La titánica tarea de desatar la vaca

Conseguir que las estructuras podridas de la vida nacional cambien es una operación más sofisticada.

La titánica tarea de desatar la vaca

Por:Jaime Correas

"En 1933 debería haber habido un presidente del gobierno francés que dijera (yo mismo lo habría dicho de haberme encontrado en su situación); ‘El nuevo Canciller del Reich es el autor de Mi lucha, donde se dice esto y aquello. La vecindad de un hombre así es intolerable: ¡o desaparece o lucharemos!' Pero nadie pronunció este ultimatum. Nos dejaron deslizarnos solos hasta la zona de mayor riesgo, y nosotros logramos navegar por ella sin encallar en ninguno de sus arrecifes. Y cuando hubimos terminado, cuando estuvimos bien armados, mejor que ellos, entonces ¡empezaron la guerra!"

Joseph Goebbels, en 1940, siendo ministro de Propaganda de Adolf Hitler, citado por Robert Kagan en "Poder y debilidad. Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial" (2003)

El libro del que está sacada la sugestiva cita que encabeza estas líneas es una de esas extrañas obras que ven premonitoriamente el futuro. O quizás, dicho con mayor propiedad porque el futuro es indescifrable, leen mejor el presente. En general, ni siquiera sus autores son conscientes de esa mirada larga y mucho menos la gran mayoría de los lectores. "Poder y debilidad", la pequeña obra de Robert Kagan, sin embargo fue presentada por "The New York Times" como el ensayo que había producido más polémica en Estados Unidos desde la aparición de "Choque de civilizaciones" de Samuel Huntington y "El fin de la historia" de Francis Fukuyama. Aquel librito parece escrito hoy, porque sus temas están siendo debatidos más de dos décadas después, con un inocultable retraso y con consecuencias no deseadas. De allí la importancia de los buenos diagnósticos, que no suelen ser los más evidentes. Los hacen quienes observan con mayor serenidad y sagacidad el presente y, sobre todo, conocen el pasado, la historia. La tesis central del estudio era que Europa se daba la gran vida, promoviendo un caro estado de bienestar, mientras criticaba a los Estados Unidos desde su atalaya de superioridad moral, porque la principal potencia le garantizaba la seguridad, permitiéndole un gasto de defensa por debajo del adecuado. Veintidós años después, con las guerras de Ucrania y Gaza ahí nomás, Europa ha decidido aumentar su gasto de defensa de un modo significativo con la llegada de la motosierra de Donald Trump y su política de encerrar a su país como no lo había estado hasta hoy. Si los gobiernos estadounidenses y europeos desde entonces hubieran prestado más atención a las tesis de Kagan quizás hoy la situación sería distinta. El propio Trump la hubiera tenido más difícil. Lo metafórico es que el propio Kagan, quien venía del seno del Partido Republicano, por el cual trabajó incluso en funciones de gobierno y de asesorías presidenciales, en 2016 lo abandonó y apoyó a Hilary Clinton. Acusaba de "fascista" a Trump en su primer mandato. Sería interesante escucharlo hoy sobre este segundo capítulo, con Elon Musk y un gabinete que profundiza las disidencias que ya tenía Kagan en el primer turno. Pero lo cierto es que su libro de 2003, cuando el clima estaba marcado por el ataque a las Torres Gemelas, la guerra de Irak y los conflictos europeos en algunos países que habían estado bajo la órbita soviética tiene aciertos notables. Por ejemplo, Kagan sostenía: "Antes del 11 de setiembre, la estrategia estadounidense había comenzado a fijar su atención en China. Pocos creían que una guerra con China fuera probable en un futuro cercano -salvo que se derivara de una crisis por causa de Taiwan-, pero eran muchos los que creían que algún tipo de confrontación con los chinos llegaría a ser cada vez más probable dentro de las próximas dos décadas, a medida que la capacidad militar y las ambiciones geopolíticas de China fueran creciendo". Pasaron esas dos décadas y hoy China es el contrincante principal de Estados Unidos. A Europa, Kagan que es un estadounidense que vive en Bruselas, le decía: "Ni siquiera se les ve a favor de aliarse (a los europeos) con China, que sí está dispuesta a gastar importantes sumas de dinero en defensa con miras a contrarrestar el poderío militar estadounidense. No: los europeos confían en contener el poderío de Estados Unidos sin esgrimir el propio. En lo que podría ser una postrera hazaña de la sutileza y el engaño, pretenden controlar al ‘monstruo' apelando a su conciencia". Con ironía apostrofaba la comodidad europea. Comodidad que hoy fue puesta en jaque por el deseo expansionista de Vladimir Putin, representante de una Rusia muy añeja, que ha creado graves problemas incluso a potencias europeas como Alemania. Merkel equivocó sus políticas energéticas, por ejemplo, imbuida de esa pretendida superioridad moral europea a la que la realidad le pasó por encima. Cuando Putin se levantó vino el desconcierto con la provisión de gas. La inesperada estrategia de Trump de girar hacia Moscú, retando a Zelensky por ser el "beneficiario" de los dólares estadounidenses en defensa, sólo trajo más desconcierto. Pero en aquel entonces, cuando todavía el peligro ruso no era advertido por Kagan, el autor cometió un error de estimación que quizás indica su propia deriva posterior. Su pifia explica el para muchos desconcertante advenimiento de Trump. Entonces Kagan escribió: "Los estadounidenses nunca han aceptado los principios del viejo orden europeo ni han abrazado la concepción maquiavélica de la política. La de Estados Unidos es, de punta a cabo, una sociedad liberal y progresista, y sus ciudadanos creen en el poder en la medida en que éste puede servir de instrumento para fomentar los principios de una civilización y un orden mundial liberales". La llegada de Trump echó por tierra esa idea y ya no fue de "punta a cabo". La estadounidense no piensa ser una sociedad "liberal y progresista" como tranquilizaba a Kagan creer. Era más compleja y en esa complejidad se asentó Trump. Lo sucedido mostró una vez más lo que advertía Goebbels de la llegada de Hitler: las sociedades son complejas, cambiantes y se gana previniendo el porvenir sin simplificar su lectura, evitando minimizar lo diverso hasta errar el diagnóstico. Como hizo Kagan y como quizás se esté produciendo en muchos argentinos interesados en la cosa pública.

Porque hoy, merced a repetidos errores que algunos insisten en ver como aciertos o directamente niegan, basados en las buenas encuestas presidenciales, se va despertando la complejidad argentina. Que tiene raíces históricas y condicionamientos del presente. Complejidad que no puede englobarse en conceptos como "la gente de bien", "la ciudadanía" y mucho menos dejarla librada a "las fuerzas del cielo". Como metáfora puede ser aceptable para darle un tinte religioso a lo terrenal con fines circunstanciales. Pero en la práctica ayuda más tener bien pesados y medidos los escenarios, sin descuidar detalles y saber cómo gestionarlos. Después del embarrado episodio vivido el miércoles pasado en la marcha de los jubilados, el próximo miércoles será un buen laboratorio para evaluar si se ha analizado bien lo sucedido o se lo ha simplificado. Una constante en ciertos referentes oficiales. Hasta el momento la política de seguridad ha sido uno de los puntales del gobierno de Javier Milei y la ministra Patricia Bullrich una de las de mejor imagen. Esta semana quedaron cabos sueltos quizás porque el cóctel de barras bravas, militancia de izquierda y de ciertos sectores peronistas (con Firmenich incluido) mezclados en un reclamo legítimo fue algo nuevo y, quizás inesperado. ¿Y los tan cacareados servicios de inteligencia y sus presupuestos millonarios? Pero por otro lado ha sido patética la deliberación pública posterior, en foros calificados, en los medios y en la cloaca de las redes. Se ha intentado asignar mayores o menores dosis de culpabilidad, con el único fin de absolver o estigmatizar según las simpatías del interesado. El Estado detenta el monopolio de la violencia y por lo tanto, sin importar quién esté enfrente, debe ser extremadamente cuidadoso. Pero tampoco se puede desconocer a quienes están en la calle porque entonces el debate se torna abstracto. Pretender enfocar en uno u otro para inclinar el fiel de la balanza de un lado prefijado es lamentable. Y es clave, porque de tener un diagnóstico de "los argentinos" tan equivocado como tenía Kagan de "los estadounidenses" dependen esenciales aspectos futuros. Por eso hay que mejorar la calidad de la deliberación pública y no simplificar lo complejo. Se necesitan voces que no estén tan claramente volcadas de antemano de un lado y que estén dispuestas a pensar en profundidad.

Lo sucedido vuelve a poner sobre la mesa la pregunta por las acciones del gobierno nacional. Los episodios dentro del Congreso entre los propios libertarios es una luz roja. Prueba de que la política tampoco se explica con simplificaciones como "la casta" en batalla contra "la gente de bien". Porque los límites entre una y otra son difusos y la realidad nunca es binaria, sino múltiple. Esos conceptos sirven para dar la batalla discursiva y para ganar elecciones. Conseguir que las estructuras podridas de la vida nacional cambien es una operación más sofisticada. En ese sentido es una señal de alerta la ausencia del tema educativo en el discurso del estado de la Nación del presidente Milei. Sobre todo después de la mejora sostenida en la consideración presidencial visualizada en el lanzamiento en San Juan del Plan Nacional de Alfabetización y en la inclusión educativa en el Pacto de Mayo. ¿Cómo se concibe el estado de la Nación sin educación?

Esta ausencia tiene sintonía con la llamada "batalla cultural", que está tan desenfocada y equivocada en la cruzada oficial resumida en el discurso de Davos. Apelando a viejos libros que fueron premonitorios, hay que recordar que en 1988, hace veintisiete años, Jorge E. Bustamente publicó "La república corporativa". En 2023 fue reeditado con el subtítulo "Nada cambió". Lo que sí cambió es que aquellos contenidos y muchos otros, garantes todos del fracaso nacional, basan su existencia en permanecer ocultos. Ahora han salido a la luz y están en la base de muchas de las reacciones que toman formas violentas. Por detrás están corporaciones que se ven jaqueadas. Es en el Ministerio de Desregulación donde se está dando la verdadera "batalla cultural" de este gobierno, a la que hay que mirar con atención porque tiene novedades todos los días. En un país donde nada cambia, no es poco. Aunque hay que tener en cuenta que no alcanza con modificar una ley o una normativa cualquiera para que los cambios sucedan. Se requiere gestión y personas corajudas que ejecuten las modificaciones dispuestas en las normas. Mientras en las calles hay ruido, violencia que crece en la medida en que hay instalado un discurso violento al que contribuye el propio gobierno y desorientación, en Desregulación se trabaja contra un reloj expuesto en la pared que mide los días que restan de los poderes delegados. La tarea consiste en ir desmontando la bomba que realmente ha llevado al desastre nacional, que no es la agenda woke justamente, sino un laberinto de regulaciones corporativas que ahogan a las fuerzas productivas en nombre de defenderlas. Son regulaciones que en nombre de principios loables impiden crecer y atan la vaca para que unos pocos se beneficien.