Crónicas del subsuelo: Los problemas del Escribiente

Crónicas del subsuelo: Los problemas del Escribiente

Por:Marcelo Padilla

Dejo constancia como Escribiente, que aún (y más allá) de las bizarras noches de espanto horripilar, bajo pesadillas antimorales, no la paso tan mal en esta saga. Resulta revelador tener que trazar una historia donde intervienen los personajes en la escritura que devino, luego de convocarlos, (a algunos no los convocaría de nuevo), no sé, tal vez alguno ya esté pensando en convocarme para ser su voz en alguna tramoya de desventuras, como las que vengo narrando y oyendo, con la oreja puesta en los papeles impresos, por las noches, bajo una luz tenue de departamento de hospital. Las escucho, debatimos, porque yo soy, por momentos, quien se entromete en las conversaciones de ellos, será por eso tal vez, que todo lo acontecido, es producto de la venganza, la vanidad y la traición al Escribiente, perpetrada por los propios demonios de su mente, que a veces azuzan guerras, otras ondeantes calmas celestiales ligadas al delirio místico. En fin, el Escribiente nunca sabe lo que va a suceder en el desarrollo -inesperado- (y aleatorio, agregaría) de los hechos que vienen ocurriendo en toda la vieja y extensísima Malasya, de punta a bahía, de montes a lagos y de ahí a esteros domesticados por la bichardía selvanal que atraviesan las yungas de Esquimalia y luego brotan en la Malasya báltica.

Yerguen por las mañanas (aquí) los ataques, porque en Malasya es de noche, mientras en los hemisferios occipitales es de mañana, es el albanecer en Malasya, otrora fuente de desarrollo y creación, que sufre la hecatombe del delirio místico de sus ciudadanos, postergados los centinelas, al visor oculto de la sovietización de la especie acumulada, en la mejor propaganda militar del mundo conocido: la vieja, gloriosa y amiga de los territorios de Malasya, Esquimalia y Linternaia, mejor aún, mire vea, la resurgida de los libros forrados con el mismo papel alquímico. Porque a mí me contrataron, sin decírmelo, como Escribiente de una historia astrálica, de biyuya fina, de alcoba real en la malicia de la tartaridad reinante. La paga ofrecida fue apetecible dado el cambio de moneda, en Malasya, en ese momento, un yunque equivalía a cien astrales, y por el trabajo completo acordamos mil yunques; es buena la paga, repito, más allá de la inflación, pero nunca imaginé que debería lidiar con semejantes especies, en la mayoría de los casos, los que nos dedicamos a escribir las historias antiguas en el mundo conocido, debemos sortear obstáculos referidos al lenguaje, principalmente, pero también a los lugares históricos, a las guerras acometidas en los territorios, pero nunca, o casi nunca, con los personajes de la saga, entrando en un conflicto de Golpes de Estados astrales, que reubican cada tanto, la geopolítica financiera de los estados sagrados aledaños.

Quede este escrito como testimonio entonces, ya que me he tenido que esconder en el baño donde Personaje Descolocado sabe estar, su lugar preferido diría, para huir, o mejor dicho, donde huyó por entre los azulejos para meterse en la obra, (que ya le han puesto "Malasya" por cierto -para ir definiendo este informe- unos prófugos de circo marginal, de periferias lúgubres, ellos andan circulando la leyenda de la obra "Malasya" por sus campos gitanos, donde enseñan a leer historias de aventuras y desventuras, a los niños y a los ancianos, a los internados en nosocomios de Recuperación del Soldado, en fin, ya andan propagando una novela, una saga, una obra manicomial que han intervenido al punto de dejar al Escribiente mero espectador de las lisonjas que audita, pálido, tiritando, no pudiendo conducir el barco de su derrota, el navío de su fracaso, asistiendo a la muerte de su deseo, ser Escribiente, autónomo y genio. El Escribiente confiesa: "no pude controlar a Ludovica ni a los mellicitos rusos, tampoco a El Celebrante que en su soledad melancólica tiene arrebatos bipolares (ejemplo: se piró a China en medio del quilombo, a meditar, y yo lo necesitaba en Malasya para actuar en medio de un conflicto, y se piró, se fue solo, a meditar, decía) Ni tampoco pude osar controlar al Circo de los Prófugos, con quien tengo un especial cariño. En fin, debo continuar con mi trabajo, debo llegar al final porque el contrato de palabra decía "hasta que termines la saga no se te pagará un céntimo de yunque, te lo daremos al final todo junto, de paso ahorras y te la llevas en pala". Así me contrataron, con ese decir, y yo me arriesgué. Y aquí estamos. Malasya es un territorio bellísimo, aún abandonado lo es, recuerda a los lugares desvencijados por las guerras, aun así, sus playas septentrionales son fabulosas, el agua es cristalina, la arena es blanca acuarzada, la riqueza ictícola que alimenta a la población en su Caleta,- o, mejor dicho- desde su Caleta, al resto del territorio, permite proyectar la vida en Malasya hasta los doscientos años, He visto señoras arrugadísimas por la cera, y ancianos de incontables años jugar al futbol en los potreros. Hasta hay un equipo de fútbol que representa al brusco estrecho apalanganado en La Liga de Fútbol de los Territorios, los viejitos sin dientes lo llamaron alguna vez "Club Deportivo Malasya".

Por día se pescan 2 toneladas de peces de amplia variedad y tamaño. Los pescadores artesanales están organizados, aún en la guerra, en pozos que se unen por catacumbas, son como hormigas llevando pescado por debajo de toda Malasya para distribuirlas en poblaciones donde las bocas de expendios son ferias con puestos medievales. Nunca vi -ni imaginé- un suelo agujereado por dentro, por abajo, como un gigante queso con guracos por donde se transporta, comercia y celebra. Lo cual hace atractivo el sitio para el turismo. Hay bares bajo tierra, tiendas, locales de belleza, donde se hacen transplantes de ojos y rodillas, los dos problemas más acuciantes en la población masculina, y también transiciones de género, hecho inaudito por las comarcas, con profesionales ancestrales que sin instrumentos quirúrgicos te cambian el sexo a través de un rezo.

Marcelo Padilla