la ola que se levanta por la comarca como en la gran ballena blanca de Melville. La mitad del agua se ha perdido en esa joda y nadie le dice nada al gringo que nos ha contado que, un día, lo quisieron asaltar en la verdulería, y al pibe con capucha (simulando cuchillo en su alforja) lo dejó tirado de un cachetazo en la calle mientras el polaco disponía ordenar los cajones con las bananas y las manzanas, de paso se come una de un tarascón y el pibe allí, en la calle de tierra sin poder llevarle al polaco algo. El polaco es su propia defensa y su propia libertad. Ingobernable. Repito, un metro noventa y cinco. Verdulero y chacarero, rufián de pampa gringa que embelesa el polvo de la ciudad pequeña rodeada de lagunas por inundación. Los patos en el aire que también se juegan en las apuestas. Las escopetas preparadas, y siete dogos belgas asesinos que andan sueltos en los campos del señor X, por las dudas.

El circo de los prófugos viene en formación hace unos años, cuando el Mago Frank los fue reclutando por las extremidades el país. De sur a norte y de este a oeste. El circo es la simulación que hace de velo de las carnicerías de los prófugos sin protección de naides. Y eso es lo que lo llevó al Mago Frank de las Mercedes a tunear algunos hechos mierda para enderezarlos un poco, gente chocada por la vida. Que ahora tiene cierta identidad colectiva en el circo y empodera el estigma de prófugo. "Al prófugo comida y casa", es la consigna del Mago Frank de las Mercedes que recorre el país y a todas sus rutas en autos con tres puertas porque una de las cuatro, va siempre atada con el cinturón de seguridad a una palanca, para que no se abra en el viaje. Pasar peajes sin carnet y operativos policiales decomisando. Como la vieja carreta pendenciera que busca paz en un páramo, una vez nos pararon a la altura de las bajadas. Nos decomisaron lo que traía el doctor sin fueros en tratamiento compulsivo. Estábamos en la lona y de pronto de un bolso que revisaba un agente policial salió el libro de los cebollitas, donde se inició el diegote. La cara del cobani se puso lívida. "Uy el diego, puta, que pena", dijo un cana al ver la tapa con el dieguito de chico. El otro cobani escuchó la conversación y dijo "yo me llamo Diego Armando", por él. Uf, ahí se armó la conversa entre cobanis y prófugos y de charla en charla nos saludamos como peregrinos de la misma religión. Nos salvó el diego, una vez más, otro milagro.