Crónicas del subsuelo: Desopilante

Crónicas del subsuelo: Desopilante

Por:Marcelo Padilla

"Pena mulata que se desata bajo la bata de broderí"

Homero Manzi

El mundo sigue ardando. No explota. La vida no continúa. Se extingue. Grave circunstancia. Uno termina topándose con las típicas historias desopilantes de las personas y si bien uno ya ha conocido historias desopilantes, ahora se nos presentan particularmente distintas a las anteriores. Ahora, lo desopilante no es desopilante. Tampoco es su opuesto. Cuando fue desopilante nos asombramos. Ahora lo desopilante ha perdido terreno conceptual. Pero no real. Lo desopilante se desarrolló en el boludeo para afuera. La fantasía mental del pendejerío de las calles erigió en su entorno la imaginería de lo desopilante. Y de una historia de medio pelo es que uno se agarraba para agrandarla, de tal manera, hasta deformarla ¡de modo desopilante! Es más, de entradita te decían: -che, te cuento algo desopilante que me pasó ayer.

Pero ahora NO. ¡Desopilar! El desopilar está incorporado en la neurosis. El Profesor Neurus ya lo había anticipado. Con lo cual García Ferré en ese personaje con anteojos podría decirse lo profetizó. No tengo ganas de describir a los personajes de Hijitus. Estudien. Muevan el orto y lean, busquen e indaguen. Dan ganas de meterse en la historia de cada uno de esos monicacos, sí. Pero, no tengo las ganas de otras veces. Traigo este dibujo a colación nomás. Y a modo de ejemplo y por la coincidencia de la palabra Neurus, que viene de neurosis, es decir, viene alteradito. Malito. Con ganas de pergeñar el mal poniendo cara de pobrecito. Es por esto que traigo el ejemplo.

Y al otear por la ventana en lo hondo de la noche y sentir el crepitar de las hojas secas del otoño sobre la vereda, es la música la que ha tomado todo mi ambiente, como un cáncer en una metástasis. Y es ese jazz negro del mismísimo Misisipi al que suelo someterme con la abulia que me traen los recuerdos de los trenes. Esos densos olores de clima pegajoso. Trenes que vienen de un cuento anterior. Los trenes de La Gran Salina, entre otros.

¡Ay, qué bien la pasamos en el cuento anterior cuando viajamos en el tren! Y no quiero confundir a nadie aunque se trate aquí de confundir porque a la pruebas me remito, a lo que se ha escrito en otras oportunidades, le doy carácter de testimonio. A todas las confusiones a las que uno somete al otro, pues me entrego de pies y de manos. Y a las propias confusiones que uno trae por el malcriadismo de la especie, me les hinco y les agacho la cabeza.

Cuando el hombre empieza con los balances es señal que no cabalga como antes. Entonces, olvidamos al gran Quijote y nos identificamos más con el gordito Sancho. El segundón de la serie. Y las alas se te caen de pensarlo. Te vas apichonando al punto que agradecés el papel de segundón del de La mancha ¡Elegís ese papel! ¿Qué se habrá creído ese guía que en todo este tiempo viene dándome órdenes y enseñanzas como si yo fuera depósito y partener, y sentirse lo que se siente, o ha llegado a ser hoy lo que es por mí?

A veces pienso que lo que define al Quijote es la existencia de Sancho y no la pluma de Cervantes, ni su imaginación. Pero solo a veces. Porque otras veces pienso lo contrario. Y he llegado a no pensar sobre el tema hasta olvidarlo por completo. Son cosas que a uno se le pasan por la cabeza, y vuelven, pero no se sabe cuándo es que vuelven. Y no vayan a creer. Porque la gente es de creer cosas que se dicen de otras gentes. No vayan a creer que quiero con estos ejemplos decir algo por el estilo.

Ah... ¡Mirá lo que dice! Esto, quiere decir, que lo que dice, significa...

¡No!

Son cosas que a uno se le pasan por la cabeza. Es como en el campo. A uno en el campo se le pasan cosas por la cabeza. Pero se le pasan. Y en la ciudad las cosas viven anidando dentro de la cabeza a los cuervos, y los cuervos no se van más ¡En el campo las espinas! Se dijo alguna vez ¡Y en el centro de mi pecho la República Argentina! Decíamos de niños. Pero no ¡En el centro de mi pecho hay una araña que camina!

¿Acaso no se la pasan boludeando con el ser y el no ser, manga de parásitos? La educación que recibieron y la comida que les hicieron y les sirvieron en la mesa... ¡manga de parásitos! Ni siquiera levantaron los platos de la mesa, ¡Ah!... ¿y ahora usan custodia?

Van custodiados porque son unos cagones. ¿De la mamá a la custodia? ... ¡Quién custodia a quién! ¿Ni eso han pensado? Y resulta que es tu custodio el que se coge a tu señora esposa, mientras vos estás en la reunión con los muchachos del trabajo, mirando la planilla, estudiando el desempeño del personal con los muchachos de recursos humanos ¡Y el hijo en su panza lleva tu nombre y no el del custodio! No sé si se va entendiendo la historia. ¡Te la hicieron por abajo, transa! Ahora te custodian los cuernos de un antílope de vega. La cara que puso tu suegra cuando te vio por primera vez fue de asco e hizo un gesto con la jeta hacia un lado, y eso, lo dejaste pasar de largo

¿Acaso no te diste cuenta que fue una señal? ¿Acaso te creías que las cosas iban a andar bien por ese puto amor?

No.

¡Te fue para el ojete! Pero ahora vos estas con el niño criado, alzado a tus brazos en el supermercado, y te llama tu mujer, y te dice que se va a demorar en la peluquería. Y vos, entre las góndolas con el niño cagado encima tuyo. Con el olor a mierda en tu brazo derecho. A ver, ¡hacéle sonrisitas a las chicas y que vean lo salame que sos! Y cuidá al niño porque se te puede caer por una distracción, ¡pedazo de tarambana! porque si seguís así de imbécil se te va a caer, y por mirarle el culo a una pendeja se va a partir en dos la cabeza, y vas a tener que rajar al hospital con el niño ensangrentado, y solo, porque tu mujer está en la peluquería. Y se va a demorar por lo menos dos turnos en el telo. ¿Ves?, ¡sos un imbécil!

No te dieron el titulo de imbécil porque lo están imprimiendo, ¿no te diste cuenta que no hay retorno de la imbecilidad?, ¿que la imbecilidad ha hecho un gran desastre en tu cabeza? Pijón de barrio alto te creíste. Por atrás tuyo las mujeres se cuentan ¡tenés el pito chico! Como un maní. Y que con tu maní le hacés cosquillas a tu jermu hasta que se duerme. El que se la recontracoge bien cogida es tu custodio. Nabo, ¿resentido? Elogio el resentimiento. Me nutro de él. ¿No te das cuenta que no podes sentir dos veces lo mismo y no podes caminar y masticar chicle a la vez? Te tambalea la boina que te pones cada mañana para taparte los cuernos.

Eso es. Ahí va...

Caminé con la cabeza amainada a mi brazo derecho, miles y miles de kilómetros. Llevé a mi propia cabeza para no dejarla tirada y le fueran a roban sus pensamientos. Sabemos que ya nadie repara en una cabeza más que pa vaciarla. Cuando me la cortaron chorreó muchísima sangre. El verdugo se sació. Y se enlagunó el piso de la obra. Pero la obra debió de ser así con la sangre enlagunando la situación. Y nunca sabré si fueron dos o tres dientes que perdí en esa contienda, y tampoco, cómo siguió el entrevero casa adentro. La cabeza gobernó mis movimientos y es con esta mano izquierda con la que escribo y con la que sé escribir el nombre de la cabeza que me dicta, que puedo escribir los versos más lunfas esta noche.

Llegamos con mi cabeza a Tlaztián. Habíamos viajado en el tiempo a una comarca mexica. Arcaica. Allí nos atendieron dos indios en pelotas. Lo primero que hicieron fue ayudarme con la cabeza. Tenía los ojos cerrados, pero apenas la tocaron los dos indios la cabeza habló, y dijo: "mis ojos se cerraron". Los dos indios se miraron y salieron despavoridos. La cabeza abrió sus ojos y sumó. Con una voz gravosa, la frase "el mundo sigue ardando". Y no era la cabeza de Gardel. Era mi cabeza que como una musicana cantaba tangos. Y no estábamos en un bar del barrio de Montserrat. Estábamos en el México de Luis Miguel. Y todo se transformó en una locura. Calmé mi cuerpo con un mantra, y luego le acaricié el poco pelo que le quedaba. Quise besar mi frente y me di cuenta que no podía, entonces le acaricié con la mano izquierda el entrecejo. La cabeza se durmió como se duermen los gatos.

Ay, pero qué lindo viajamos en los trenes en el cuento anterior ¡Qué nostalgia me dan los cuentos anteriores! ¡Si pudiera volver a escribirlos! Dijo, la mano suelta, ingobernable sobre el papel. Y la página en blanco se puso turbia, y se contaminó. Estamos en Río Turbio en 1986, y yo no tengo nada que decir. Partido liquidado. Se acabó. La cabeza se vació porque se cansó.