0/Frente a la máquina de escribir se sienta decidida y se acomoda en una silla nuestro personaje. Es una mujer que no ha terminado la escuela primaria. Habría llegado solo hasta tercer grado. Comúnmente a quienes no llegan a terminar la escuela primaria se les apunta de analfabetos. La mujer, de la que aquí se hará referencia, está decidida. Y lo intentará por primera vez desde aquella última, en que se animó a alzar su mano para garabatear su nombre y apellido. Pero, esta vez, quiere aprender a hacerlo mediante la máquina de escribir. La vieja tiene 84 años y quiere darse el último gustito en vida. Y me ha dicho: cuando aprenda a escribir quiero estrenar una comedia. Una novela de enredos. Una sátira sardónica. Y por lo que me ha detallado en su lenguaje yo la aliento a que se largue y se tire de cabeza en eso de aprender; que si ella quiere yo la ayudo y le enseño.
1/ De niño estudié mecanografía. En la escuela tuve una materia que se llamaba mecanografía; y los alumnos que íbamos a las clases de mecanografía teníamos una máquina de escribir para cada uno; y un banco para cada uno. Le propuse, para que al momento de escribir su obra tuviera recuerdos de su voz y no perdiera detalles de su idea del escrito, registrar la charla. Le ofrecí grabar nuestras conversaciones en un casete. Me dijo terminantemente que NO; que lo tiene todo guardado en su cabeza. Que su memoria no necesita de ayudas externas. Ni de un cuaderno de notas, ni de una grabación para escucharse hablar, que muchas gracias. Es una cuestión espiritual, mijo. Y no tengo apuro. Y menos ahora que, ya de vieja, a los días los tengo contados. Me puedo morir en cualquier momento. Me ha llegado la edad de la muerte. Se anuncia. La muerte me habla por las noches y a veces suelo conversar con ella en la penumbra.
2/Me despabila a altas horas. Y la madrugada me encuentra conversando en la cocina con ella mientras preparo los primeros mates en el albanecer. Y corro las cortinas para que el sol caliente la casa. La casa se hiela. A las ventanas de las habitaciones dejo de par en par para que se airee el rancho cuando sale sol. Y por lo bajo, sigo conversando con ella. Cuando voy a buscar leña para alimentar la salamandra. Me persigue su murmullo cazador. Y me embroca por la espalda estupideces. No vaya creer, mijo. No es que sean conversaciones nítidas y claras las que cambalacho con ella. Son voces que salen de las frases que la misma muerte pronuncia. Todas entrecortadas. Y yo le confieso, me doy cuenta que de mí espera una respuesta. Me llama. Y dice me necesita. Y yo la entiendo. Cuando se queda callada y sollozando, yo le sigo el cuento. Y si estoy enojada le grito que no la quiero escuchar más, y le exijo que se vaya. Todavía no me toca partir, le grito. Tengo cosas pendientes que cumplir. Y se va...
3/Cuando aprenda a usar la máquina quiero escribir una novela donde cuente todo. Todo lo que tengo para relatar es la pura verdad y quiero que la verdad pura se conozca; y salga a flote, todo el desperdicio de estos años, y se asome la mugre en la palestra. El gran secreto. Por los años de desgracias que he vivido, quiero escribirla e irme purificada hacia el cajón. Ese, es mi último y único deseo. Y que mi alma descanse en paz de una buena vez. La muerte me da vueltas, mijo. Y tomo esto como una contraseña. Su visita. Desde hace un tiempo cual espectro no deja de presentarse ante mí. Si bien en días se ausenta, ella sabe reaparecer con su voz fantasmal de noche o en plena madrugada. Murmura dichos inarmónicos y hasta lagrimea con un chillido infernal que se me hace insoportable. Chilla la muerte, mijo. Y escandaliza. Yo le conozco la vuelta. Y entre una cosa y otra me distraigo con tejer unas bufandas. Me abanico por el calor que se me sube a la cabeza. Y le tengo miedo a las visiones. Cuando ella se va de espalda por la pianura. Perdiéndose entre el polvo y la bruma del campo.
4/Por lo que veo y oigo, cuando aparece a conversarme, quedo de cama. Si bien me fui acostumbrando a tener esas visiones deberé de hacer algo. Y en eso, es que se me ocurrió aprender a escribir a máquina, cuando vi el aparato viejo y lleno de polvo escondido en el aparador. El aparato de un tal Pérfido Gonzales. Lo dejó aquí para pagar una deuda vieja, y desde esa época no lo toco. No son pesadillas ni sueños de mal agüero las que me acusan, mijo. Son visiones. Y no todas son de lamentar. Quiero escribir esas visiones que a mi edad yo considero revelaciones ¡Iluminaciones! Dijo mi comadre. Tuvo, pobrecita ella, dios y la virgen la tengan en la gloria, iluminaciones escabrosas. Y que andaba tambaleando. Y que alelada tanteó los muebles para no atropellárselos en su rancho. Yo por su chacra la vi a mi comadre, mientras juntaba zapallos y melones, caminar y hablar con unos ángeles. Ella nunca me contó que la muerte se le aparecía como a mí.
5/ ¿Será que la muerte sabe, que los patios son comunes a todos los vecinos, y que no hay divisiones ni paredes que nos aíslen a unos de los otros? Un día mi comadre me dijo que esas iluminaciones la dejaban postrada como si la hubieran apaleado como a mí. Era una iluminación por día, y dijo duraban dos o tres horas. Generalmente de mañana. Y de mi hermana mayor supe, que antes de morir, tuvo encuentros con su marido en el infierno. Me dijo, había sido condenada, y que ella quería el mismo castigo final y el mismo infierno que el de su marido. Mi hermana mayor, a decir verdad, nunca tuvo marido.
6/Más bien solterona se le conocería un solo novio de jovencita; que era italiano. Y que el novio italiano llamado Giuseppe se suicidó, porque ella lo dejó por otro; que era criollo y mal hablado. Y que se manejaba en el hampa con gente de mal vivir. Eso dicen. Eso dijeron y escuché. Nunca le pregunté a mi hermana mayor nada. Por entonces, a una autoridad, no se le preguntaba de su vida privada. Cuando mi padre nos dejó y madre salía a trabajar, ella nos criaba a todas las hermanas. Y anuncio lo que sería el comienzo de la obra: "Soy hija de padre alcohólico y me llamo Isabel Jofré. Y tuve que prostituirme para poder mantener a mis críos". Así se iniciará la novela, mijo. La quiero empezar desde la frase antedicha.
7/Pero antes de continuar con el relato de la vieja, no quiero dejar pasar el recuerdo de la Academia de mecanografía Almafuerte; ubicada en la esquina de la plaza, por la calle Gobernador Gonzales y Villagra. Era una casa vieja con ochava. En el cartel de lata y arriba de la entrada se leía: "Academia Almafuerte, aprenda mecanografía". Me mandaron para que aprenda escribir a máquina lo que ya sabía escribir con la mano izquierda. Me dijeron, escribir a máquina, es el futuro, y que el futuro mismo sería escrito en una máquina de escribir dentro de poco tiempo. Para conseguir un buen trabajo, además de ir a la escuela, uno debía de aprender inglés y saber muy bien escribir a máquina. Que en los trabajos toman una prueba. De cuántas palabras podría llegar a escribir en cinco minutos y cuántos errores sortearía en tan escaso tiempo.
8/Me dijeron que en el Poder Judicial tomaban una durísima: un texto, al cual debías copiar a medida lo narraran en vivo y en directo. La zanahoria del trabajo daba miedo. En la Academia Almafuerte me aburría. Recuerdo no haberme hecho amigo de nadie. No teníamos tiempo de conversar ni teníamos recreos. Eran dos horas tres días a la semana y una tortura fue para mí pasar por la plaza en dirección a la Academia. Mis amigos jugaban a la pelota en medio de la plaza. Cuando iba a esa esquina a teclear, ellos jugaban. El gordo Milton vivía frente a la Academia Almafuerte, atravesando la plaza. Y recuerdo que el Panini grande y el Panini chico bajaban de la calle Paraguay para juntarse con la banda en esa plaza. Todo transcurre alrededor de una plaza, como siempre.
9/También frente a la plaza, pero en ele, vivía marcelita. A la que todos nos la queríamos culiar. Porque marcelita era una pendeja con unas tetas hermosas y un culo firme y perfecto. Andábamos todos los pendejos del barrio con la pija parada por marcelita. Sabíamos ir a lo de marcelita a hacer la isa, y de paso aguaitarla. Sabía usar vestiditos muy provocativos para barrer la vereda. Por esos vestiditos ajustados a la cintura, y por muchas otras cosas más, nos la queríamos culiar a marcelita todos los pendejos del barrio, chicos y grandes. Los más chicos optaban por admirar sus tetas, y los más grandes por el culo.
10/El gordo Milton era el dueño de la pelota con la que se jugaba, y marcelita, dueña de las tetas más hermosas de este mundo. Fíjense, ahora, en esta extraña paradoja. El gordo, al tiempo se hizo díler transportando cocaína; y marcelita, prostituta, transportando sus tetas y su culo épico. Lo mismo hizo la cabezona. Que la conocí ya prostituida. La cabezona creció y se puso un putero. A la cabezona le gustaba jugar con los amigos y coger, a los otros que no lo eran, les cobraba. Al menos una paraguaya siempre nos regalaba la cabezona. De copas, la cabezona proponía juegos sexuales, y así fue que con el Carlitos, ella y yo en el baúl, entramos al paraíso una noche de jarana. Pero la vero, que andaba para todos lados con ella, no. La vero se haría administrativa y no puta. Y otros, cuyos nombres no recuerdo, mas tarde serian asesinados a tiros en diferentes trifulcas. La mayoría de los guachos se hicieron delincuentes. Me crié en el barrio de la vieja guardia de los Robledo, en la noble y corajuda zona vieja de la ciudad, la Cuarta de Fierro. A uno de los Robledo lo mató una bala que le tiró un lunfa de otro bando. En el velorio todos estuvimos en silencio y nos acongojamos de su partida.
11/La vieja se puso a limpiar la máquina de escribir. Le pasó un plumero y luego un trapo mojado a las teclas y luego a toda la carcasa. Era una Remington. Yo le arreglé los cabezales y le puse tinta, y la cinta empezó a girar. Ella, la vieja de 84 años, empezó a teclear como si supiera, lejanas letras de canciones de antaño. Y cantaba mientras las tecleaba. Y yo la dejé sola con su juego. Con su nuevo juguete viejo.
Crónicas del subsuelo: