Crónicas del subsuelo: Pa que viva la espina tiene que vivir la rosa

Crónicas del subsuelo: Pa que viva la espina tiene que vivir la rosa

Por:Marcelo Padilla

¿Qué hacen esos gusanos trepando Cabeza de Padre?

(Lo sé: estoy muerto desde los siete años, y ahora veo a Padre) Antes no lo recordaba ¿O negaban la cabeza? ¡Cabeza de Padre arriba de la pirámide! ¿Por qué? ¿Me están jodiendo? ¿No hay nadie que la baje?

Alguien intenta bajarla con una escalera ¿Por empatía con el niño muerto? Pero no llega. Ha pasado más de doscientos años esa cabeza en la pirámide encastrada por la tráquea. Habría que dinamitar por debajo de la sima, y que al final de la descarga, Cabeza de Padre vuele: y con tal precisión trescientos bomberos la sostengan, con una carpa gigante y redonda. Saltando. Veinte veces para un lado, y veinte veces para el otro.

No entiendo, sigo sin entender ¿Qué hacen los bomberos que no están buscando la carpa redonda?

¡Maquíllenme! ¡Pásenme ese polvo blanco por la cara! Masajes necesito. En la frente. ¡Salgan los perros de la habitación! ¡Que dejen las ventanas abiertas! Esas catas no podrán pasar. Con mi ametralladora, apuntándoles, ni se animarán.

- ¡Tomá, hija de mil putas! (Una bandada de catas desposee la enramada, ruidosamente)

¡Ya está bien con el maquillaje!

-No.

-Los labios negros como siempre. Estoy muerto. No soy un muñeco, déjenme tranquilo y salgan con los perros. A ustedes también les voy a volar la cabeza si se asoman, dijo el niño delirando de fiebre.

Más aún, la muerte le tuvo poseído por completo. Fritó de terciana el niño muerto. Y el cadáver, tiritó anaranjado.

¡Oh! Mi niño hijo ¿Qué le han hecho a la cara de mi niño hijo? He avisado: a los amanuenses escriban unas líneas de fiebre sobre su chal, a las plañideras de rodillas lloren a sus pies. Quisiera saber, en cualquier caso ¿Dónde se han metido las plañideras que pedí para mi niño muerto? Qué hace ahí arriba, en mosh, desarmándose... Ola muerta a lo momia, zarandeado por esa turba que ríe a carcajadas.

Lo llevan y arrastran, para aquí y para allá... ¿ah?

Padre loco con la bandada de catas. Desde su posición horizontal, muerto bajo tierra, activó un percutor. Estalló la fosa con el muerto en mil pedazos. Madera no había ya. Era polvo. El ánima de Padre pudo acudir a la cita. Primero en tren, luego en tranvía. Bajó los tates. Golpeó la puerta con mayúscula enjundia. Tembló la casa de memoria. Templó la puerta musical. Suspendió su velo el dulce sonido de una flauta traversa. El golpe a la puerta fue más que un anuncio. Un compás:

Uno, dos, tres. Nadie contestó, porque nadie estaba.

Helada. En una pieza húmeda. Cabeza de Padre vahaba. Entre redondeles de una mezcla visible de gases producida por la combustión, pensaba. Esquivando el retuerce... gritó con los puños: ¡Cómo! pudo llegar hasta aquí, si es imposible atravesar al viento.

Lo que antedicho se leyó, está inscripto en la puerta de la casa. La vacía, la casa que no es casa de nadie. A la que se golpea para ver cómo el tiempo ruin ha intervenido en el nervio. No hay casa. No pregunte más porque no hay casa. Ni para atrás, ni para adelante. Las casas se fueron hundiendo lentamente con el correr del sol. La vinchuca alarida cumplió. En los tachos y los baños hay algodoncitos cada dos pasos. Con una gota de sangre percudida. Así también, las ropas. Las telas para envolver: niños, viejos, cadáveres. Telas para el ciclo de la vida que abuela guarda siempre en el cajoncito del mueble de la cocina. Una saca negra que cuida las telas blancas y el chal, con el que envolvieron a niño muerto.

El cante suspende las notas de exterminio. Hay cadáveres, pero también hay gitanos. Se escucha lejano el cante: "Pa que viva la espina tiene que vivir la rosa".

Es la minucia. La partícula. Ese filamento fino que con la lupa se vuelve ominoso. Péndula fuego. Los ojitos llorosos. Los ojitos varios. En las antenas, en la cabeza, en la glandular osamenta de insecto. Es un niño muerto en su estado infección. Tan solo ha preguntado una tarde por qué no coinciden los números de las identificaciones estatales. Si fue anotado un día, como bicho, y luego le cambiaron alquímicamente su nigredo a la plata. Para luego al oro, y subsumir la baba que esquirla en la inveteradas choscas que le cuelgan, como si fueran a caerse de un soplo. Déjenlo ya, que si no respira es que está durmiendo.

Los domingos la gente suele almorzar en familia. La familia suele los domingos. Tu familia solo puede los domingos. La familia de ella y la de él solo los domingos almuerzan. Se juntan, sí, pero la casa tiene habitaciones preparadas para que cada habitación sea un refugio anti familia. Por eso los domingos, es en familia. Para irse a las piezas. Para que pase. Para que el nudo de la garganta baje a eso de las nueve de la noche. Es oscuro el cielo por la noche cuando lo abren a cuchillazos. Una vez abierto de par en par, el cielo, cae sobre las casas. Y luego el sol, lentamente, las derrite. Los domingos suele ocurrir nublado. Y por dios pido que el sol no salga, no asome, así el niño muerto no le dispara con su metralla.

El sol sirve para calentar cadáveres. Y la noche, para que se levanten sus fantasmas. Concluida la tarde, la noche ni se entera. Llega con el viento, de golpe, un celaje inquietante que oscurece. Ya no hay azulejos por donde colarse para huir. Estoy vacío de azulejos, fueron cayendo de a uno. Fueron explotando en el piso. Las venecitas del ante baño, ante paraíso, ante purgatorio. Venecitas. Así le pusieron a la muñeca cuando llegó del guachero a la casa del Boulevard. Venecitas Kimberley de Mantis. Con nombre y apellido. Después se los puede cambiar ella sola cuando sea grande, una muñeca grande e inflada. Que cuando aprenda a hablar, al menos a balbucear, vendrá el momento para se lo cambie ella sola sin preguntarle a nadie. Los comisarios en la zona saben de manipulación de bebés -sobre todo para adulterar documentos-. Y de paso, adulterar cuerpos. Y hacer adúlteros a los niños desde niños. Así los comisarios se van a casa tranquilos. Luego de haber adulterado en familia ajena la identidad de los contrarios. Total, casarse vía Paraguay es una forma de querer, de amar, de ocultar por amor la vivencia para que el cuate se ocupe de su supervivencia.

Estaba en la plaza una mañana. Allí garúa. El niño muerto tiritando constipado. La saca negra abierta por las dudas, porque a veces -han dicho- que después de morir, viene la tiritación, que es la previa para meter en la saca negra a los santos: así les dicen a los niños muertos: santos, o santitos.

Cajoncitos blancos, cajoncitos negros ¡Quién hubiera querido Mi María que haya contigo embarazado! Si de las mantas anchas y fragosas, cada tanto, un nuevo niño muerto ha nacido. Reaparecen los niños muertos en los vientres de las comunas. Son como barrios, para no llamarlos cementerios. Dicen que están abandonados los barrios, pero los niños muertos no. Apenas son muñecos que no tienen pirulí, ni tajito en el caso de. Ni una raya horizontal como las chinitas o japonesas. Niñas muertas recién nacidas. Críos de un búfalo colgando de las tetas de la vaca mustia. Seis, ocho tetas tienen la vaca. Están los niños y las niñas muertas chupeteando las de la vaca. Así mueren viviendo en esa espuma. Las casas sí cambian de titular, pero los nombres no. Lo que cambian con los nombres es la condición existencial de la criatura. Para que se confunda el obstetra con el exorcista a la hora del sacrificio. No hace falta le incrusten una cruz en el pecho, déjenlo.

Es un pobrecito diablo.

***

Lo más difícil de resolver es lo de la pirámide. Cómo hacemos ahora, llegado hasta aquí en lo que les cuento, para bajar a Cabeza de Padre de la puntita de la pirámide. Se ve de lejos, aun cuando el zafiro nuble por la trepanación de las costumbres helénicas. Padre es padre si la cabeza baja de las alturas, aunque el cuerpo no aparezca. Pero primero habrá que bajarla de una buena vez. Las demás partes de la osamenta de Padre están enterradas en el patio de la casa que no es más casa. Las paredes se han vencido hacia adentro, hacen una geométrica a dos aguas. Pero la garúa no discrimina la forma de los techos, ni mucho menos sus arquitecturas. La gotera regurgita una bolita de agua biliar que sale por la baba y el vomito de leche de vaca. No vaya a ser cosa que por ese hedor lo dejen tirado en el piso. Puede gatear, puede serpentear, es como una víbora gordita y corta que vira, como una laucha asustada con la revelación postvientre. Salir del vientre, para los niños muertos, es un trabajo de purificación.

***

Los alquimistas han sido atacados con cerbatanas. En la congregación, reunida en el monte Sinaí, en plena blasfemia, cientos de piques vuelan a lo avión a chorro hacia la casa de uno de los alquimistas. Los tipos están de picnic con la canasta sobre el mantel a cuadros. Comen lánguidos, restos de cipreses. Uno se ha pasado de mambo con el elixir. Es que, de algún lugar arábigo les ha llegado el buen trago Tizne de Ruar, el ancestral que solo hacen en la Malasya desconocida. Los venenos de las cerbatanas viajan a la velocidad de un tren bala japonés. En ese transcurrir, ocurren cosas. En ese tramo de instantes, se modifica una vida. Las cerbatanas han escupido unos venenos que van directo a la cabeza de los alquimistas. En tan solo 20 minutos han decido la suerte de esa congregación. Herzog no lo hubiera podido ni tan siquiera imaginar. Por eso, la atroz mímica de las caras electrizadas. Las detonaciones de los experimentos dejan al cielo gris aterciopelado, como la felpa. Sudan por la humildad del verano. Sofocados. Buscan cuerpo para amar. Porque la distancia va perdiendo su espesor. Piden: pronta entrega, por favor.

Marcelo Padilla