Crónicas del subsuelo: La voz del interior

Crónicas del subsuelo: La voz del interior

Por:Marcelo Padilla

De opinión rápida, a la reacción (sobre) la opinión, lo que le quiso decir, y no lo dijo; pero es como si lo hubiese dicho.

: "Le dijo",

: "Me dijo", se oyó, una conversación.

Una voz se oyó, lejana, con eco (oh) (oh) (oh) (oh) (oh) intubada por esos cablecitos que instaló el electricista, le dijo. Saltaron los cables (eran dos, pero en el manojo parecían interminables, como arañas ahorcadas con sus patas) y le dijo: "toca". Toca mi mano, le dije, "es un cadáver", me dijo; yo le dije que es lo que es: un cadáver de mano despegada, amputada por la rapiña, que vino de los árboles, estaba agazapada, La voz, cuando dijo: lo que se oyó. De los árboles la mano y de los cables la cabeza, dije, intentando desprevenir. Lo voy a hacer, se dijo por ahí, en el retorno de La voz.

La voz dijo: "ausente", y levantó una mano un esqueleto que con mucho esfuerzo había comprado el ventrílocuo del pueblo, eso dijo, y se fue, con la mano, empuñada. La voz, del ausente. Eso dijo. Me comparto con las arañas cuando las correteo por las sábanas arrugadas, dándole palmaditas a la cama, durante la mañana del sol, en la base militar de los ocasos, le dijo al espejo, esa madrugada. Se dice, que la voz dijo: "ausente", sin permiso, a perpetua cadena.

La ejecución no puede demorar demasiado, se escuchó. Otro dijo que "por qué no", que después del guiso y, para el postre, la madre, que es de meterse a la pieza oscura, a llorar, a vomitar, eso dicen que dijo, La voz. Acompasadas por la música de la noche (Sibelius en su "Opio número 6", junto a la orquesta de los parsifales) las arañas de las que renuncié, dijo, están de nuevo, en la pared que da al vecino de la cremallera verde, ese, el mismo, de la otra vez, pero con otra voz, extraña. El de los golpes a futuro, a los mazazos, calando la pared, el que dice que le dijo al tipo que no lo mataba porque era un problema administrativo. Que pum, que pam. Lo hizo, lo mató, nadie dijo nada, se oyó: La ausencia.

Cierta vez, se dice por ahí, donde no replican las campanadas de la basílica, en la otra punta de la basílica, donde no se escuchan los golpes de las campanas de la basílica, se dijo: "He aquí el reino de la carne negra, la que queda de las exportaciones rojas, la que nos toca de las importaciones de Rosas", se dijo, además, que en los saladeros se arrimaban a eso de las dos de la madrugada, a amontonarse por el frío entre la carne negra, en la otra punta de la basílica donde no se escuchan las campanadas. El sacerdote dijo: "He aquí, el reino de los ciegos". Dijo eso, y las manos de los esqueletos se movían, como en un recital con encendedores. Nefanda noche, dijo, el enano que sostiene el cable para prender las velas. El enano no dijo nada, pero con lo que hizo, nos dijo, algo, que dicen sus pequeños movimientos. Habla por sus pequeños movimientos, le dije, al que se iba, al ausente. Que no dijo esta vez, nada. De nada, le dije. No hay porqué, dijo. Y se fue.

Cinco a la cabeza más veinte y un pleno al favorito que no vino, pero dicen que: apostándole... da igual, porque aquí, la apuesta dice, lo que no dice La voz. La voz por momentos no dice y calla, no dice pero calla, que es algo muy distinto a "no decir sin callar". Callar, dijo, y se fue, en síndrome de ausencia, La voz repitiendo, lo que al principio dijo, antes de huir, por la letrina dijo, por la cabeza del Chacho dijo, este cadáver, pasea, por toda la infame ciudad que lo desflora. Pasea, dije, y pasea la cabeza a los saltos por el tunduqueral amanecido en pájaros violetas, sin alas y sin cabezas. "Ausencias del aire", dijo; se fue y como ya lo hizo, matar al cadáver dos veces por las dudas, no se lo vio más por esos meses.

La parte del cuerpo que quedó joya, rosada, con algunos moretones, "Se come", dijo. Con ausencia y los sacerdotes. ¿Que cuáles? Los de pollerita beige, los de Polleri. Los uruguayos de Polleri que se comieron entre ellos, a lo que puede llegar la especie, a comer carne humana en cualquier circunstancia uruguaya, sea para las fiestas del 24 o para el 31, Que dónde la vas a pasar, si con tus viejos o con tus huérfanos, le dijo. Que van y lo que hacen es decir todo el tiempo: "ausencia". Pobres los curas de la ausencia. Tan bellacos, con espaditas listeylor, para la guerra del pescado. Semana de los santos que llaman Santa, dijo La voz, que apareció tras el Bar del Batuque.

-: "Batuque" dijo, que había estado allí en los saladeros, con esa gente acurrucado entre la carne negra. Eso dijo, eso creo, que La voz, quiso decir. La Orden del Conde leyó en las escalinatas, fue La Orden quien leyó, mientras bajaban, dejando atrás la basílica imponente, las luces primeras del albanecer; el altar y la voz asomada a la plaza principal del albanecer. Las cabezas rodando, la plaza llena de cabezas rodando al albanecer; las palomas hechas un espanto. Sin vestirse para la ocasión. Expulsadas de la plaza principal en medio del albanecer. Ahora es lugar para cabezas sueltas. Sin botones en el cuello, sin cuello. "Ausencia", dijo la voz, apagándose.

Tú Moliére, mí Baudelaire, estrecharon las manos en el atrio. Luego pidieron el mic y habló Il Tartufo. Todos se rieron, todos, aún los ausentes, que La voz dijo, al callar, que todo ocurrió, en el fin del albanecer. En perfecto movimiento posquirúrgico. Las gasas en los cuellos van, por ahora, a desfilar, y los que tengan la cabeza en condiciones estables, por ahora, no van a desfilar, tal vez, dijo, lo hagan en el próximo albanecer. El cuafer apretó un botón y de abajo explotó La voz, tronando La voz explotada. De ausencia tronando. La voz de la ausencia tronando, como un terremoto en preparación, una prueba, bien bien nuclear. Para el obsceno y la obscena, La voz, dijo: "calandrias", y silenció: "palanganas". Luego, la peste en las caras, excusa perfecta para que rueden las cabezas en la plaza principal en un nuevo albanecer. Ya sin palomas, porque esas cabezas, las devoraron. A las palomas devoraron las cabezas. Y, están, todas rodando, en la plaza principal. Las banderas, los tullidos de la guerra, la guerra, las lavanderas de los tullidos, el agua negra, la carne negra, los saladeros, las mujeres negras, las estatuas negras. La sal de los muslos y las coyunturas azules no sirven para la ocasión, dijo La voz. Esa voz, que no para de decir: "ausencia". Esencia, querencia. Vidurria. Dijo eso, y me miró, le dije que por qué no me lo había contado antes de asistir al departamento de policía, a caballo, y sin cabeza. "Ausencia", me dijo, La voz. Griten a los que quedan atrapados en las yungas. Se escuchó. Detrás del palomar, las cabezas, escuchan con una sola oreja. Las que quedan con orejas, luego del juego de los tajetes, corte y tajete, se oyó, luego, dijo: "ausencia".

Marcelo Padilla