Crónicas del subsuelo: Cita en el Palacio Mental

Crónicas del subsuelo: Cita en el Palacio Mental

Por:Marcelo Padilla

 En el insidioso párvulo que dimite en la hecatombe, un Sol Negro resplandece a la vera de las hiladas fulgurantes de neón, al ver al celaje sangrar su primera desfloración, han atardecido los parajes en el radio de la casona de los desperdicios. Acústica noche de hielo que al silbar evacúa los vapores y los chisques de botellas, que a la sombras le han ido en dejar, unas costumbres y modales más bien pecaminosos, con las llaves tintineando en la puerta, en el mínimo desliz sobrenatural de toda ilusión baladí, las llaves mecen su desgano del abrir en el cerrar. La vida de mirillas es un mundo mejor para ustedes, es el mundo que han deseado y querido por décadas, mientras, no por vociferar como estufas la denuncia, han ametrallado esa inocencia que todo niño atesora en la más absoluta de las ignorancias. Cabe en el cuerpo del muerto un hisopo de su tamaño, es un cuerpo hisopado ya, el que ausculta la nochecita que va quedando. Marche un santo pa esta vela y otro pa esta otra, así el cubo se hace sacro.

Sobre el ropaje del muerto: la condecoración por sus fracasos reincidentes, esa mirada en vida que daba ganas cegara en la madrugada, por si acaso abril en las majaderas de cuatro cuadras a la redonda con el olor a humedá por el aguacero sobre los pasillos de tierra, que por las chapas desploma resbalando. Pegadito al paredón de adobe, impulsados por el zumbido de los sacerdotes de la nueva moral, van los carruajes vino tinto por la calle principal a puro claqueo de pezuñas de caballos.

Zumban las oleadas de la ventisca en el odorama trascendental de la Taifa, amarrada por los pocos judíos y musulmanes que van quedando. Ha desaparecido el Alcázar con sus puentes colgantes y perdídose toda referencia a algún horizonte, aunque más no sea ajeno, no queda otro horizonte que las palabras que lo proyectan -o lo esfuman- a molotovs. El espectáculo lo montan en las esquinas como Actos de Fe para la expansión global del imperio y su lenguaje castellano. La fatiga pulmonar de los puncher´s detiene la marea de la alucinación que antes fuera dorada, y ahora tornado a los colores de la oscuridad, que en degradé toman de los zócalos las más nutritivas cubicastras de cieno pa los burros. De eso se compone el alimento que abastece a las alimañas que llevan dentro los camellos cristiandados. Los azotes como plenos exitosos al blanco de la espalda. La gramilla deja que las aspas aturdan la campiña bajo el celoso fuego de Extremadura. Jamón-jamón, caniche y el toro que se ve desde los balconcitos de película futura, con los guevos colgando, atravesados por puyas, banderillas y estoques. En vida retirada, como el Caníbal de Torquemada, han apelechado los gatos que el último faraón hubo de guardar para su sagrada eternidad. Antes de la ruptura cósmica que llevó a los hombres y mujeres al sádico lamento del cuchicheo, siniestras comidillas de opiniones, el rumor que tanto alimenta a los parroquianos naturales, las cosas eran más sencillas. Es la lengua fácil que se les sale de la boca. Lenguas que bailan palabras para esparcir la mala leche de los tambos echados a perder. Hablan por lo bajo, miserablemente humanos, miserablemente ciudadanos, miserablemente optimistas, lo peor en que las gentes han de convertirse luego del anteayer. Por eso los matrimonios, los silencios de los matrimonios, las empresitas "esas" que enmudecen todo acto de libertad del otro.

Si el mañana es la eternidad (y un día) no hay noche pa verles porque cuando la oscuridad aterriza, es cuando más iluminación generan sus pensamientos mórbidos, la celestial despedida de cruces con sangre, en el testimonio de los símbolos como Actos de Fe: en cada casa, en cada bocacalle. Y si es boca la calle, quien se adentra por los pasillos empedrados, entra al estómago incidial de nuestro imperio humano que de mil años ha, entreteje la trama del encuentro, a machete y trozadero, para que el despilfarro luego se creme en el matadero tosco que han montado como emprendimiento las damas de la corte. Modelos de vírgenes con visiones que anticipan la catástrofe. La tortura, es de factura cotidiana, y así velando las noches va la parca vociferando su llegada con lenguas muertas, conversaciones que estrepitan la tranquila y cómoda inquisición de los bienes comerciales. Quebrada tierra, seco sol, lengua muerta, decapitado Visir que navega de fantasma por los desiertos tartáricos. Nadie puede escapar a la invención de un niño y mucho menos desmentir lo que ha quedado en la evidencia: brazos esparcidos por la torna, cabecitas inanimadas en perfecto estado de putrefacción.

Dedos como yunques cortados por castigo. Las cantábricas siguen con su gelatería napolitana mientras bajan de Toledo las armaduras y los cuchillos de verano, que al sol refractan la derrota de los empolvamientos y las pelucas y los perfumes y las especies de fina hechura. Han matado al amargo, y los alaridos en su búsqueda siguen gritando su nombre, que decidido al lance, ha de encontrarse con el diablo cien millas adelante en el desierto. Con el más delicado cuchillo sefaradí hecho a pedido. Payo amanecer donde no se pone el sol más que en el enroque de las torres de marfil que surcan al refugio, las catacumbas desfiguran por los de gritos de los torturados, pero la música no deja de ser maravillosa cuando las gaitas y los arpones suenan la melodía de Al Andaluz.

Choca contra el monte, se desarma el lince por la aguja de un pajar para la envidia, de la variada gama de dromedarios de la zona. Añico o ñaupa. Ñaña. Revoleo, griterío y palabras que nombran al dios de la Revolución Ayatola. Las olimpiadas sirven de grameo para las deformaciones de los débiles y escasos de consideración por sus cuerpos. Vienen arrastrándose jorobaditos y enanos, tullidos y muchísimos rengos amputados por orden del Ku, infiltrados entre las familias y hasta entre los amigos. La estrategia de Mississippi, en llamas, ha logrado su objetivo. La dormidera... si es médico y quiere que la cosa más o menos quede, pero si no, como venga, machetazo y a otra cosa mariposa Don Venancio Coleridge. Mariposa, flor, baldazos de pintura para la marca de las casas. Hubo de ser, hubo podido ser, hubo fue como es. Ku Kus se arrodilla ante la fogata y la church que arde en la noche previa al Día de Acción de Gracias. Las masacres se han hecho cosa y causa común en la cultura y han prefigurado un nombre para clasificar en la ciencia forense. Farresianamente hablando: los asesinos infinitos de las series. Trigal, algodonal, río para los cuerpos de color y para los que no lo tienen, ríos, de sangre al color. Al módico color de la cal para bloquear el fermento de la putrefacción.

Ya lo han subido al caballo preferido para el marche, retoza todavía el alazán cobrizo arremolinando la tierra que en nube de polvo ahuyentará al que tuvo que haberse ido. La capa larga como un destripador de show de circo, el muestrario de cuchillos de fina y artesanal hechura lleva, para ese encuentro, que no será en Bagdad, pero que será cita anunciada con la muerte. En el Palacio Mental lo esperan bajo la arquitectura del monstruo, falanges colgadas del techo, pequeñas calaveras forman la mampostería de los techos, la bizarría del asesino no ha dejado nada al azar, pendulan en el aire del Palacio Mental las cabecitas decapitadas y algunos brazos con los zapatitos puestos, con los cordones desatados. Las copas llenas de sangre y porosas las entradas en un hedor avejentado. Quieran las olas del mar sucumbir esos aposentos. Sin embargo, no hay mar, ni fuerzas especiales de inteligencia que acudan a la cita. Han dejado librada la escena para el destripamiento. Y con las manos alzadas a guisa de recibimiento, el monstruo del Palacio Mental dice: "qué bueno es verte por aquí, te estábamos esperando".

Marcelo Padilla