Crónicas del subsuelo: Nevisca, una obrita de mierda

Crónicas del subsuelo: Nevisca, una obrita de mierda

Por:Marcelo Padilla

 Zumbidos ciegos anotician desde el exterior que, el bulto del rechifle puro, al 98%, está guardado en el placar dentro de una puerta alta de la pieza, a la que se llega subiéndose a una silla. Ahí está el fardo y toda su Nada adentro. Desde afuera entran copos castaños salpicando las ventanas. Llover no llueve. Pareciera ser la primera nieve, tal vez la primera nieve hecha de mierda a la cual estamos contemplando, quizá creyendo, que todavía es nieve de la blanca manchada con barro; de la de agua, de la de antes. Copitos de mierda caen del cielo y con el viento se pegotean en las ventanas. Copitos de mierda de los de ahora, que se confunden -porque si caen del cielo como nieve, pues bien pueden ser nieve- con la misma caca.

No sé si las familias están con sus hijos jugando en la montaña. No sé si están haciendo muñequitos de mierda con la nieve de mierda que está cayendo desde hace un buen tiempo ¿Para después bajar con los muñequitos de mierda en el capot del auto? No lo sé, no puedo asegurarlo ni tampoco arriesgarme a decir que lo están haciendo. La incertidumbre me lleva a pensar que podría ser, que la mayoría de las familias estén con sus hijos en las plazas haciendo bolitas de mierda, tirándoselas en las cabezas a sus hermanos, en las caras, en todo el cuerpo, riéndose.

Podría ser. No es que lo estén haciendo, repito, para que después no se ande diciendo que ping que pong. Uno puede suponer, teniendo en cuenta la potencialidad de las tradiciones y las nuevas condiciones de presión y temperatura, que es mierda de nieve. Pero no es más que un suponer, nada para alarmarse.

Tal vez se pase. Tal vez sea una excepción del ecosistema como viene ocurriendo con otros fenómenos naturales que se montan en eclipse unos arriba de otros. O tal vez, quién dice, yo esté desvariando con esa idea. Pero al margen de tal acusación que me hago de antemano, lo que quiero decir, a lo que quiero llegar, es a Nada, a su categoría absoluta. Para que se comprenda que hasta la Nada tiene su propio límite libidinal. Entonces, la idea de ser pesimista con la nieve cobra sentido, y torna revelación la depresión por la mierda, en tanto excluida como revelación y encajonada en la clasificación de enfermedad.

Es más ontológico el rechifle. No tiene nada que ver con el acto en sí dentro de un contexto. En fin, que la Nada puede que tenga su propio límite. Y que el límite, además de poner un parate, define una posibilidad de rebelión; algo así como un bulto con nada adentro, que se acumula para violarlo o jugar a violarlo. Muchos esquivan el bulto. Tercera opción.

En la báscula empetrolada deben estar Carniello Meyer y la señorita Ping, controlando con sus larga-vistas nadie se pase de la raya. Claro, ellos están en el piso 14 y yo en la puerta del edificio, abajo, mirando el ocaso de la tarde por la ventana. Ganas, lo que es decir ganas, no tengo. Ganas de Nada tengo, que es una forma de tener algo, al menos. No tener ganas... es una cosa, pero tener ganas de Nada es otra. Bueno, la segunda opción, supongo aclarada ya, es la que mejor me sienta para hacer lo que no tengo ganas de hacer. Pero al pasar a "los hechos", lo hecho por mí, a la categoría de Nada, lo que estoy haciendo entonces es parte de mi voluntad, de solo tener ganas de Nada. Lo que hago lo hago para pasar el tiempo. Lo hago porque en cualquier horario del día y de la noche tengo que hacerlo. Y he pensado mucho en el tedio, no sintiéndolo. Cuestión que me lleva a conclusiones más bien positivas sobre el pensar y el sentir, a veces opuestas, por momentos en bucle acolchonándose en su modorra pringosa de lamentos, según el según de las cosas.

Pues bien. Todo mal.

La señorita Ping prepara el té confirmando su tradición oriental. Mientras, Carniello Meyer está tirado en un sillón con la aguja ensartada en su brazo derecho. Muerto de no poder morir. Dormido de no poder dormir. Ensartado por no poder ensartar. La señorita Ping es una experta para todo eso. Para la cotidianeidad tecnosepulcral de Carniello Meyer es que la han contratado. Para eso ha venido de China, para asistirlo a este hombre que viene y va en sus alucinaciones a recónditas zonas de su cerebro cisurado. De sus recuerdos mutados a delirio, con su retentiva distorsionada y frágil. Y para eso nada mejor que una mujer china. Ningún boludo Carniello Meyer. Loco o delirante, pero ningún boludo. Ojo. Tampoco me lo tiren abajo a Meyer, que puede deslumbrar más adelante. O no. El problema siempre estuvo en anticiparse a las situaciones. Y visto está que, si estaban nevando copitos de mierda, la gente salió igual. Aún viendo la mierda pegada en sus ventanas, aún viendo la cara de los niños asquear, luego de meterse un dedo de nieve mierda a la boca para probarla.

En fin. A no anticiparse.

A Meyer, la maquinita del olvido le ha pegado fuerte desde que se la injertaron por pedido de él. Olvidó y olvidó desde aquella vez, y solo en delirios por picarse logra perpetuar algunas cosas. Y en el sueño, a la mayoría de las cosas evoca. Es, diría, más consciente en el sueño que en la vigilia. No tengo nada con él ni contra él. Ni mucho menos con la señorita Ping, por supuesto ¡Qué podría tener yo con la señorita Ping sin haber cruzado unas palabras! Nada. Ni ganas le tengo. Pero, si lo pasara a "ganas de Nada" y la señorita Ping es Nada para mí, debo suponer entonces que le tengo ganas a la señorita Ping por desgano, por ganas de no tener ganas de cruzar unas palabras con la señorita china. Le tengo ganas de Nada. Y ello no me produce ninguna sensación en el bajo vientre.

Ni tocándome.

***

En fin, la mierdita cae en copitos de caquita nieve. Hace sol y hay frío. Pero las mierditas están calientes. Humean en el aire y cuando se estampan sobre el ventanal se les nota la huida del calor y pasan a congelarse como estalactitas puntuditas, estalactitas congeladas de mierdita familiar. Los autos bajan, como las hojas en otoño, y algunos caen, como las hojas de otoño. Pero la forma de caer de los autos es diferente. De guisa trágica pero cómica. No estoy entendiendo a todos los rescatados de qué se ríen cuando los libertan. Son miles, y de no ser por contagio: como todo virus, como toda risa, no sabría yo encontrarle una explicación.

Digamos primero que todos ríen.

***

Una señora ha quedado atrapada entre los fierros de su auto. La señora sangra mierda pura y los bomberos no pueden aguantar la hediondez. -Es un asco, dijo el bombero primitivo que intentó el rescate-, primeriando con su cabeza dentro del auto y sacándola de golpe como si un gato le tirase un zarpazo a los ojos.

-Busquen a otro, dijo el bombero, haciendo arcadas.

***

Si de dudar se trata, yo no sé quiénes son Carniello Meyer y la china Ping. Quizá puedan servir de figuritas de relleno para una obra de teatro que se monte sobre un escenario ambulante, en un coche viejo. Y que por todo el vecindario y la zona de la montaña fueran despertando vítores de la gente de los pueblitos. O en un retablo, si no pudiera ser obra de teatro. O tal vez unos títeres mecidos con piolas mientras a mí me mueven con piolas para que escriba la obra de teatro supuesta, o la obra de títeres, o pintar el retablo representando a estos figurones que se han quedado en la escritura llamando la atención, más que la nieve y la mierda hecha nieve de la que vengo meditando.

Supongo, que quien maneja los hilos debe ser inexperto, porque se le habrían enredado en medio de la obra las piolas que sostienen y mueven las manos de la señorita china. Y que Meyer no se dé cuenta y siga tirado con su personaje yonqui. No sé. Tampoco me quiero adelantar.

Sospechemos que hay alguien detrás de todos nosotros. Ese alguien medita y toma té chino a la hora del té inglés. Se le da por manipular con piolines a determinadas personas que elige al azar en su aburrimiento, y juega. Pone a uno a escribir una obrita de teatro, o pintando un retablo, o montando una de títeres. O lo que se le ocurra, pero quedémonos con las tres posibilidades para no extender el listado de opciones. Manipula la mano del que escribe y luego mece los cuerpos de Meyer y la señorita Ping. De la inexperiencia artística se ilumina su probidad, hace de la necesidad una virtud y, decide, que tanto Meyer como Ping queden maniatados por las piolas. Carniello Meyer despierta de sus alucinaciones, toma conciencia y se arrebata. Le pide a la señorita Ping le desate, pero la señorita ping le dice que no puede, que no puede por sí misma hacer nada hasta no le columpien las manos y las piernas con las piolas. Meyer se saca y exige a la señorita Ping. Pero no se da cuenta: tal vez por su locura, tal vez por su asombro momentáneo, que son maniobrados por piolines. Al amanuense le hace escribir permanentemente sobre ellos, sobre la obra enredada, sobre los copitos de nieve mierda.

Se produce un descontrol, no hay dominio de la palabra. Hay errancia. El amanuense lidia con su locura. Los actorcitos no pueden continuar con su parlamento ni tampoco moverse. Queda el silencio. Queda la Nada. El tipo que mece las piolas se aburre y deja todo tirado en su habitación. Luego lo junta en una bolsa y un bulto grande aparece. Lo guarda en una puerta alta de la habitación, en el placar. La mierda nieve ha parado de caer. Ya no deben quedar familias con sus niños jugando, si es que así hubiese ocurrido ¿No?