Crónicas del subsuelo: La fauna del infierno

Crónicas del subsuelo: La fauna del infierno

Por:Marcelo Padilla

Más diverso que este nuevo mundo no hay, no vienen los mundos así. Al parecer, las teorías salvajes y las filosofías libertarias han ganado terreno en el parco diseño de la espera de un apocalipsis o un juicio final en un purgatorio institucional avalado por los ministerios de salud, deportes y acción social. Occidentales, islas occidentales autoflagelantes y autofágicas. Ínsulas donde se han comido a sus propios miembros y los restos que dejan por ahí... comida de cuervos. Allí va uno ¡mirá! uno con el pico ensartando un ojo. Un ojo vivo que ve y observa en el vuelo del pájaro. Es un dron de pájaro que ni el pájaro sabe siquiera, pero es un dron con fecha de vencimiento. Tal vez sea una competencia recompensatoria frente a la tecnología que vive más que un pájaro o una persona.

El ojo va ensartado en el pico y ve espantado el sacrificio permanente, la culpa luego del sacrificio, -porque en las tierras occidentales hay culpa por todo mire usted-. El ojo vuela con el pájaro, observa y sin párpado quiere cerrarlo pero no puede, condenado a mirar el terror, un ojo representante designado por la Comisión de Aves Dañinas para florear en la mañana apenas brote. El ojo diverso de un hombre angurriento que con un solo ojo se las sabía todas... ¿y miren dónde está ahora? en una brocheta por el aire, sostenido por un pico de ave. Sangrando. Y por lo que ve... de nada sirve un ojo, pues mire usted, déjelo ahí en la calle que se le ha caído al pájaro el ojo... ¿y si vuelve a buscarlo y no está?

Padecíamos en su placer la competente caída de la tarde. Los muebles traqueteaban como si un sismo permanente se hubiera naturalizado en la ciudad. Las costumbres fueron cambiando mire usted. Desde el año pasado veo a los pájaros con los picos llevando ojos en lo alto. Primero pensé que eran pedazos de pan que tira la gente por las ventanas pero después, mientras se acercaban a la ventana pude verlos, sí, a los ojos, que venían contra mi ventanal, bien abiertos y ensangrentados. Como aquellos pájaros en el piedemonte que se estrellaban contra mi ventana que por fuera era espejada y los pájaros creían que la ruta aérea continuaba. En aquella oportunidad -porque fue realmente una verdadera oportunidad tener una mirada hacia afuera para ver cómo me apuntaban-, los pájaros chocaban ciegos contra el vidrio. Parecían piedrazos de guachos jugando a los cascotazos de barro. Pero no, eran los pájaros que se estampaban, y al golpe de ¡Shut! caían resbalando por la sangre. Trabajo para los gatos, alimentos para los gatos. Pero eso ocurría allá en las polleras del diablo donde los bosques de chañares fueron incendiados.

La última parada de los "hombres secos" que pululaban por la noche en los ríos sin agua. Una generación de empiristas en busca de almas perdidas en las aberturas de la tierra luego de los vendavales. Las lluvias dejaban los caminos irregulares con las piedras enormes dispersas e inamovibles para la fuerza humana. Es la fuerza del agua de las nubes entonces. Repito, ocurría allá en los vastos campos de cactus que florecen en enero y duran un solo día abiertos en flor: naranjas, azules, amarillos, blancos. Cactus florecidos de todos los colores que de un día para otro pueden albergar una paleta de posibilidades en su monocromática vida, hasta que un día es un día, como la floración del Desierto de Atacama. Desierto con desierto. Atacame. -"El desierto de Atacame"-, le dije al hombre que arregla los baches por las bombas en el pavimento. -Ahhh, dijo el tipo. Es Atacame-.

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Cuadro: desde una ventana del piso 9 tiran restos de choclo, y trozos de corontas para collar de perros con rabia, perros mocosos que se curaban así con collares de corontas de choclo para la sopa. Y ahí van los perros con sus alhajas y ojeras caídas, reposándose en alguna piedra al sol. ¡Los remedios que habrán probado los perros! Encima ni de palomas se nutren porque juegan con ellas hasta hincarles un colmillo y chau. Las palomas epilépticas tiritan en el suelo y en un abrir y cerrar de ojos voladores transmuta la oscuridad para los pájaros. ¿Pero no ven que se están comiendo a las gallinas y a los patos, matan a los conejos? ¿No ven que a la cabra la han dejado correteando atada a un aguaribay dando vueltas como en una calesita y ha terminado por autoahorcarse?

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La legión de cavadores de túneles está conformada por unos bichitos tipo ratas gordas, cuyis le dicen por la zona. Hay una ciudad enterrada abajo mire. Son las catacumbas de los bichos que de golpe parecen animalitos domésticos hasta ese día que el niño quiso atrapar a uno. ¡Ay ese día! El niño se fue metiendo en uno de los agujeritos y primero metió la mano, después el hombro, cuando se abrió metió su cabecita y se lo tragó la tierra. Como al gallo blanco que se cruzó al vecino y se lo tragó el agua de la pileta y a la mañana siguiente apareció ahogado. Sí, sí, sí, sí... ahogado. Me lo entregó el vecino agarrándolo de las patas cabeza abajo y con un ojo a medio abrir. ¡El ojo! Pero... ¿no es el ojo del gallo blanco que anda por ahí en los cielos volando ensartado en los picos de los cuervos cerca de la casa de gobierno? ¿O son los ojos de hombres y mujeres, de gallos y cabras, ojos de cuyis, ojos que vuelan ensartados, y yo creyendo que eran solo de un hombre condenado a verlo todo?

Condenado a verlo todo. Cuando estás condenado a verlo todo nadie financia tu deseo. Se confunde con el pánico y el deseo se achica como un enanito colgado riéndose en un arbolito de navidark. Eso debe ser. O no. Puede que esté equivocado a esta altura de los acontecimientos vista. El abogado que no hizo de abogado sino más bien de rescatista, o el médico a domicilio que llegó a las 3 de la madrugada con los pollos chiquitos hijos de las gallinas despanzurradas por los perros. Pero es que ya no se entiende y en este monologar de vigilia me despierto y todo es blanco, como en un cuento para niños y niñas abocados al terror y al esperpento. Tirar de cuatro bicicletas con soguitas las cuatro patas del gatito y salir al grito de ¡Ahora!..... ¡Track! Se cortó el gatito en cuatro. Los pendejos de mierda han hecho eso y uno, creo que fue el guillermito de la esquina se ha ido llorando a su casa a contarle a sus padres. Porque tiene dos padres y una madre. Un padre en la mañana y un padre en la tarde. Porque los padres no bastan y dos no hacen uno. Por eso madre hay una sola, como dice el refrán. Una sola madre. Los padres pasan, los niños quedan. Los animalitos se entierran y las cabras se ahorcan.