Ellos sí que saben apreciar al hombre que los cría. Y porque los cuida, es que les da agua y alimento cada día de su vida. Cortesías de la casa: leche, carne, bizcochitos de maicena. Cereales y bifes de chorizo, embutidos y frutas exóticas, magdalenas rellenas con dulce de leche. Lo que venga. Son lo más cercano al hombre y tan hermosos como el humano. Aunque varíen de tamaños. Algunos son golosos. En términos domésticos, y por sus inexplicables habilidades, estos bichos ya superan al perro y al gato por muchísima ventaja. Saben leer. Porque aprendieron a hablar. Pero lo que leen, y sobretodo cómo lo leen en voz alta, lo entienden solo ellos. En su idioma.
Jamás se vieron en la casa de nadie. Tampoco los promocionarían en la televisión como en los ochenta a los sea monkeys. No son de la calle. Ni por cruza con otro conocido, son sus crías. Menos se le ocurra a alguien vincular a estos entes con una especie similar y decir que se parecen a tal o son igualitos a cual. No son producto de ningún experimento de la genética. No vienen de Alemania como vino el ovejero, que luego, mutaría a perro policía. Ni tampoco vienen de Afganistán cual pantalla de los rusos, financiados por un califa con el fin de procrearlos en argentina. No son espías. No son chinos. De los animales de los demás países no se ha dicho nada en relación al tema. Se presiente un clima geopolítico de alta intensidad.
¡Dónde es que los hacen!
Y si una sutil semejanza lo llevara al lector considerar a estos bichos parte de una raza especial, muy por el contrario ¡No lo son! Nunca se dijo aquí que lo fueran. Ni tampoco hablé de estos bichos como si les conversara de unos afines en su especie. Ni por la historia que nos han contado, podría uno, ubicarlos en la cadena zoológica que nos enseñaron en la escuela. Ni el libro negro de la sabiduría de Animalia, grimorio anónimo, alimentado durante siglos con entidades y cernícalos de diferentes mundos, aún las historias ocultas que allí figuren; nadie arriesgaría a decir se trate de uno que alguien haya visto al menos una vez en la puta vida. Ni por ficción podrían inventarle un mote. No sabemos si la palabra animal le cabe a estos bichos del demonio. No existieron nunca. Y aunque alguien diga en su prefacio que vienen del futuro, le diría más bien que son típicamente extraterrestres.
Estamos ante un hecho insólito para la humanidad. Se dijo, y por interpositas personas innombrables, se habló, de unas comarcas de seres verdes, enteramente iluminados. Que prenden y apagan sus cabezas en la oscuridad y a cada rato. Como si fueran robotitos. Y luego nos enteramos que de apurones, unos investigadores rapaces, a esos pigmeos, les llamaron, enanitos verdes.
Y la historia que viene a cuento salió en los diarios de la época:
... a unos drogadictos se les aparecieron en la montaña unos duendecillos del tamaño de un chihuahua. Los drogadictos entablaron conversación con aquellas entidades chihuahuas. Según se cuenta, por ese entonces, y lejos de asustarse, nuestros humanos intercambiaron cosas con aquellos pigmeos: ruidos, palabras, risas, objetos, alimentos y drogas. A ambas civilizaciones les acarreó problemas tal información insólita. Insolícita. No fue por vías de una invasión. Ni por la acción detectivesca de nadie. Lo que permitió que ambas civilizaciones se conocieran -nadie armó la reunión- fue por esas cosas del azar.
... otros dicen que fue por las consecuencias que produce en la juventud tomar alucinógenos en la montaña en invierno. Y por qué no pensar a la aparición oportuna, autónoma y subjetiva de los enanitos verdes, luego de la farsa de los sea monkeys. De la farsa de la televisión. De la farsa de los kiosqueros y la farsa de los padres y las madres. Nos quisieron conformar con una farsa llamada sea monkeys. No sé si fue por la dictadura que nos quisieron conformar.
... decía entonces, por qué no pensar a esa aparición, como la verdadera causa y el motivo de muchas de las desdichas que vinieron. Enanos mentales. También podrían decirles a estos pequeños monigotes: orzuelos del universo que prenden, apagan y deciden. El cuento de los enanos ya se ha contado por estos pagos en otras oportunidades. Aprovechemos a recordar (ri-cordi: pasar por el corazón) que eran siete en ese cuento: tres hembras y cuatro enanos machos. Vaya casualidad: nos encontramos hablando de los enanos por tercera vez en pocos meses. Pero ya que estamos, seguiremos con lo que nos ocupa. La revelación de aquellos seres iluminados... los extraterrestres, esos chihuahuitas verdes, vinieron acompañados por un bicho muy particular que no pudo ser clasificado ni por los que con sus propios ojos -y drogados en vivo y en directo- lo percibieron en la montaña.
... los drogadictos tuvieron que declarar en la policía. Todo se mantuvo en estricto secreto de sumario. Hasta el momento que desclasificaron los archivos de la causa que habría iniciado por aquel entonces la NASA. Tan solo tres días la prensa se haría eco. Tres días consecutivos y punto. No se hablaría más del tema. En las noticias del montón saben aparecer estas tramas de interés general. Captan audiencias importantes. Pero, como hoy, a nadie le importa la fuente de la información de nada. Mandaremos toda la fruta podrida que salga de la imaginación del amanuense. De puro gusto se aumentará el caudal científico que le permite a toda ciencia conseguir financiamiento para explorar fenómenos consideraros raros o paranormales, ligados a los intereses de un materialismo oscuro. Así le dicen.
... las clasificaciones ya se han hecho hace muchísimos años. La ciencia ordenó a las especies y a las cosas en el idioma analítico de John Wilkins. Y es comprensible que hoy en día y con tantos adelantos tecnológicos, los humanos se desvivan por la existencia de lo diverso. Y alienten a clasificar al mundo en mil clasificaciones más de las que ya existen en los museos de ciencias naturales. Pero, aquí, lo que intenta nuestro investigador, veterinario de renombre en la ciudad, es parar la mano con clasificar a este ser del que les hablo. Porque según las palabras del veterinario no se ha visto uno que se le iguale o asemeje.
... ¿pasaremos a la representación del bicho sin introducir al lector en estas discusiones de por si inútiles en el quehacer cotidiano? Pues no lo creo conveniente. Porque todo tiene una introducción en la vida. Generalmente el lector de periódicos busca una introducción cada vez que husmea en los espejos de su savia, en los periódicos de Dorian Grey. Y luego de repasar en el periódico de Dorian Grey los graves sucesos por los que atraviesa nuestra patria, el lector se supone caerá sin más en la introducción de la noticia, del bicho de turno que se trate. Y el lector se hundirá con el tortugo Jorge, seguirá a las ballenas recuperadas mediante una aplicación tecnológica, junto a su familia, embobados todos sus integrantes, hasta las tres de la mañana. Y cuando el ente haya desaparecido de la pantalla, decidirán irse a dormir en familia, porque mañana, hay que ir a la escuela y trabajar.
... lo que escribo me lo pago con mis impuestos. Lo que pienso me lo hice de abajo y solo, sin la ayuda de nadie. Del que se trate. Y entiendo. Quieran pasar de largo esta sección, tal vez por no representar ningún interés para la ciencia de las diagonales. Entonces, parte y arte para aquellos lectores ansiosos por las diagonales. Por haberse puesto en la agenda el tema de las diagonales y en el menú del día, se entiende, no decaigan en la bruma. Y se entiende que le tengan miedo a la oscuridad de la época. A la noche le tiemblan, y es tal vez por eso que necesitan aderezos, alcohol, cocaína. Para entablar una conversación con otro semejante. No perder el tiempo es lo que se busca en toda introducción. Y no me digan que no. Pasar de largo la introducción es bajarse en el escrito hasta que algún renglón refiera, la revelación de algo. Busca el lector el sustrato de un algo que, todos los días, cambia de referencia.
... ¿a quién le va a importar ahora una referencia entre millones de referencias si no hay fotos que puedan dar un solo testimonio, una sola referencia, ni comparar la existencia de este monstruo con otro monstruo? Y digo monstruo por haber repetido las palabras animal y bicho varias veces. Y para no contaminar al lector con párrafos facilongos, quien les escribe, se ha propuesto redactar unas cuantas frases y argumentos, nomás para desarrollar el tema con sapiencia y que esto no quede en la mera ignorancia. ¡Qué bueno que mis hijos me trajeron puchos!
.... para hablar del bicho tenemos que hablar de su veterinario. Es cuestión de marco teórico primero. Quien por así decirlo descubrió al bicho de este cuento fue el veterinario Olegario de Andrade, a quien lo apodaron unos marineros el portugués. Este hombre se afincó en estas lindes hace ya muchos años. Nació en un barco en pleno atlántico. Su tierra es de crianza, porque por nacimiento tuvo al mar debajo de la escollera. Iban en un barco que salió desde Lisboa a Montevideo, pero siguieron de largo y recalaron en Mar del Plata. A él y a Portugal le debemos el descubrimiento de estos bicharracos. Y Lejos de responder a las acusaciones de cierto cipayismo con Portugal, aclaro que el amanuense es de alabar a Portugal sin siquiera conocer Portugal. No pregunten pues sobre esta relación porque no habrá lola. El amanuense se mofa de conocer viejos imperios por la lectura de sus ojos. El marroquí por ejemplo, es de sus deleites, pero también el imperio austrohúngaro lo es. Ahora sin distraernos sigamos la hoja de vida del veterinario Olegario de Andrade.
... de parte de madre Olegario es griego. De Andrade es el apellido del padre y es portugués. Pero, Pelotópoulos, el apellido de la madre, le ocasionaría varios inconvenientes con la rima en su adolescencia. La madre de Olegario nació en Jismen. En un pueblo perdido en la bahía del Peloponeso. Donde supo criarse bajo la tutela de sus padres. Cuando explotó la guerra, los abuelos maternos de Olegario, vivieron con su madre en las cuevas de Abisinia. Y por distintas circunstancias que desconocemos por el momento, se quedarían allí refugiados y cagándose de hambre.
-"Igual, tenían mar... ¡Contémosla toda!", dice el amanuense, de metido.
... hasta que la niña Pelotópoulos se hizo mujer y escapó sin decir nada en un gomón de caucho. Y por el mar llegaría al viejo imperio de Nápoles. Eran tiempos así de bravos. Se andaba mucho por el mar porque no había otra forma de andar por la tierra. Entonces, no engrandezcamos lo que nos vendieron como épico. Es una hermosura la historia del mediterráneo. Y su comida. Y sus mujeres. Y sus gladiadores embadurnados en aceite.
-"Son todos putos", sumó el amanuense, sin que nadie le preguntara nada.
... el amanuense cuchichea. A medida que teclea va sintiendo que es alguien en la obra que por ocasión escribe. Es muy particular el amanuense, y es fino. Y tiene gustos delicadísimos. Gusta corromper el texto de un encargo, agregando y sacando partes de escritura.
-"Aquí vendría bien que dijera"... etc., piensa el amanuense.
... y se larga en el delirio a divagar por el escrito encargado. Bien pago por supuesto. Hecho su nombre en la colegiatura de amanuenses, todo lo que escriba es creído y será tomado como cierto, por eso he despojado a este escriba de aquella Malasya indómita, y espero siga conmigo muchos años más, porque tengo dos novelas que dictarle.
... apenas con respiración y casi muerta y en gomón, la señorita Pelotópoulos llegó a las costas de Bari. Cosas del azar. Un hombre musculoso embadurnado en aceite de oliva, que trabajaba de estibador en el puerto en la gran Bari de los Bari Bari, en un gesto típico de hospitalidad de los que acostumbran los Bari Bari a recibir a los inmigrantes, se le acercó para socorrerla. Ella no dijo auxilio ni socorro. Para que se hagan una idea de lo devastada que estaba la madre griega de Olegario, el musculoso le puso de nombre Socorro y ella asintió para que la sacaran del agua. Entre otras cosas, y más por esto, a Olegario le dirían el portugués y no el griego. Nuestro veterinario llevó el apellido del padre y lo hizo importante en la historia. Y oculto, llevó el de la madre.
... los drogadictos llevaron escondido en un bolso al bicho chihuahuense. A la casa donde fueron la madre del drogón los echó a escobazos. Y tuvieron que irse los tres drogadictos como bobos a buscar un veterinario del barrio. Sabrán de quién hablo a esta altura de los acontecimientos.
... golpearon la puerta. Tocaron el timbre. La placa en bronce decía en la pared Veterinario Olegario de Andrade. Matrícula 6945. A partir de allí todo fue un escándalo. Los drogadictos se fueron sin decir nada. Le dejaron el bicho raro a Olegario. Pero el bicho lo atacó al veterinario. Se le prendió con sus garras de la cara. Y todo ensangrentado, el hombre de nuestro cuento, salió espantado y a los gritos de su casa. Olegario vivía solo. Era soltero. Siempre quiso tener hijos. Amaba a los animales. Era generoso con los vecinos. Una infección en la mandíbula por un zarpazo, lo llevo directo al quirófano. Los médicos se miraron entre ellos y con las manos enguantadas se hicieron señas.
-"¿Dónde cortamos?", preguntaría uno de cofia.
... y sin responderle nada, el jefe de cirugía metió cuchillo en la cara de Olegario. Entre los médicos se miraban y no decían nada. Solamente cuando el jefe de cirugía requería algún instrumento: pinzas. O gasas. Para parar la sangre, les pedía.
-"Pinzas" "Tijeras" "Hilo de coser" "Agujas"
... la NASA se enteraría de la operación.
... el ambiente de ahí en más se hizo espeso. Concentrado. Extraño.
Ellos sí que saben apreciar al hombre que los cría. Y porque los cuida, es que les da agua y alimento cada día de su vida. Cortesías de la casa: leche, carne, bizcochitos de maicena. Cereales y bifes de chorizo, embutidos y frutas exóticas, magdalenas rellenas con dulce de leche. Lo que venga. Son lo más cercano al hombre y tan hermosos como el humano. Aunque varíen de tamaños. Algunos son golosos. En términos domésticos, y por sus inexplicables habilidades, estos bichos ya superan al perro y al gato por muchísima ventaja. Saben leer. Porque aprendieron a hablar. Pero lo que leen, y sobretodo cómo lo leen en voz alta, lo entienden solo ellos. En su idioma.