Intento alejarme lo más que puedo de esta situación en que me encuentro. Y de tan solo pensarlo, pero más al escribirlo, ya estoy mirando a lo lejos. Y de lejos diviso a esos tristes trópicos. El mar acunó mi existencia por tanto tiempo que ya no sé si fueron meses o años los que estuve vadeando en altamar. Supe perderme en unos acantilados, y en una cueva sobre la roca, hice mi guarida. Descubrí el fuego, y con él todo lo derivado: el calor, la cocción. Y vi en otros cómo el fuego mirado a lo lejos los consumía. Debí por supervivencia nutrirme de otros saberes. Puro oficio. Luego de las primeras invenciones, y derivado de esas invenciones, vi que otros también erigieron enormes bibliotecas de amianto. Futurista y previsores fueron por anticiparse. A otros no he conocido más que a partir de la invención del libro. He aprendido que en toda acción de escritura uno debe distanciarse. Monacalmente hablando es conveniente retirarse del murmullo constante y sonante de este mundo. Esconderse, en estos casos, es una predicación interna que gobiernan las acciones de todo hombre. Por eso digo especie, y también digo: restos humanos que bambolean en unos troncos abandonados en el mar. De lo que han hecho con nosotros y lo que nosotros hemos hecho en esa alquimia, fue al nigredo al que despreciamos de apurones.
Nos quedamos con el oro al final del pleito. Nos pasamos ciegos dos procesos de magia. Y en el camino creímos a la carne rellena con huesos y órganos el centro, de todas nuestras preocupaciones. El cuerpo pasó al frente de los desasosiegos. Lo aprendimos en las clases de anatomía aun allí olvidáramos al espíritu y al alma "porque esas discusiones están para confundirnos", y dijeron, pertenecían a una historia ya olvidada y superada. Y por lo visto pasajera. A una etapa del pensar filosófico le corresponde entonces una evaluación, un balance, y sobre todo a una etapa del meditar religioso le corresponde un lugarcito en este desconcierto de ateos. Si bien no viene al caso, aprovecho este distritito en el escrito para dejar una señal sobre lo religioso y lo sagrado, así como su contraparte profana. Y tal dos caras de una misma moneda si pusieras en un texto una frase poco clara que lleve al lector a pensar lo mal que está escrita o, lo que le debe faltar o sobrar. Una frase cuyo tácito ya de por sí genere, cierto prejuicio en el lector. Cierta incomodidad. Todo, pero todo se vendría abajo.
Entonces y retomando y por el contrario a la etapa del pensar filosófico, a la del meditar religioso, los balances y evaluaciones no le sientan bien en esta situación de hondo sustrato espiritual. Acaso también la ciencia se trate de un juego de máscaras que, aún invisibles, tras ellas, no quedan sus científicos. Así se les apunta, dicen científico y es su nombre. Y ya son palabras mayores las que se vinculan a la prosapia y al linaje de su erudición. Y la ciencia, ese dios supremacista que fuera por la fagocitación y la caza de brujas, chocaría contra unas murallas hechas de mística, sangre y misterio. La raza del científico despreció a la raza del místico y a la del religioso tan solo por una virtud, que no fue otra que la del silencio. La razón nos ha regido desde niños. Y lo que al inicio dije con la expresión "intentaré alejarme" no quiere decir otra cosa que establecer una distancia, la verdadera distancia física de las cosas y de los hombres.
Es en soledad que se aprende a escribir cualquier cosa en un papel. Por eso entiendo a los antropólogos clásicos con el desciframiento de los jeroglíficos. Más allá del zaraceo que se le endilga a la antropología de formar parte de un plan global de colonización a través del conocimiento, es por eso, que le van a llamar antropología a esa disciplina. Y antropólogo le dirán. Al que en los años veinte del siglo viejo se fuera a internar a la selva con los indios. Y ocurridos sus accidentes se legitimó la idea de antropólogo conquistador, francés y mal parido. Más allá de todo esto que se menciona, ellos, fueron los últimos que contaron lo que nadie se animó a contar. Desprovistos de todo en la nao embarcaron hacia tierras desconocidas, y quienes los fueran a recibir, que no esperaban a nadie, se dieron por asombrados por ese dios blanco. Fue un encuentro casual. A puro telescopio.
A partir del testimonio de sus antropólogos, no debe haber disciplina que junto a la albañilería registre mayor cantidad de accidentes como los que reconoce en su historia la propia antropología. Alejarse de la coyuntura y del presente que la sostiene me ha llevado a desandar caminos ya transitados en el pensar, pero también en el sentir de su relectura física. Y del sentir uno ha terminado dejando una prueba que resiste con nostalgia a esta puta especie. Entonces, una tenue melancolía se viraliza por el cuerpo y cada célula echa humo hasta meterse toda junta en el alma. La melancolía se le nominaba a lo que ahora se le llama depresión. Es un quedarse con el cuerpo pensativo y con todos los sentidos puestos en el pensar. Definitivamente no es un estado que involucre exclusivamente al espíritu y al alma. Es en todo el cuerpo un sentir que recorre quemando pastizales abandonados y secos, que con una chispa, una catástrofe imprevista erige.
Pero si tenemos la razón para hacerle frente a cualquier intento de inmolación a lo bonzo, la razón, será esa exclusa en el imaginario orlado de una educación patética recibida, que no solo ignoró al cuerpo y al sentir, sino que además lo neutralizará, cada vez que sale el tema, con la teoría. Desesperadamente el hombre quiere encontrar una explicación a cosas que no necesariamente la tienen, o que si la tienen, es porque alguien le ha encontrado una explicación de puro vicio. Les gusta contagiar ese entusiasmo que genera un alguien dé una explicación. Dicen que estimula la creencia. Les gusta contagiar la explicación propia. Aun el desesperado intento por imponerse con seriedad académica. Con el gesto adusto de la razón y en todas las disputas.
No hay nada más práctico que una buena teoría para dejar de sentir. Por caso se pasaría a la explicación sin más, y a la fórmula que dictamine luego de un debate de sordos, el triunfo imperial de uno de los bandos, y conquistar lo que se conoce con la expresión "tener razón" el ansiado veredicto. El certificado dice: Tengo razón, o él tiene razón. Y otros, y aquél, no la tuvieron nunca porque vivieron equivocados. Hemos despreciado a los que vivieron equivocados desde nuestra idea de equivocación. Los hemos dejado sueltos a su delirio paranoico. Desamparados y sin auxilio, ante los que tienen o han impuesto su razón, y la han hecho ley para todos.
Razón es un derivado del absoluto verdad. La razón intentó su autobiografía y, arriesguemos a decir ahora que pudo lograrla con obras que bien se podrían encontrar en una góndola de epistemología de un supermercado chino. Si la ciencia política nació con la obra cumbre de Maquiavelo, "el príncipe", otras disciplinas también tuvieron a sus padres (siempre me pregunté por las madres de la ciencia. Que quiénes eran. Que quiénes habrán sido) Y me permito este paréntesis para decir que si no hay madres de las ciencias o de las disciplinas será porque el espíritu de protección que implica el término "madre", corresponde más a lo que se niega que a lo que se evidencia.
La razón gobierna con vehemencia. La mujer de Levi Strauss es la madre de los hijos de Levi Strauss. Y eso no lo discute nadie. Susan Sarandon llegaría mucho tiempo después, pero, esta cuestión, ya es un tanto norteamericana y molesta, asumir el estereotipo de Susan Sarandon en los tiempos que corren es toda una desgracia por sabérsela ocurrida en otros acontecimientos. El tiempo se suicida antes que Susan Sarandon al volante dejara caerse en el aire y muera. Nunca vimos los cuerpos ni el auto destrozado. Luego recorrieran toda california y se lleguen Susan Sarandon y la otra chica al cañón del colorado. Nos mostraron el final y no la trampa.
Hemos vinculado permanentemente las disciplinas a los hombres y a las personas y a los sujetos. Y cuanto mucho, a las deidades intelectuales le hemos dedicado edificios y aulas con sus nombres. La fragmentación de lo que se conoce como campo científico conmovió a los teóricos del quebrantamiento, y estos, al hurguetearlo, encontraron allí un objeto y designaron clasificaciones correspondientes para calmarse y entender su mundo interno. Luego vendrían sus orgasmos intelectuales que serían más tarde transformados en entidades de intelectuales orgánicos. Gramscianos por naturaleza se los hizo de nuevo. Elaborar una clasificación es un trabajo burocrático y, agregaría el amanuense: ¡desesperante! Porque ya lo dijo Heráclito: el río va con su agua cambiante en revolución permanente. En las montañas cuando baja descongelada por las vegas el agua encuentra sus propios cauces. Los fabrica por imposición. Y es por la fuerza que no hay razón que valga detener tal circunstancia.
La geografía chilla. Hace un escandalete en el ministerio de la ciencia. Pide exclusividad ante vuestra excelencia y establece fronteras en el tratamiento de los temas, temas que son en definitiva, como dicen ellos, territoriales. Lo hicieron los que establecieron fronteras en las guerras civiles y luego repartieran a los altos mandos la tierra. Toda ciudad que en su pasado deambulen fantasmas entre lo tuyo y lo mío tiene su clasificación en este mundo. Y en la escuela, los niños usan mapas para saber dónde están parados. Todos los niños del mundo usan mapas para saber dónde es que están parados, y eso, es simplemente maravilloso. Y eso se lo debemos a las guerras que estimularon la producción de fronteras y tratados internacionales. Pactos de no agresión. Mercados interinos y proteccionistas. La guerra muchas veces sirvió para que un país podrido renazca. Entonces, ardua será entonces la clasificación. Tarea por otro lado muy divertida ya que estimula la imaginación en el sujeto clasificador y educa, al que será en algún tiempo ciudadano.
En el territorio donde no hay nada ni nadie uno puede inventar un país y una nación, y después inventar una provincia. Y amparados circularmente por un continente deberemos inventarles un nombre a cada una de ellas, y a cada país dotarlo de estrictas fronteras militares para que no cruce el enemigo. Es la industria de la ciencia tentacular la que despliega sus extremidades en diversas disciplinas. En tales situaciones de crisis donde la política ha perdido. Se le llama disciplina a toda organización de conocimientos sobre un trauma. Y que por ese trauma hubo un padre que la creó y la parió. Un machito proveedor luego la reconoció. Y alguna vez fueron felices por un tramo de tiempo. Eternidad que se gasta, muy pero muy pronto. Cuando creó a esa disciplina no existía tan siquiera su espacio de nominación en el humus semiótico de época. Era todo viña esto, y antes de viña puro descampado. Era una desposesión ya de antes de plantar la cepa. Le llaman sembrar a tal acto. Luego ver qué cosechar si el tiempo acompañaba.
Uno debe arriesgar. Uno debe sembrar. A la gente se le da por clasificar. No bien distingue a una manada en la lontananza le tira un lazo para cazar algo. La clasificación es tan solo un intento. Un arrebato prescrito. Una reacción frente a lo desconocido. Frente a lo que se considera raro. Al principio eran ideas y traumas extraños vistos y sentidos por el conjunto de sus miembros. Pero a medida más locos poblaran las ciudades y fueran ubicados en hospicios mentales la disciplina perdió su encanto. Dejaría su legado un padre que la hizo panóptico. La disciplina siempre llega tarde más no su diligencia, y eso es lo que no podemos evitar, y dan ganas de asumirlo de una buena vez. En el escribir en voz alta uno a veces filosofa y desempolva su arte. Y ese arte proviene de una desesperación interna.
Crónicas del subsuelo: