Crónicas del subsuelo: Fantasmales fines del mundo

Crónicas del subsuelo: Fantasmales fines del mundo

Por:Marcelo Padilla

 Las fechas y los calendarios fijan, establecen una Línea de Tiempo que admiten la habilitación para la instauración de "cierto orden" cronometrado, tangible si echamos un vistazo a qué día es y en qué año estamos. Por lo cual, decir: "estamos en el siglo XXI", va de Perogrullo. Si el siglo XX se caracterizó por grandes gestas y épicas que incluyeron revoluciones sociales y guerras a escala mundial, cracks financieros, crisis sociales y culturales, recomposición económica, refundación de nacionalidades por temor y protección de sus mercados, aparición de discursos, cosmogonías esotéricas y religiones de múltiples calibres, como así también metas inevitables de transformación de la sociedad a partir de las contradicciones fluctuantes -aunque frecuentes en el tiempo- del sistema capitalista; que hubieron de llegar a puntos culmines para volver a empezar en un nuevo orden semiótico que sostenga con broches de oro a las ideologías reproductivas de prácticas sociales que rediman al nuevo Re-Nacimiento del mismo Alien pero con otras malformaciones; éste siglo, el XXI -que según el calendario empezó el 1 de enero del dos mil-, hizo su aparición cruda y violenta con un nuevo crack, quiebre contingente e inesperado donde lo que se sabía como imperio tecnológico ya instalado y aceitado no era novedad y la tendencia creciente a la escandalosa brecha de desigualdad se pronunciaría al punto de encontrar un hueco en la aleatoriedad de un materialismo simbólico y contingente para su extinción. Es justamente en el año 2020 desde el cual podríamos aventurar se produce el Real Inicio de una nueva etapa para ¿reordenar en el mundo un nuevo conglomerado de prácticas fractales subjetivadas al punto de su máxima individualización, generando una creciente erosión en la empatía con la política y sus formas, sus representaciones y acciones colectivas de viejo cuño?

¿Qué hay de las nuevas formas de resistencia ignotas en las grandes ciudades que no se identifican con un nodo ideológico partidario y salen en masa a combatir en las calles cual película distópica a helicópteros militares encegueciendo a sus pilotos con lásers, boicots contra empresas que destruyen el medio ambiente, luchas antipartidarias disidentes enmascaradas en el murmullo resistente del anonimato individual convocadas desde una nueva forma de colectividad? No ya el año dos mil en seco, sino ¿el barrido de un siglo con todas sus formas de organización y representación y medios de comunicación tradicionales que nos acostumbraron a la habitualidad de las calles, las disputas cara a cara o a la aparición de movimientos cautivos bajo tierra que de cavar hacia arriba salieron en determinadas circunstancias a visibilizar con pregones sus idearios?

Culturalmente podríamos arriesgar lo siguiente: vivimos en La fantasía de lo real. Para dar un ejemplo nos remitimos al que utiliza con eficacia Slavoj Zizek en El sublime objeto de la ideología (1989) En el horizonte de la civilización un crucero lujoso creado para el disfrute habría de hundirse luego de chocar contra un iceberg. Fue anticipado por el escritor Morgan Robertson en una novela que fraguó en 1898. Robertson cargó su barco con gente rica y complaciente y después lo hizo naufragar una noche fría de abril contra un tempano de hielo. Catorce años después, una compañía naviera británica llamada White Star Line construyó un navío extrañamente parecido en sus aspectos técnicos al de la novela de Robertson llamado Titanic. El de la novela se llamó Titan. Con el naufragio se hundió una época que, más por su carácter simbólico que por las pérdidas materiales, cobró resplandor anunciando el fin de una Era de profundas desigualdades. Es decir, más que un acontecimiento militar o de movilización social emergente, es una novela anticipatoria la que crea el siglo XX con sus repercusiones en todos los planos de la vida. Del síntoma del trauma a la hecatombe de un régimen que pondría en discusión la fisonomía de las patas y la cabeza de un orden social voraz. Cadáver en autopsia en la morgue del sistema social y sanitario hecho trizas. El carácter de fantasía, menospreciado por la academia positiva en todas sus vertientes liberales progresistas o conservadoras viene a ponerse en el centro de la escena como un actor que ingresó por asalto a la obra. A una "presencialidad omnipresente" bajo condiciones pandémicas mundiales en las cuales nos sentimos atrapados en el propio mundo hecho a medida de un sujeto que parasita en su casa en un tremendo esfuerzo de adaptación a las nuevas percepciones del tiempo y la repetición en espacios reducidos (las grandes mayorías son Parásitos que se constituyen en foco de infección y contagio) Lo inhundible se hundió y el imaginario del miedo se hizo Real. Para simplificar, el hundimiento del Titanic en 1912 se transformó en un síntoma de la civilización, un trauma de la sociedad que vivió la experiencia de la fantasía hecha real. Es síntesis, la fantasía es lo real sobredeterminado por las condiciones aleatorias materiales que permiten la emergencia de los traumas.

Mundo colectivo y mundo subjetivo. Nunca antes esta fusión había cobrado una dimensión epocal de tamaña envergadura. Fusión entre fantasía y terror a la extinción. Relocalización de categorías espaciales y temporales. Sensación de detención del mundo hecha real. Del paréntesis sin fecha límite. Del estallido de la certeza. Quizá en las guerras mundiales o en las invasiones bárbaras a poblaciones de países con recursos naturales se percibió algo parecido, pero esta situación excede el concepto de guerra tradicional y hasta el concepto de guerra o lucha de clases en seco. No es que no se dé la lucha de clases al interior de las prácticas y los aparatos de estado, se realiza en ellos en permanente e invisible conflicto. Invisible por las tramas de redes de una urdimbre secuencial que ni el cine puede dar cuenta. Porque el cine, otro síntoma del siglo XX, también ha desaparecido como lenguaje, la televisión como soporte de transmisión y los diarios como vehículos de escritura informativa. Quedan los jirones de este nuevo hundimiento (la pandemia) anticipado ya en obras literarias que consideraron a la caída del muro como nuevo síntoma de hundimiento (en Invitación a la Masacre, 1965. Marcelo Fox, podemos advertir la agonía anticipatoria del fracaso emancipatorio) o la melancolía después de la caída (El traductor, 1998. Salvador Benesdra) Sin embargo el real hundimiento, el verdadero naufragio de lo real se produce recién en esta pandemia donde todo ha quedado suspendido, hasta la propia categoría del tiempo. Geolocalizando el síntoma y globalizando la experiencia hecatómbica. Todo ello fue ordenado y bien delimitado en el siglo anterior, desde los inicios del siglo hasta estos días transitados en pleno pavor y desesperación por el futuro que ya no es un bien de proyección. El futuro venia construyéndose en diferentes formatos fantasmales ideológicos que forjaban un orden que lo envolvía todo. Hoy, pandemia de por medio y en plena circulación de múltiples virus el futuro se tomó un tren sin destino cierto. Y, como el destino no cobra existencia más que en una profecía, pues... la nada.