Crónicas del subsuelo: La santita doméstica

Crónicas del subsuelo: La santita doméstica

Por:Marcelo Padilla

A Carlota Echague le fue bastante bien con el diablo en las Cataratas. Venían de un proceso invisible, no querían darse cuenta, mucho menos reconocerlo, pero la verdad es que estos dos tortolitos se estaban enamorando en serio. Sí, el Dr. Mascatone (el diablo) y la Señora Carlota Echague, los que salieron casados del nosocomio aquel mediodía y terminaron sacándose fotos en el cementerio, muy posando de novios con las lápidas de fondo, las nubes negras como petróleo, las hechuras de sus vestimentas, el sol amenazado que asomaba cada tanto, el frío... debajo de la piel. Los dos se hicieron evangelistas en el nosocomio y se fueron a Las Cataratas, luna de miel, cositas prohibidas para la estimulación, cerveza, vino, casasha, whisky. En bolichones hechos en los árboles que para llegar había que cruzar dos playas caminando, zigzagueando unas rocas altas, de noche, descalzos, de la mano, arrastrando las capas, en fin. Se lo veía enamorado al Dr. Mascatone, a ella también, porque Carlota, además, no tenía más que al diablo en su nueva vida, quien la pudo sacar del nosocomio, y eso, ya, es para enamorarse. Mire vea. -: "Las cosas que le habrán pasado a Doña Carlota en el nosocomio. No quiero imaginar. Ella tan así, tan tan así, entre leprosos y borrachos, todos linyeras... ay pobre Doña Carlota", parloteaba la esclava doméstica, tomando unos mates mientras declaraba en la oficinita de la policía de Malasya. Asustada, sudada, tiritando del miedo de vaya a saber por qué diablos. La dejaron hablar, a la esclava doméstica la dejaron hablar una hora y media sin parar, como para que se le pase el cagazo; sin embargo, ella, no sabía lo que le esperaría luego, cuando se le acabó el discurso. En Las Cataratas la pasaron bomba, mire vea. Se alojaron en un Cementerio-Hostel muy bien equipado. Había de todo: desde naranjas, que las cortaban de ahí mismo, porque tenían cítricos a rolete, a entrañitas, achuras, bofe, mollejitas crudas. ¡Qué no había para degustar! mire vea. La Señora Carlota se sentía una princesa desde que se casó con el Dr., y éste, le daba todos los gustos, total, el Dr. era de hacerse el pillo con más de una de las internadas. Pero esta vez, créanmelo, el tipo de enamoró de posta. Y era el diablo. No le quedaba otra que escapar de su función para seguir con Carlota. Tenía los días contados, porque si lo agarraban los demonios que andaban controlando por la zona de la plaza y las callecitas circulares aledañas, lo convertían en fiambre. Andaban con bufosos largos y cuchillos. Mataban en serio.

-Amor, ¿un tecito o un vodka?, ofrece, muy relajado, el Dr. a la señora. Se habían levantado y estaban en el comedor de la cocina del iglú, la noche anterior habían ido a una buat que está arriba de un árbol, hermosa la buat mire vea, hecha con palos y maderas. Pero con una base de la ostia. Allí bailaron, se besaron, tomaron mucho, se drogaron en la playa, se metieron al rio, volvieron, se dijeron al mismo tiempo "me quiero ir a vivir contigo", y se durmieron del pedo que traían. Así de enamorados mire vea.

-"Un vodka cariño", respondía Doña Carlota. Estaba en su salsa. Mirando las lenguas de agua, lenguas de pulpos que salían de las rocas y de los innúmeros matorrales bajo el río, de todos lados salían lenguas, algunas llegaron a lamerla, Carlota se excitaba con eso y abría las piernas, se corría la bombacha y dejaba fluir. Se corría. Horas y horas se corría. -: Carlota, ay carlota, has dejado en mí un corazón destrozado-, rezaba, la esclava doméstica, que era amante de Doña Carlota, o mejor su esclava sumisa doméstica. Una perra la vieja Carlota. "Pero... quién la internó", preguntó la policía de amarillo con un casco de astronauta, parece que así interrogan en la Malasya electrónica, justo ahora vienen las novedades tecnológicas cuando todo se derrumba, cuando todo es un lamento, en las calles se ve a los malasyanos deprimidos, arrastran los pies y las manos, la mayoría, llora. Llora por las calles con desconsuelo, pero solos, nada de andar abrazado a nadie, solos, en la dignidad de no mostrar la hilacha como pueblo, como ciudadanos, solos llorando en las paradas de colectivos, en los boliches a la noche por más música electrónica pusieran, solos, y llorando.

Lo de las lenguas de los pulpos era por las tardes. Carlota Echague se echaba en una hamaca paraguaya, se dejaba estar al sol o a las nubes, leía, un libro muy particular también ella. Era el libro de los muertos. El necronomicrón. No se privaba de nada la bella sedienta, era como una difunta correa por las noches, sin el niño, pero del pedo que tenía no por santa ni mucho menos, era una buena lujuriosa eso sí, porque las santas viste como son, una vez beatificadas no dan más bola. Parece que es la orden del santo padre, que se callen los santos o santificar a los que hablaron demasiado. Bueno, eso es lo que le pasó a la esclava sumisa doméstica de la señora carlota. Hablo tanto en la oficinita de la policía de Malasya, que entre los canas se miraron y dijeron listeylor, la hacemos santa y no habla más, entonces se llenó la cantimplera de las calles con sus estampas. La santita domestica le decían, daba pena como dan pena todas las santitas, algunos en sitios alejados de Malasya, más en el sur digamos, en la frontero con Esquimalia, dicen que la han visto llorar. Y se juntan de a miles de miles haciendo fila para verla, mire vea. A la santita. Nuestra santita de los milagros, esclavita doméstica de nuestros laureados patrones, ten piedad de nosotros los domésticos, pido por la salud de mi tío Horacio que espera un pulmón nuevo, que todavía no le llega de Linternaia, pido para que lo manden en un submarino atómico y llegue mañana por la mañana, esas cosas, le pedían, a la santita doméstica. Mire vea.

Marcelo Padilla