Crónicas del subsuelo: Los funerales de tío Antonio

Crónicas del subsuelo: Los funerales de tío Antonio

Por:Marcelo Padilla

Ya la Cantabria silba en el diapasón del mendigo ciego, funge y funge el bandoneón lleno de polvo; y la cítara, de a tanto, larga una nota tambaleante que cruje en la noche congelada. Hay escapularios y borbotones de lluvias que por la comisura de las montañas membranosas (visten el costado oeste de la Gran Malasya) se filtran, como hebras de agua punga. El cielo ni cielo parco, por más llamaradas de la boca salieran del Mago Frank que hace lo posible para que no bajara la sombra del lengüetazo de fuego. Digo "ni cielo" y también "ni estrellas", que repiqueteando ecos de los llantos están en su trebejo. Las lloronas y los llorones hacen fila pa juntar la tierra ausente, quebradiza tierra, seca como lengua e loro, mire vea. Las sogas desterradas de los cuellos, porque sogas no había pa tantos, zumban por los chicotazos.

Los funerales duraron tres noches y tres días. El luto... de fanfarria bullanguera para despedir al Gran tío Antonio. Pero antes de narrarles cómo fueron los funerales, quisiera contarles, quién fue tío Antonio, hoy, el muerto que yace en su aposento frente al palacio de los músicos. Un panteón especial que supo construirse en las mejores épocas de las taifas desmembradas luego del Gran Califato. Donde el músico y el mendigo fueron hermanos de sangre cultural malasyana, venerados por condes y príncipes y por la leal chusma beoda. En fin, mire vea qué triste, pero también mire vea qué alegre puede ser un funeral de alguien del montón, que, de un pueblito perdido entre el sol y la falta de agua, se afinca. "Donde no hay agua hay llanto" se escuchó por ahí, entre los presentes, de blanco, algunos menos de negro, y poquísimos de rojo vermelho. Mi Pequeña Napoleón dibuja unos embalses chinos entre laderas de fuego mientras unos pájaros escapan con la bandada superior en la hélice de la nube, la que se alza a mil metros para encontrar frente de vista y merodear tierra de ancestros milenarios. Son los pájaros de Wagner made in Brasil que llegaron a los zócalos primero, en plena invasión, quedáronse refugiados hasta que pasaran las llamas, y el oropel de cieno que por el humaderal intoxica innúmeras especies. Aquí se afincaron y produjeron melodiosos albaneceres en la comarca solitaria. En fin, vamos a tío Antonio, de quien les quiero contar no sin real malicia. Porque a tío lo están velando miles y miles de malasyanos en sus casas con candelas hechas a mano para ocasiones como ésta.

Tío Antonio, dos puntos.

Son las cuatro de la madrugada. Todos duermen. El verano es penetrante en el páramo. Tío Antonio, después me entero que fue tío Antonio, llega a esas horas de la madrugada expulsado de su posada. Es que, de su costumbre de jauja, con la cítara en el baúl del coche, siempre salía costándole muchísimo volver. "Poco volvedor" dijo uno, mientras cuento lo que cuento. "Muy salidor", dijo una donna que pasaba mientras escribo quién fue tío Antonio. El blandón tiene para rato: es ancho y largo como para pasar una noche entera de centinela mirando su pabilo. Por eso me tomaré mi tiempo, con las disculpas del caso por medio, para que sepan al menos a quién se está despidiendo en Malasya. Retomo: tío Antonio llega a la madrugada de la joda con el trajecito viejo, flaco tío Antonio por ese entonces, abuela recibe a su hijo. Bichicome duerme en la catrera de una pieza misteriosa, se despierta por los bisbiseos que entre ellos se transmiten. Se entienden, sus bisbiseos son cofrádicos y de un estilo singular que nadie puede deducir. Como los idiomas crípticos pa confundir al extraño de todo cuento. Tampoco es idioma ni lenguaje (odio las publicidades mientras les cuento esto) ni mucho menos argot, tan solo bisbiseos de cuajo de los tiempos de ñaupa. Resulta que tío Antonio se tira a dormir en el piso de baldosas de la pieza, bichicome al lado en su catrera. Tío, por el calor, se deja caer al piso sobre las baldosas frescas, porque hace fresco en la noche de San Juan. Y las fogatas viborean entre los altos pinos de la noche. Se lo escucha cantar, más bien tararear, una canción de previa en la vigilia. Borracho, triste, expulsado de su casa del barrio de los triángulos donde supo morar varias temporadas. Es que lo había echado tía ñata de la casa por volver a esas horas después de tres días que hubo salido a la parranda. Como le gustaban los tangos, encara en la noche uno, silbado, porque en Malasya, el tango, es silbado. Sin letra no se canta, más se entona con los labios pétreos por el frío y así calienta la canción con el vapor interior. Abuela duerme. La noche anterior la quisieron acuchillar por una discusión con su otra hija y la sombra se puso más que espesa. Tío Antonio dado en adopción a la hermana de abuela por no tener más que comer ni amamantar, se prende de las tetas de las tías que lo dejan. Es un niño, tan solo un niño moreno que despidió a su padre desconocido cuando lo vio pasar en el carruaje y éste solo atinó a tirarle unas priendas horrísonas. No fue reconocido por su padre, ni persiguiéndolo por las calles terregosas al coche fue reconocido. Tío Antonio desde ese día canta, silba, hace música con su oprobio de guacho callejero sin padre ni madre presentes en el hogar. Vaya a saber cómo es que se las arregló para vivir tío Antonio cuando jovencito, mire vea.

Bajan las banderas de todo el territorio exhausto. A media asta, los pendones dicen "Tío Antonio músico del pueblo" y son miles de miles de lábaros que sostienen los mendigos y los músicos de las taifas desmembradas. Experto en zalamerías, en atonales mañanas de mate frente al brasero, tío Antonio rasga una bosa nova desde su cajón. Son maquinitas puestas en el féretro a modo de amplificadores para que toda Malasya oiga. Sin embargo, lejos de sentir tristeza, los profesantes llegan disfrazados. Del Circo de los Prófugos han llegado a animar la fiesta. Ya no caen bombas sobre Malasya, ni en el aire pasan los aviones a chorro. Algunos volantines -con la frase de los pendones- bailan con el viento. Anturios y montoneras visten la impunidad de la inminente muerte.

Es un gran homenaje en la transición de la vida a ser mortadela. A la derecha el coro completo de mendigos cantando jaujas. Vestidos de bisel en remozados chascos de arpillera nueva, para la ocasión, mire vea. Entonan sus cantos y en ellos jarpan con sus críticas al principado. Siempre es así cuando los mendigos cantan, religiosamente cantan para avenirse en bichicomes solitarios. A la izquierda Los Leguizamones de Orozco, el coro especial del Conde, que se ha organizado para despedir a tío Antonio sin el permiso del director que duerme, como un oso por el frío en su cuevita. En el centro el féretro rodeado de ardientes salterios, altos como obeliscos. Son tres días y tres noches, repito, las fogatas iluminan hasta Linternaia y hacen sombra en la Mesopotamia arisca. Las notas musicales se expanden atormentando a los extranjeros de los barcos. Los mendigos la tenían pensada y así los neutralizaron. Terminaron huyendo ciento cuarenta barcos extranjeros. Un gran problema para Malasya que ni el batallón especial de eliminación pudo lograr. Fueron los coros mendigos aprovechando los funerales de tío Antonio. Mire vea, qué justo y qué estrategia que es la plebe la que obtiene la soberanía. Y en los pardos botareles susurra el musgo colgado, y los negros capiteles en torno velando están; esqueletos descarnados, monumentos carcomidos, sobre los aires lanzados, corona del fundador: a través de cuyos ojos bravíos aquilones arrasan cien nubarrones de ceniciento color.