Crónicas del subsuelo: El drama aural

Crónicas del subsuelo: El drama aural

Por:Marcelo Padilla

La saga continúa... pero hay que hacer un parate, acordate que se vienen los cortes, las barricadas, el sitio a la ciudad y la persecución por la comarca a todo aquel que haya dicho algo sobre el tema aural. Ahora, hay que tener paciencia oriental. Pecho; y más si nos cortan todos los suministros. Imagináte que, sin gas ni agua, mucho -lo que se dice mucho mucho- no vamos a aguantar. Yo lo que haría es empezar a caminar para el lado de la frontera, los dos, despacio, sin apuros, para sentir que vamos seguros antes que empiece la redada. Acordate que cuando empieza así la cosa, termina fulera. Van a caer las primeras radiaciones, yo ni en pedo me quedo en Alemania, por más del Este que sea, es Alemania, y estamos pegaditos a la grandiosa. Volvamos a Malasya de una buena vez; ya sé, está buena la joda en Alemania -o no-, no sé cómo habrás sentido estos días con el guiso revuelto, las noches de bares, las contiendas en esos bares, los enemigos que te has ganado: que ya se puede decir que sos millonario en enemigos en esos bares. Las veces que fui a sacarte del calabozo soviético luego de pasar pavoneándote por la tribuna soviética todos estos meses, burlándote, sacado, sin sentido, sin tan siquiera medir la fuerzas, la famosita correlación de fuerzas que tanto nombrás cuando te ponés hiperteórico, denso, aburrido, repetitivo; y, por demás imbécil, las más de las veces.

No me quiero adelantar a nada, en serio, porque el otro día cuando me imaginé una cosa, esa cosa sucedió a los tres días, entonces me asusté y llegué a pensar si no estaba loco. Después del cagazo pensé si no era yo, alguien con poderes especiales, telepáticos, a quien (recién ahora) se le revelaban a modo de redención, la condena a ver lo que pueda suceder en dos o tres días. No es un poder en sí mismo, a ver si me explico, en sí mismo es una condena, por eso quiero pirar de acá, yo creo, -mirá lo que te digo- que es acá donde me está pasando esto de la telepatía. Son boludeces vos dirás, pero a veces me da miedo. Mirá, te doy un ejemplo: yo estaba en el baño maquillándome. De pronto sentí que se cayó algo en el comedor; fui y no había nada caído. Estaba todo perfecto y ordenamos como siempre. Al tercer día se me cayó la araña con sus caireles en la mesa donde trabajo. Justamente estaba trabajando cuando se cayó la araña. Y porque sentí un movimiento con un leve craj al principio, es que pude levantar la cabeza y esquivar el bicho. Es un bicho el que se cayó. Le dicen arañas con caireles, pero son bichos, insectos gigantes que se apean a las luces del techo. Ahí se incuban, pero de los miles de bichos que se pegotean, luego, se hace uno solo, como un buñuelo de insectos; patas, antenas, alas largas y gruesas, culos gordos, culos flacos, de todo, como una escultura que se ha avejentado con los años. Una bola de alambres herrumbrados, finitos, como los de cobre que van intubados en los cables. Un cardo ruso de alambres vencidos y amarronados, llenos de óxido.

En fin, después, otra: estaba en la parada de colectivos que va de Kundry a Parsifal, en dirección Oeste. ¿Viste que en esa zona se juntan los yonquis? Yonquis alemanes, mamita, son de lo peor, porque mirá que he visto yonquis en Linternaia y Malasya, pero acá, son tremendos; primero que están todo el día en pedo intentando manotear a la gente que pasa. Ellos, están pasados, la gente también porque por ahí no va cualquiera, van los que compran, pero en definitiva los yonquis que están en esa zona son peligrosos. Eso te quería decir. Ah, y lo que me pasó, ahora te cuento. Estaba en esa parada de colectivos. Específicamente en Kundry al 800, casi Parsifal. Ahí para el 606, el que jugué el otro día, bueno, de paso te cuento, que no salió, salió el 626, en fin, mal en el juego. Bien, retomo, estaba en la parada y pasa un hombre alto y flaco caminando. Delante de mí, que casi me topetea con su codo derecho. Justo estaba desplegando su brazo para meterse la mano al bolsillo del tapado, por eso me rozó con el codo. No es que te estoy diciendo que me vino a bardear o que me hizo una cortita para que me calentara. No. El tipo pasó así porque había decidido, o qué se yo, pasar así, por ahí. Pero ese detalle pelotudo que te cuento, el del brazo y su mano y que pum que pam, es el kit de la cuestión que te voy a contar ahora.

La parla, el monologo unilineal, la caterva de obsesiones para detallar, la ansiedad que briosa florece tras palabra más palabra, untadas con la misma pasta de almíbar de lo melosa, más que parla, decires, sin oreja que acompañe, porque del otro lado de la reja no había nadie. Era solo para escucharse, como si se lo contara todo lentamente, aunque con cierto vértigo, al otro, que no estaba ya, porque habíase perdido ya, del otro, del otro rostro cadena de espejitos. La cabeza le picaba, se rascaba como un mugriento de la calle que duerme en los escalones de una iglesia. Un piojoso por momentos, solo y piojoso, sucio y sin pudores. Sin moral ya, sobre el otro, sin el otro y sin moral. Sin sabores. Sin embargo, la parla sobre el manto, el pasto amarillento por el otoño, las ardillitas del sur que juguetean en sus persecuciones, como si una fuera de la KGB y otra de la CIA, horas así, días y meses, años de guerra helada. Malasya del otro lado de la frontera sin recursos naturales, raleada la tierra, despanzurrada la iglesia principal de todos sus santos, ahora refugio de harapientos e intelectuales porque usan lentecitos de intelectuales con cara de intelectuales y movimientos de la boca típico de intelectuales, para el costado la jeta, como sobrando la explicación de cualquier cosa, como si alguien los estuviera escuchando con atención.

Marcelo Padilla