Crónicas del subsuelo: La tragedia del manguera

Crónicas del subsuelo: La tragedia del manguera

Por:Marcelo Padilla

Llegando a la cintura de las Canchas de Pato, el Circo de los Prófugos detiene su marcha, bajan la velocidad las carretas y los caballos bufan retozando luego de los chicotazos sobre las ancas que el Mago Frank les propina con un Látigo Coggi -de buena guisa- junto a un par de gritos a lo gaucho querendón. La mesozoica repartía las galletas de pan con salame quintero sobre un mantel, improvisando un picnic a la vera del Río de las Truchas. El cielo, de una pomposidad barroca con nubes transpuestas que desenchufaban a baldazos las cortaderas que acumulan los estribores en todo pueblo costero, se apagaba con los silbidos de los bichos, escondidos en las mechas y las cortezas de las acacias. Ni bien cayeron las ráfagas al Penal de la Concordia, los penitenciarios salieron corriendo del cagazo. Unos hacia la derecha con melones y sandías, y otros hacia la izquierda con las bolsas de papas que dejaron los familiares. Los prófugos calentaban sopa en un ikebana vieja de la abuela Clorinda que le mandaron de Japón por barco, abuela por parte de madre, porque de padre no había vieja ya, ni mucho menos padre. Las alverjas derretían por las altísimas temperaturas al punto de fritarse, lo cual llevó al deshecho a muchas casitas de madera con chapa construidas con ahínco por los pescadores jipis del cemento dulce.

Con dos o tres corridas de ladrillos menos estaba parado -en la puerta del restaurant- el mozo con el trapito en la mano, chicoteándolo sobre sus piernas, oteando a la clientela que se metía con los dedos a la boca papas fritas y queso derretido, sobre todo los niños y las niñas, que luego le chuntaron helado de crema americana sobre el maíz del firmamento de los platos. La moza era la única que trabajaba, y de vez en cuando te aguaitaba el mozo ese, el del trapito, haciéndose el pelotudo cuando alguno le quería pedir completar los cubiertos de la mesa. -: "No, no, eso lo hace la chica, ya les va a completar ella la mesa", decía el vago, mientras la chica correteaba con platos y licuados de un litro en una bandeja del tamaño de un sombrero mexicano posta, original, de los que hacen sombra a 180 grados bajo el sol, especialmente en el desierto de Sonora.

La República tenía nuevo gobierno. Unos niños, aviesos en temas bélicos, trepó la Legislatura por la cúpula y otras niñas con sogas y telas volaban por los aires enfundadas con trajes negros y pasamontañas. A la institución la tomaron por arriba primero para luego bajar por el buraco que dejó la última tormenta eléctrica. Bajaban como Batman y Robin por un caño esmerilado y al caer, en plena sesión, las bombas explotaron a la altura del Parque de Diversiones, donde están las burbujas de aire con niños adentro flotando en el agua de la gran pileta. El trencito quedó a deriva, porque degollaron al maquinista y la formación dio contra la Iglesia Romana primero y luego, de rebote, contra el Taj Mahal que, imponentes, sobresalían sus cúpulas rodeadas de mosquitos del tamaño de un caza bombardero, pero más chicos, como Harriors ingleses, pero hechos en Corrientes con cuero de lagarto, a mano, artesanales como las champas de verano que ponen en las canchas. Reitero: las carretas detuvieron su marcha a la altura de la canchas del Depo, mientras entrenaban, corriendo de una lado a otro los jugadores, subían a las tribunas para fortalecer sus gemelos. En la transpiroteada general el agua escaseaba y las lluvias de kilómetros desvanecían desde el cielo, por eso los jugadores corrían con la boca abierta mirando al sol por las dudas les cayeran gotas, y así hidratarse en la tarde moreteada por la punga que se hizo plaga desde el verano anterior, por el cambio climático, según los pronosticadores del tiempo, o por el hechizo de unas lloronas del Parque de los Patricios que vinieron a estas tierras a despedir en rituales a sus muertos por nacer.

-:"No se habla con la comida llena de boca", le dijo el mozo vago del trapito a una clienta que le pedía un vaso de más, porque el que tenía estaba trizado y perdía gotas y gases, burbujitas doradas con forma de pepitas chiquitas de oro que relucían en la tarde particular. Tanto llegó el cántaro a la fuente que los bomberos tuvieron que activar al sentir un sonajero de un bebé tirado en la puerta de la Central de Emergencias. Dormidos, los bomberos llegaron con las gomas y las mangueras, en moto y en bici, corriendo a todo lo que da para ver si podían determinar qué es eso de "con la comida llena de boca no se habla". Unos imbéciles los bomberos. Porque el problema de las tomas de gobiernos estaba en otro lado, como a doscientos kilómetros de donde fueron los bomberos. La tenían con el mozo los bomberos, porque a ellos les pasó una vez que fueron al mismo sitio a festejar el aniversario de la muerte del manguera, un bomber man de la más fina especie, de los que no abundan. El manguera falleció una mañana que se levantó con resaca y se metió una goma en la boca y, al largar el agua, por la fuerza que comprimía dentro de la goma, el manguera se ahogó, llegó a tomarse cien litros de agua sin querer porque se le había atorado la goma en la tráquea y no se la podían sacar. El primer bombero ahogado por su manguera en situación de calle fue homenajeado por el intendente que se subió al carro a dar un discurso atonal para el pueblo que se reunió en la Plaza Mayor. Si bien el discurso era aburridísimo hasta el bostezo de los propios familiares y amigos, hubo una parte del mismo, que dejó helados a los participantes cuando dijo: " a los bomberos se los despide con fuego y 55 cañonazos, luego llegarán las viandas con el protocolo y de ahí cortamos las cintas para que las sedas se desvanezcan y dejen a cielo abierto la pelambre de nuestro querido manguera, quien dio la vida por todos nosotros como Jesús en la cruz en la película de Stephen King, donde Jesús se queda encerrado en una cabaña con una groupie y lo invita a practicarle sexo oral. "Total, ya estás en el horno Jesús, y bastante turrito fuiste con la feligresía, no te hagas el santo", le dijo la groupi.

Y prosiguió, bullyniándolo:

-: "Vení, personal yésus, chupámela toda con esa barba carmel, sacáte el sudario viejo, ponéte en pelotas y bailemos un minué". El intendente estaba bastante borracho porque venía de la Vieja Esquina de chupar con el viejo merquero de la daga en la malla, (y cuando entras en la Vieja Esquina) ... difícil salgas sano y salvo. Digo por los duelos de cuchillos los domingos a la hora del vermú. Bueno, el intendente subido al carro y en pedo decía esas cosas y la gente respetaba, no como antes, que no se respetaba a nadie cuando se subía a un carro de bomberos en tiempos de la Taifa árabe castellana.

En un abrir y cerrar de ojos, los prófugos dejaron el picnic, caminaron como promesantes hasta la Plaza Mayor y se unieron a la manada desconcertada a comer viandas chascas. La estatua del manguera tenía 12 kilómetros de altura y pesaba 25 toneladas. Se la encargaron a un changarín de la Cuesta de los Terneros donde dicen salen los mejores escultores de la zona y son bien valorados por su pueblo al punto de ser considerados santos, a los cuales no se los podía tocar ni con una caña. Solo por encargo -tranquera mediante- se les pedía el trabajo. Mocosos los changarines por la fafafa hacían esculturas en menos que cante un gallo y el pueblo se destacaba entre los pajonales por esas híper estatuas, monumentos de ruinas intervenidas y vandalizadas por la resaca y el bajón de la fafafa. Algunos se ponían recios y duros, contestaban mal y querían pelear, se ponían como un veneno los tipos, pero no se les podía cuestionar sus actitudes porque eran como santos, como dije. Santos de la merca. Manguera fue uno de ellos, no por las esculturas precisamente. A manguera lo querían porque una vez les apagó un incendio de una escultura gigante de un inmigrante alemán con un salame en la mano como si fuera un bastón de represión de fuerzas especiales. Se lo respetaba a manguerita, como le llamaba -cariñosamente- el anciano del directorio de las esculturas. "Pobre manguera", decía por lo bajo el anciano Otto con bigotito jitler. "Pobre, yo no lo hubiera dejado que se meta la goma. En fin, ya se nos murió el boludo. Por boludo le pasó, qué tanto discurso del intendente...".

El circo de los prófugos solo se dedicó a observar a la peonada que ya no quería escuchar más al intendente borracho arriba del carro de bomberos. Carlitos, el "me entendeus" de la zona guacha, pensaba y rumiaba cositas locas para hacer y cagar definitivamente la jornada. Se lo veía caminar en círculos fumando sus puchitos babosos. Hasta que con los ojos saltones dijo "¡la tengo, la tengo, es buenísima la idea! Prendamos la carreta más vieja y destartalada, la empujamos cuesta abajo llameando y cuando llegue al carro, se la pone toda de frente, el fuego se va a agrandar, de eso no tengo dudas, ¿me entendeus? Además, nos vamos de acá, que es un embole, si solo paramos para un picnic y nos tenemos que morfar este bardo del que no tenemos nada que ver... ¿les parece? ¿Me entendeus o no me entendeus? Todos los prófugos lo miraron y no le dijeron ni que sí ni que no. Señal que estaba todo bien según la interpretación de Carlitos. Nadie hizo nada. Carlitos se ocupó de todo y la carreta destartalada viajó prendida fuego como un cardo ruso en viento zonda hacia el carro de los bomberos. Cuando chocó, el intendente estaba siendo atendido por unas enfermeras haciéndole RPG y AJF, porque antes le habían hecho RKZ y no funcionó. Le baldearon la cara y revivió del pedo que tenía. "¡Manguera, manguera!", gritaba el intendente, mientras le inoculaban una sonda con vino sodeado por un agujero de la garganta. En fin, un obstáculo superado en el camino al desierto tártaro. Destino cernido por el astral.

Marcelo Padilla