Crónicas del subsuelo: Tarantela

Crónicas del subsuelo: Tarantela

Por:Marcelo Padilla

 Desde el alba que la comezón en los ojos de El Celebrante no para, se le ha metido un esparpajillo mínimo de color negro, como un bichito, con alitas, acurrucado a lo bolita resbalosa, arrimado por el viento que no cesa de mechudear pinos, acacios negros (plaga) y casuarinas, donde se regodean, -bailando entre brozas-, cuatro ardillas con tentáculos que les permiten el amarre a los troncos de los árboles. La lluvia... es tremenda mire vea, como si el mar hubiese dado vuelta sobre la tierra una palangana del tamaño de un ovni gigantísimo. El sol, desaparecido, -que andan buscando los reptiles escondidos en las cuevas de barro firme, debajo de las champas, donde se juega la visión del más fuerte en estas cuestiones insectarias-. Los bichos... miran, con las garras a través de latas de atún conservadas a diez metros bajo el suelo estelar de la última aurora boreal en la mansa pampa. En un búnker, diseñado por el arquitecto personal, - ya hablaremos del "arquitecto personal"- el Mago Frank ha dejado sus embeleques en la posada principal (dos remeras viejas, un par de medias sudadas pero secas y duras, y el traje de momia -que supo usar en los carnavales de otros tiempos-.

Mientras tanto, en las cloacas de Linternaia se cuece un ser vivo que no sabe nadie de quién (o de qué) se trata: se habla por lo bajo, raro, cuchicheando, de un monstruo hecho de cucarachas con revoltijos de miel de abejas que adictan a los insectos que se desplazan colectivamente en filas interminables sobre el pasto, van como constructores de pirámides bajo tierra, adictos a los azúcares de los restos que caen del cielo y de la mesa. Las palas del viejo hierro campero no llegan a dar con los nidos que se bifurcan en más de cien tunelitos bajo la tierra mojada, los tubérculos y las personas enterradas suministran el hierro y el fósforo que el barro concentra en microdosis para el sosiego.

Arriba, todo es un espanto por el humo de los cañaverales prendidos: forman una columna imperial de fuego, un muro que arde permanente y templa el frescor del aguacero, a la vez, fuego y agua, incompatibles en su apariencia. En la casona se filtran las gotas, un aguacero en el afuera combatido por los Tudor en El Reino de los Pordioseros Zen, que alberga el Banco, en la puerta, sobre los escalones... cuando hay. Mientras, hacen trámites para el sepelio las viejitas que quieren enterrar a sus maridos, con los pañuelitos blancos en sus lagrimales. Despidiendo, lo que ya es lívido cadáver humedecido por las torrentadas, a las nubes que han copado todo lo que podemos ver en estado consciente.

Aquí solo brama el bosque, aturde luego de los giros copernicanos de los pájaros junto a los grillos, emparentados con las gárgolas que escaparon de la basílica materialista, la de cúpula larga de más de 67 metros de altura; pegada a Linternaia, Malasya con sus basílicas originarias: una ciudad hecha de basílicas donde en algunas se ofrecen misas, y en otras, fiestas electrónicas con diyeis de culto satánico, gótico, basílicas tomadas por la Orden de los Pordioseros Zen, intentando así, extender su reinado (boludeces que no le hace). Rrrrrrrrguaaaaaaaysshh, Rrrrrrrguaaaaysshh, (o algo así), se escucha en conmoción, en gerundio aturdimiento por las bolas encendidas de flúor rosa que el verde no puede amilanar por presentarse viejo y de caserón deshabitado.

En el alba, de agustina crujiente, los dientes tambalean por la tostada en la boca del Mago mientras espera amainen los chaparrones. La yegua del empiezo ha parido en el establo del merquero Oeste, en el manglar izquierdo que da al glaciar de la pared sur de la fortaleza. Son hielitos que saltan como gotas y caen tintineando en el estómago del mono perdido por la zona. Extensión de la especie, el mono ha consumido algo raro, se le nota en los ojos y en los movimientos epilépticos, llora la lejanía de su hembra y se enreda en las ramas en estado lisérgico. Las camionetas de la policía llegan en caravana como si fueran a allanar el bosque. Alguien hizo la llamada y aquí están, el milico turungo pasado de vodka queriendo pelear mano a mano con los guardianes, y la picota de acero que trae el acomedido. El cenicero... dice: Patagonia, pero es de por acá nomás, lo hacen de cerámica en la zona sur sur de Linternaia unas mujeres que con sus manos han moldeado la comarca toda, que supo montar otrora el celo productivo de los sojeros de las pampas aledañas. Sin embargo, el mono (sabe más por mono que el milico por humano) lo acogota por detrás, no le espanta la sangre que baja de a hilos por la comisura, es un milico turungo que viene de parte del comisario, comi-sario/sura, dinosaurio de Carlos Saura. Turungo en el pechaje de la pizza que vai moto a guarida donde picazón ha dejado tendido al Celebrante, luego del avispeo en la casita de barro empotrada por el evangélico de estación posporno. Los monos, vigilan la procedencia. Saben, que de toda religión embustera siempre cae un coco. Que da en la cabeza del profeta paralítico. El mono se para de manos. Exhibe su masturbación animal, y el profeta por instinto temblequea, apoya los brazos en los bordes del carrito, se incorpora, suda, y sale corriendo como el coyote.

Shhhhyun!

A toda velocidad, 278 km por hora marca la máquina. El brazo de Zárate es larguísimo pero queda en el suelo herrumbrándose.

Al asomar el sol Carlos I de AA visita al Celebrante. Habrán sido las (.......hs) No recuerdo bien, por eso les dejo el espacio libre para completar mentalmente la hora. Aunque en realidad "la hora es lo de menos", diría alguien, pero NO. La hora es clave porque al alba la cortajearon, y ya, en ese tramo, hasta la primera aparición del sol, Carlos I de AA sale, con los ojos rojos a visitar a su amigo con el que se escondieron en la bóveda atestada de botellas de vino, mientras caían las bombas. Repito: afuera, y arriba, todo... es un espanto. Por eso La Bóveda fue, es y será, el refugio astral de una época transportada y transmitida para buscar la felicidad hacia atrás, hacia el pasado, restituyéndolo. -: "El futuro, es peor siempre", dijo Carlos I de AA, apenas el sirviente abrió la puerta. :- "Venga, pase Don, el Celebrante está en su dormitorio viendo series en revistas que le llegaron de Italia esta mañana. Estaba como loco con la picazón, pero con las gotitas ya se le pasó. Igual espere que lo anuncie porque a veces..."-.

-: a veces ¿qué?

-: a veces se queda dormido, y si lo despierto...

-: ¿qué pasa si lo despierta?

-: me hace berrinche. Patalea, no quiere dormir, me exige whisky, se pone en pedo, y sale por ahí a hacer locuras.

- ¿acaso usted ha sentido alguna vez la desdicha de un hombre que por su voluntad ha decidido el ocio mayor productivo que se haya conocido sobre el planeta?

El sirviente agachó la cabeza y con su mano extendida le dio paso a Don Carlos I de AA. Al viejo, al entrar a la habitación, le agarró un lokurón de tarantela. No podía parar. El Celebrante había imantado de patologías mentales su refugio. Lo dejó a Don Carlos en el delirio y volvió a dormirse.

Marcelo Padilla