Crónicas del subsuelo: ¡Glup!

Crónicas del subsuelo: ¡Glup!

Por:Marcelo Padilla

Conversaciones reales cuestión de poner atención en la vista y la escucha, deliberes cotidianos y algunas metafísicas producto del flaneur mental de los comensales. Si te apartabas del foco de atención de las charlas y muteabas eran solo movimientos iguales a los que se producen al momento de llevarse el tenedor a la boca y masticar: pinchar con el tenedor, cortar con el cuchillo y ¡Glup! a la boca. En los platos no había nada. Literal, vacíos. Y las acciones motrices de engullimiento en normalidad pero sin bocado de trozo, es decir, las conversaciones reales, y el acto y prácticas de la comida y engullimiento, imaginarios. Para que se entienda. Éramos cuatro y una chiquilla que revoloteaba por ahí y se acercaba a la mesa a robar unas papitas secas. La niña iba y venía jugando como cualquier niña que de la tele a la pieza de los juguetes se desplazaba hasta la mesa a buscar algo para picar y de la sed por la sal pedía agua. Los que estábamos en la cena le servíamos como si nada pero en la botella no había agua ni las papas que tomaba con sus manos existían siquiera. Igual las charlas seguían en una transmutación de escena de bajo calibre con toques a lo Dogville, esa de Lars Von Trier donde a la circunstancia la dominan actores sobre un escenario cartografiado con líneas blancas pintadas en el piso de madera donde el espectador podía ver lo que sucedía dentro de los encajes dibujados. Cuadrículas que supuestamente situaban a los personajes en una trama que ya el espectador de antemano estaba viendo, pero los personajes no. Bueno... algo así. La diferencia en este caso se constituyó en la cena que se desarrollaba en un solo sitio sin cartografías, sin mapa escrito ni dibujado. Las conversaciones todo bien, lo extraño fue la inexistencia de lo que comíamos.

-Che, a todo esto, ¿Qué tal las costeletas y la ensalada? ¡No han dicho nada! Parece que había hambre ¿no? -dice la Maca masticando lo que debiera ser un pedazo de pan para acompañar el trozo de carne de la costeleta.

- ¡Sí! exquisita, comenta Juli. -¡Bien por la cocinera! ¡Brindemos queridos amigos!- refuerza el pibe levantando una copa imaginaria de vino tinto malbec que trajo del negocio de la esquina, una vinería de barrio que tiene una buena gama de vinos locales y damajuanas pasables, por la Coronel Zevallos.

- ¡Salud por la salud de los que no pudieron venir, salud por la salud de los que no vendrán porque no pueden!-, reforzó en el brindis, eufórico.

Las copas chocaron en lo alto hasta el límite de una espiración, vacías, sin aire siquiera entremedio de risas y músicas que no sonaban pero que parecía que sí sonaban por los movimientos de la Maca que se contoneaba al ritmo de una cumbia trapera en la silla moviendo el culo y la cintura.

Maca, Juli, Feri y yo. Y la nena que daba vueltas por la casa, como decía, yendo y viniendo a la mesa a cazar papitas. Nos sentíamos bien, Maca se había esmerado con la cena y al parecer las costeletas con puré de papas y ensaladas variadas sabían más que bien, a punto de cocción y con gran calibre para cada uno de los alimentos. El vino sabía a nada pero por lo que decía Juli al brindar, elogiando el vino que él mismo trajo, la situación simulaba un buen momento. Yo no sentía nada, el gusto de la supuesta comida que si bien no estaba en el plato ni en las ensaladeras yo cortaba con los cubiertos y hacia como sí. En realidad todos los que estábamos allí hacíamos como sí. Hasta que llegó el gordo, tarde, después de la comida y con una botella de whisky de verdad, que se veía de verdad.

-Hola gordoooo, bienvenido a casa ¡Pensábamos que no vendrías!- le dice Maca agasajándolo con una copita de Jerez de la Frontera mientras se sentaba en la poltrona.

- ¡Pero qué exquisitez éste Jerez amiga! ¡Ay! no saben el tránsito que tuve que sortear para llegar hasta acá, estaba subido a una movida amigos, y venía demorado, pero ese tránsito, ajjj, insoportable la ciudad. Por fin llegué y pude estacionar a tres cuadras, pero bueno, aquí estoy, gracias por el recibimiento-, decía el gordo como un actor que ensayaba a la perfección un libreto de memoria donde él era el personaje principal de la obra. No la comida, él.

El gordo es un loco de la guerra del golfo que vive solo y es un delirante que siempre -pero siempre- llega tarde a todos lados con mil excusas que tiene en mente, preparadas para cada ocasión. Ha matado a abuelas y tíos y tías, algún que otro amigo y amiga y desconocidos que atañían bien para el drama. Pero como se lo quiere y se lo conoce ¡Qué le vamos a decir al gordo ya a esta altura! Si encima nos puso contentos con su visita y nos hizo cagar de risa con sus ocurrencias nazis y comunistas. Sí, porque siempre lo decía, "soy nazi, soy comunista, y además puto". Y ahí entraba toooodo lo que se considera el arco ideológico de punta a punta. Buen tipo el gordo. Eficaz en sus argumentos y mentiras piadosas. Solitario, buen ciudadano y sociable cuando se entreveraba con la gente. Con los tragos se ponía picante, y si le metía porro más, porque se subía a motos incansables dando oratorias proféticas de apocalipsis citando a ángeles y astrólogos ancestrales. Un Lugones al reverso que de comunista se hizo nazi pero asumiendo la contradicción, incorporando al demonio sin expulsarlo, haciendo convivir el orden y el caos de dos extremos aparentes que solo él podía sostener a fuerza de ironía y argumentos lógicos en una Era donde la democracia elástica permite las proliferaciones de mantras endogámicos tipo burbujas de pensamientos cofrádicos. Era de hacer yoga solo en su casa mirando tutoriales porque al gimnasio nunca quiso ir y él sostenía que, con yoga y mariguana, podía lograr cierta paz, algo de relajación de los músculos y activación de la sangre. El gordo, así, estaba bien, más allá de la diabetes y sus recurrentes problemas respiratorios que paliaba con una maquinita especial que llevaba a todos lados: un tubo para darse oxígeno, a lo Sandro.

Pero era el gordo che, nuestro amigo atormentado.

-Pulir Maca, tenés que pulir las ollas, mirá como están, parece de una villa de emergencia la cocina-, largó el gordo al panear la casa de un vistazo.

Maca lo miró y no le dijo nada, no le cayó bien el comentario del gordo que ya estaba medio loquito con los vasos de malbec. El único que tomaba en vaso porque los demás teníamos copas y no había más que cuatro.

Maca cambió de tema con un nada que ver: ¿Vieron el eclipse de luna?

Nadie dijo ni mu.

Afuera llovía. Entrado abril el verano pasó a un recuerdo inveterado en las experiencias porque nadie pudo salir de sus casas, algún que otro encuentro en una plaza al aire libre de humo y colillas de cigarrillos que juntaban jóvenes que hacían plogging. Una moda seudo eco deportiva que sirve para las fotos que barnizan gestiones municipales.

El gordo:

-¡Juntacolillas del orto mirá si van a juntar todas las colillas de los puchos que me fumo!-.

Se había picado el gordo y le pegaba mal el whisky con la mezcla de tinto y Jerez que había chupado, más el porro que prendió y se lo fumó solo. Si bien era imaginario lo que tomábamos, menos el whisky, el gordo ya estaba en pedo y los demás también lo estábamos porque el acto del rito por lo general sostiene al mito, que es abstracto, y, en la repetición, está la verdad de la fantasía. La repetición de un acto práctico en secuencia de tiempo crea una visión del mundo, como hincarse a rezar. De hacerlo tanto se termina creyendo. Asique la verdad... comimos bien, y no hubo discusiones altaneras como otras noches donde Feri insistía ser queer, ponerse tetas postizas y vestirse de mina. Todos le decíamos que sí, lo alentábamos, hasta la Maca lo vistió una vez con su ropa interior: un body y unas calzas, y le pintó los labios aquella noche de juerga. El Feri quería que se la pusieran a toda costa y no asumía ese deseo, pero iba paso a paso. Como todos lo que se atragantan con el discurso y las acciones de posteo. En verdad, esto era de verdad, como el whisky. Y todos en algún momento nos habíamos vestido de mujer. Una noche, Van, otra amiga de La banda del Colapso, se sacó el corpiño y nos invitó a hacer unas fotos en cueros. En realidad en tetas y cueros. Nos pusimos ropas y sombreros y unos camufles andinos que nos tapaban la cara onda luchadores mexicanos pero andinos porque Maca los había traído de un viaje por el Machu Pichu. "Machu", "Pichu", "macho pichula", repetía yonquizada la Maca cuando le daba rienda suelta a la palanca. Pero esos desbordes ocurrieron en otros tiempos. Ahora no, todo más cuidadoso, más teórico y más budista por decirlo de alguna manera, para que se entienda. En fin, no era una orgía como podrán apreciar, simplemente un jueguito trans-queer que tenía sustento teórico e ideológico por las conversaciones y depatiurs de teorías que iban de Paul B. Preciado a Donna Haraway. Era un plan pandémico fotográfico en realidad, a lo Buñuel, por momentos casi casi como en El Ángel Exterminador pero en una casa común de un barrio de Mendoza. Argentina. La que quiere ser Holanda y a veces Noruega. La repetición de un acto práctico. La construcción de un relato en base a señaléticas copiadas de aquellos lugares adaptadas a una región con pasado Huarpe e Inca. Una sobrecolonización cultural después de la española originaria.

La mesa quedó servida con platos, vasos y cubiertos. Ensaladeras y botellas vacías. Ni una miga de pan, ni un rastro de alimentos. Al parecer, si alguien entrara a la escena podría pensar "¡Se comieron todo!". Que no quedó nada y que además constituyó un acto de agradecimiento por la exquisita cena que preparó Maca. Pasamos al living y el gordo se desmayó en el sillón grande. Maca le sacó los zapatos para aliviarle. Feri practicó su especialidad: respiración boca a boca. Juli le puso un pañito húmedo sobre la frente. Yo no lo podía creer verlo al gordo así. No sabíamos que le pasaba. Empezó a delirar con sus profecías que según él eran paraguayas. Dijo que pertenecía a una cofra paraguaya profética que seguían a los flagelantes de Rasputín. ¿Un delirio más del gordo? De golpe se paró, dijo sentirse mejor y fue hasta el perchero donde dejó su saco largo, sacó un arma y nos apuntó a todos.

-Es de juguete-, dijo. -Como la comida que dicen que comieron, con balas imaginarias como las costeletas que dicen que comieron-.

Feri le preguntó si se había desmayado de verdad o había sido una farsa. Que le había dado respiración en la boca. Que no sea gil y que diga qué onda. El gordo le dijo que su beso es lo que esperaba, hace años, y que la única manera de sentirlo era desmayándose y dejar que los deseos inconscientes fluyeran para rescatarlo.

-Sos un príncipe Feri-, le dijo el gordo.