El ajedrez da pistas metafóricas de cómo se podría mejorar la deliberación pública. No se embellece el juego aspirando sólo a la aniquilación del otro.
La guarangada no le viene bien al ajedrez
"La palabra es el único pájaro/ que puede ser igual a su ausencia"
Roberto Juarroz, Poesía Vertical
Rodolfo Terragno ha relatado las peripecias de cuando fue convocado por Gabriel García Márquez para fundar un diario. El colombiano insistía en concretarlo, al tiempo que el director elegido le explicaba las contraindicaciones de avanzar con el proyecto. Gabo pensaba usar el dinero del Premio Nobel de Literatura para encarar la aventura que al final nunca avanzó. Terragno le preguntó si había pensando en un nombre. "El Otro" fue la pronta respuesta. Ante la pregunta del por qué, a raíz de que parecía apuntar a lo distinto, lo opuesto, lo enfrentado, la respuesta fue desconcertante: es un homenaje a Borges. Y la explicación fue por demás sugestiva: "porque Borges es el poeta de los adjetivos definitivos". Y comenzó a recitar uno de los sonetos del ajedrez:
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
El remate fue inolvidable para Terragno: "Dice ‘el rey postrero' y ‘oblicuo alfil'. Tú no puedes decir más nada sobre el rey, Borges agota la posibilidad de adjetivar". El soneto borgeano sintetiza con impar belleza algunas características del juego. Para el componente bélico escribe: "los demora hasta el alba en su severo/ ámbito en que se odian dos colores". El odio entre las piezas blancas y las negras sintetiza la guerra, es el motor de la pelea. Y en los últimos tres versos alude otra vez al carácter guerrero y al modo en que ese rito del enfrentamiento se repite en todas partes porque la posibilidad de discordia es infinita: "En el Oriente se encendió esta guerra/ cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra". Vale la pena detenerse en el "rey postrero". Borges apunta, por supuesto, a que el rey es la última instancia, el objetivo final de cada contrincante. Pero también tiene ecos bíblico porque alude no sólo al fin sino también al final de un tiempo, de una época, a la llegada de un mesías, al juicio final. Y esas imágenes le dan el significado más profundo: la finitud del tiempo. Es decir que todos los humanos, el rey incluso, tienen un fin y que en ese final es donde se anudarán todas las acciones pasadas. Por eso es tan importante cada pieza que se mueve en el ajedrez de una vida. La sucesión de errores llevará al desastre, una serie de aciertos a lo mejor lo evite. Porque ni siquiera los aciertos eximirán al rey de su destino mortal.
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La Academia Argentina de Letras acaba de dar un paso excepcional en estos tiempos de desprecio por la palabra. Ha elegido para su presidencia al poeta Rafael Felipe Oteriño. Es la primera vez que autor de poesía ocupa ese sitial. Nacido en La Plata en 1945, vive entre Mar del Plata y Buenos Aires. En la ciudad marítima no sólo ha nadado y ejercido como juez, sino que ha escrito buena parte de su obra, reconocida nacional e internacionalmente. Autor de más de una docena de libros de poesía y algunos de ensayo sobre lo poético, publicó en España en 2023 "Lo que puedes hacer con el fuego" donde se incluye el inquietante poema "Hacer tablas", también relacionado con el ajedrez. Quizás sirva para reflexionar sobre el presente. Le contesta de algún modo al belicismo descripto por Borges con "alfil oblicuo y peones agresores", adjetivación que magnetizaba a García Márquez.
Ética mínima:
no vencer ni ser derrotado.
Comenzar de nuevo.
La aurora y el poniente
en el mismo abrazo
Hacer tablas.
Una geografía sin héroes.
Me explico:
la dulzura diaria
de mover nuevamente las piezas.
Para reforzar la significación de la elección de autoridades de la Academia vale recordar que como vicepresidente fue elegido otro poeta notable, Santiago Kovadloff. Este dúo de creadores representa una avanzada de resistencia de las palabras en acción, que eso es la poesía, en tiempos en que se las ha degradado en la vida pública hasta límites inimaginables. Parecería que ninguna tiene valor o presencia o sirve para el diálogo o la creación de sentido, porque todas son dichas como si fueran puñales mortales y no llaves para comprender. Se suceden los insultos y los gritos. Lo desacomodado y lo cerril ha tomado el lugar de la cordialidad. El uso bastardo de la más alta creación humana, la palabra, se ha enseñoreado. La confusión ha llegado a límites extremos porque se las usa con tanto desprecio y escaso rigor que parecen pájaros ausentes, como en el verso de Roberto Juarroz del inicio. Ha desaparecido el vuelo que las palabras vivas otorgan a la existencia y se ha impuesto lo guarango. Advertirlo es ñoñez para algunos. ¿Por qué si se busca una elegancia y brillantez del cálculo económico como ideal no se aspira una condición en igual sentido para el intercambio verbal? Los números hablan y las palabras suman.
La pregunta inevitable, utilizando la imagen ajedrecística de las relaciones humanas en su dimensión bélica, es si en este ajedrez a muerte que es la vida política argentina hay espacio para la iluminación de Oteriño. Si hay espacio para, frente al carácter "postrero" y "agresor" de los protagonistas, dar cabida a esa "dulzura diaria de mover nuevamente las piezas". Es decir: ¿se trata de contemplar la destrucción de uno por el otro o de buscar la continuidad de un juego que requiere "no vencer ni ser derrotado"? Toda vida implica una cuota de destrucción, pero cuando se sintetiza sólo en esa demolición al fin de cuentas no queda casi nada. Lo muestra la historia. Lo que parece un mero juego de palabras define acciones. ¿Con las pequeñas batallas a muerte de cada día se construye el porvenir o se requieren los diálogos simbolizados en ese enérgico gesto de volver a poner las piezas en su lugar para jugar una y otra vez? ¿Entre las muchas cosas que la sociedad argentina ha relegado está su capacidad de jugar un juego en común?
Muchos hoy discuten si se trata sólo de cómo marcha la economía o si los buenos números que siguen su curso deben ser acompañados de otros aspectos esenciales. Para dirimir esto las palabras como las entienden los poetas, no los cibernautas, se hacen imprescindibles. Al menos, para saber en cada partida de qué se está discutiendo y si el intercambio es de suma cero o permite un crecimiento. Es ilusorio que no haya enfrentamientos, lo muestra la naturaleza del ajedrez. Lo que hace todo mucho más difícil es la ausencia casi absoluta de un diálogo que privilegie ciertas reglas de juego para que alguna vez haya tablas y se inicie una nueva partida.