Crónicas del subsuelo: La gran noche de Lito

Crónicas del subsuelo: La gran noche de Lito

Por:Marcelo Padilla

 Al caer la tarde sobre la población, se formó un hongo cónico en el cielo. Cada uno de los parroquianos huyó a su casa. Él estaba en una posadera tomando tragos recios, apostando fuerte, con toda la esperanza en su bicho. Pasado por el polvo rosado, bien peinado, el licor subió por su cabeza roja de fuego. Miró un mapa y puso su dedo índice en el lugar donde debería ir por la noche. No obstante, debía esperar la última jugada. El Stud había contorneado al bicho. Le hicieron tomar esas pócimas hechiceras para que cumpla. El jinete ganó con su cabeza y el caballo doblegó al jinete trenzando su cuello, ahorcado luego, para dejarlo tirado al éxito. La noche fue ejemplar. Las cosas que pasarían luego serían otras, tan parecidas a las tragedias soñadas donde uno no puede tocar lo que quiere tocar, ni tampoco correr cuando uno quiere correr.

Nadie despertó. En el sueño se jugó la vida, y ganó su corcel.

El caballo, cortado a la altura del cogote, chorreaba una sangre morcillosa. Pero vivía. Lito en el Stud tiene cargamento pesado para volar a toda la ciudad. De cualquier manera, luego de tomar dos botellas de whisky, adelgazó sus carnes y tambaleó durante la jornada. Patinan ahora los caballos en las acequias viejas comidas por el barro. Luego el lodo en la cara, la ceguera de las trompadas al aire sin que saliera nadie de la taquilla. En fin, ganó el jugador.

De ahí en más, todo, sería una alegoría de Ouroboros, devorandose a sí mismo Lito, de fiesta en fiesta, en una noche sola. La tráquea vigilaba la escena sin moverse. Desde el Stud, alguien daba órdenes por teléfono. Optó por la ligereza de los remises y salió incrustado al paragolpe, hacia el punto del mapa que Lito había señalado con su dedo. Es de advertir: tenía cuatro, pero ahora que ganó tiene seis dedos. Hecho que impulsa a Lito a pavonearse con sus extremidades por el bar donde terminó cayendo.

El bar estaba atestado de cabezas ovulando, boca abajo sus gargajos. Algunos abortaron allí, otros en el baño. La barra era una sombra para las luces cercanas. La novia y el novio cayeron por los balazos de la obra de teatro. Anunciarse así, en otras formas de manifestar, en ese territorio de indios. Sus blasones como pinches, embrionarios sus mofes. Hubo calma chica durante una eternidad. La misma se agotó de vieja. El portón calmó sus piedras. Cayó luego de las patadas: una, dos, tres, abajo.... abrieron las puertas grandes.

Él, invitaba a cada uno de los presentes, copas de vicio por el triunfo. Bailaron dos parejitas destruidas por el alcohol. Tomaron polvos rosados en la ecuánime madera que soporta los codos. En el goce, dos carros se aproximan a todo lo que da. Viene el tren de Ostrimancia. Es el sitio. Va cayendo gente al baile. Las máscaras predominan. Uno mira de costado por la hilera de cabezas. Mirada Gaucha buscando pleito, dicen, que le nombran. La música no era. La comida no era. Tampoco era la mujer de nadie. Mirada Gaucha se afincó en otra vista. La otra mirada lo busca. Los ojos se mantuvieron hirviendo. Uno sacó filo de su gabán, el otro sacó la corcha del desván del bar. Sobre el dintel, esperaba una cabeza sola. Salió humo de un ojo y sangre del otro. Sangre de toros de Numancia, ex combatientes de las guerras gauchas por el odio al indio. Sin embargo, en medio de ese berenjenal, Lito (el ganador de la noche) ofrece copas a todos los paisanos presentes, por el triunfo. Su caballo, Thot, había cruzado la recta final. Él le contaba a cada uno sus pesares: porque cuando murió mamá, porque cuando murió papá, porque cuando murió hermano. Y así.

Las gaitas sonaban fuerte a las 3 de la madrugada. Lito tambalea en el bar, sobre el piso de cemento calcáreo resbala Lito, pero... no cae. Lleva en su mano derecha una copa gorda y redonda, transparente, llena de vicio. Lito toma, Lito bebe. Dos, tres, cuatro copas más de un saque. Bullía de felicidad galopante. Surcaban su cara dos ríos de lágrimas, reía el Bufón de Rey caído por el triunfo repentino. Y dice: Se gana y se convida, se gana y se farrea. La farra vence a la farsa.

La hecatombe se produce, finalmente. SusyBar repele a las chinitas de hamburguesas. No del todo, cruza Medio Cuerpo el portón de chapa. Medio Cuerpo agita, grita Medio Cuerpo entumecido por los golpes. No hay taquería abierta, se sabe. La tierra y la noche no son de nadie. Medio Cuerpo escapa por los árboles que enredan al galpón. Por dentro, el ojo de un perro tuerto vela por el sueño. Vigila. Los perros vigilan. Los gatos agitan. No hay huesos. Tan solo unos pedazos duros y secos de una vieja pizza fría que ha dejado sangre por los pastos en la puerta.

En la esquina, los fantasmas siguen a las trompadas. Caen en la acequia de lodo, respiran el barro líquido. Expulsan el virus que ya ha contaminado a toda la especie de ese pueblo... Pero Lito, quiere fiesta por embocar su cuatrifesta. "Un montón, tenemos un montón", le dijo Lito, al del bar.

La gata con cola de mujer rodea las mesas. La cola es peluda y gorda, tibia, envolvente hasta el mareo. Con olor a mareo. Sube a las sillas y luego a las mesas. Los comensales...comen sales. Toman bebidas que luego no recordarán. El sol no es de esta Taifa y la noche es voluntad del día. La franja del río asume su tempestad y arrasa contra la comarca más desprotegida. Por el río bajan: niños y niñas de toda condición, toda discapacidad, y todo resentimiento. Ahogan sus gritos por el hambre que la noche quita. Los polvos, las tomas por el cuello para hincarle los dientes en la nuca, las copas de Lito que deambulan en las manos de desconocidos.

Susybar con su cola de mujer hace toser a Lito. Y con la tos, llena de gargajos a Mirada Gaucha. Se tensa el ambiente como nunca en toda la noche. Hecha costra en la población refugiada, "balas por aquí, balas por allá", dice el mago contratado sacando un conejo calibre 38 de la galera. Dispara con el conejo a la hilera de la barra, donde está justamente Mirada Gaucha fingiendo quietud.

Lito baila sobre la barra una canción entristecida por la grapa pendenciera. Salta con las manos ocupadas. Cae con sus manos ocupadas. No se rompe. No se trenza. Es el ganador de la noche sin capa. A cualquier precio sobrevuela hecho dron borracho por la majadera. Hay gente que lo mira, hay gente que lo aguaita. Pero hay miradas que lo acechan. Es una hilera de lobos negros y duros que lo esperan con cuchillos de faena. La barra tiene marcas. La madera se talla por la bronca. El alcohol fumiga toda vocación y alienta, en la superficie, toda la mierda encapsulada. "Está todo tan bien, que nos falta una pelea", dice Lito, baboso por la espalda, a las oídas raras del montón.